lunes, 9 de mayo de 2016

Un fracaso

En la lectura y escucha atenta de los medios de comunicación de estos últimos días ha quedado en el ambiente la sensación de fracaso político  ante la imposibilidad de conformar un gobierno y la consiguiente convocatoria de una nuevas elecciones. Quizás no lo sea tanto. Más bien puede ser el resultado de que los líderes políticos no han conseguido interpretar lo que la soberanía popular ha decidido. Por lo tanto, unas nuevas elecciones puede ayudar a los partidos a hacerse más comprensibles, mayor concreción y claridad de sus propuestas y esto haga que la comunidad civil derive a un nuevo escenario.

Es evidente, que durante estos meses, todos los partidos estaban convencidos de que eran el referente auténtico del sentir del pueblo. Pero puede que hayan olvidado o subestimado la dimensión moral de la representación, que como afirma la doctrina social de la Iglesia, consiste en el compromiso de compartir el destino del pueblo y en buscar soluciones a los problemas sociales. Se ha dado la impresión de que se ha obviado que la práctica del poder ha de ser con espíritu de servicio –paciencia, modestia, moderación, caridad, generosidad-; unos líderes auténticamente comprometidos  en el bien común y no en el prestigio o el logro de ventajas personales.

Indudablemente, la ciudadanía está cansada y hastiada de tantas noticias de corrupción. Una acción de las más graves en el sistema democrático que afecta al correcto funcionamiento del Estado, distorsionando la relación entre gobernantes y ciudadanía, generando una dolorosa desconfianza respecto a las instituciones públicas que se traduce en una auténtico desconcierto, desvalimiento social… que desgraciadamente genera una gran injusticia social. Se impone un trabajo de conjunto, abierto a la pluralidad de la ciudadanía, donde todos sean capaces de llevar a cabo una auténtico cambio de valores, actitudes y hábitos que regeneren todas las estructuras sociales y el modo de regirse el individuo en particular.


Soy un optimista por naturaleza, confío siempre en la capacidad que el hombre tiene de regenerarse, de resurgir de sus propias cenizas y establecer un proyecto de futuro ilusionante y esperanzador fundamentado en valores recios constructores del bien común y la justicia social. Por eso, acudir a un tiempo de reflexión serena, de propuestas claras y sinceras, no es un fracaso sino una oportunidad más para que acontezca una nueva catarsis que de estabilidad y procure un auténtico desarrollo humano de nuestro país.

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