domingo, 28 de febrero de 2016

¡Vaya semanita!

Llevo una semana desconectado del blog que me comprometí a cuidar con más constancia. Sois muchos los amigos que me animáis a compartir alguna que otra reflexión, os estoy muy agradecido por vuestra confianza. Una semana, que entre viajes, el catarro persistente que en las últimas semanas no me abandona, y aderezado con un poquito de estrés me ha impedido serenarme y escribir.

Hemos vivido una semana cargada de hechos insólitos y recurrentes en la línea de atacar con vehemencia a la Iglesia y a las tradiciones más hondas de muchos pueblos. Surgen por doquier mociones en los ayuntamientos para menoscabar el desarrollo normal de tradiciones cristianas evidenciando, los impulsores de estas afrentas, su escasa cultura democrática, el desconocimiento de los mínimos presupuestos del derecho a la libertad religiosa, y las mínimas normas de urbanidad y respeto humano.

Desde un padrenuestro blasfemo; el denominar, porque simplemente mola, “semana de las festividades” a la Semana Santa; inventarse el esperpento de una procesión idolátrica que falta el respeto a la mujer violando su mismidad propugnada por los defensores de la “igualdad de género” o más bien “ideología de género”; la de aquellos que niegan o congelan las ayudas a la Hermandades y Cofradías engañando a la ciudadanía y no explicando que la inversión en este acontecimiento revierte tres veces más en la sociedad y que la Administración recupera con intereses vía impuestos; y más cerca de nosotros, un teniente de alcalde, que desconoce los convenios establecidos por su área con otras instituciones como la Iglesia, que gusta de estar en el flash todos los días, y que parece divertirle mantener un discurso beligerante y doloso con la Iglesia de Córdoba.

Ante esto, ¿qué hacer? Es bien sencillo. Seguir como Moisés asombrándonos del Misterio que viene a nuestro encuentro; escuchar y vivir según el mandato del que habla en la intimidad de la oración ante el Sagrario que nos dice: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel” . Es la llamada que nos hace a no quedar inmóviles y atenazados ante una cultura decadente, más bien, denunciar la injusticia y movilizarse como han hecho en Sevilla estos días cuando han visto heridos sus sentimientos más hondos. El hombre de hoy, ansía oír una voz de verdad, una palabra de libertad, que haga llegar la esperanza a muchos hombres y mujeres olvidados del quehacer de aquellos en los que pusieron su confianza y han corrompido el corazón abandonando a su suerte a los más pobres y marginados.


Es tiempo, la Cuaresma, también de esperanza. Un tiempo para cambiar el corazón y disponerlo para ser capaz de realizar el tránsito que nos llevará a una vida nueva, a una vida plena. No lo dudes, siempre estamos a tiempo. ¡Mira! ¡Escucha!, en el Evangelio de hoy leemos: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas". La higuera estéril somos todos y cada uno de nosotros; no damos frutos buenos porque dejamos que el mal actúe en nuestros corazones y por lo tanto contribuimos a esa cultura lejana al Evangelio con nuestros pensamientos, acciones o con nuestro silencio y con mirar hacia otro lado. Es hoy, y no mañana, el momento para regar, arar, cultivar, abonar nuestra tierra y así demos frutos buenos y abundantes de misericordia.

viernes, 19 de febrero de 2016

No digas "imbécil"

Hoy Jesús en el Evangelio nos dice que “si uno llama a su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el tribunal del Sanedrín”. Cualquier persona diría, viendo la actualidad política y social, que el colapso de los tribunales podría llegar hasta el día del juicio final. Esta clave sarcástica pone de manifiesto el profundo dolor que soporta nuestra sociedad cuando vemos aflorar tantos y tantos casos de corrupción que dejan al descubierto la descomposición de las estructuras gubernamentales encargadas de velar por la justicia y el bien común.

Estos niveles de inmoralidad que los medios de comunicación hacen llegar hasta nuestros hogares, y de los cuales nos escandalizamos con toda la razón del mundo, debería también ayudarnos a comprender y arrojar luz ante las innumerables corruptelas de menor tamaño en las que solemos incurrir una amplia mayoría de los ciudadanos. Vemos con normalidad el fraude generalizado que incluso llegamos a justificarlo como mecanismo de defensa o protección, y también cuando decimos que lo nuestro no tiene nada que ver con lo que roban los de arriba. Todo lo que afecte al bien común, pequeño o grande, es inmoral. Lo haga quien lo haga.

Damos por bueno o aceptable esta cultura porque hemos perdido de referencia al otro, a mi hermano. Somos capaces de estar con alguien profesándole públicamente nuestra amistad eterna y al mismo tiempo estar confabulando contra él. El típico abrazo del oso. Podemos incluso celebrar la Eucaristía con entusiasmo ante el altar de Dios, darnos, entre sonrisas, abrazos de paz, y por dentro pensar maliciosamente del hermano que está a tu lado en el banco. Por ello, si no somos capaces de vencernos a nosotros mismos en lo pequeño, en las relaciones humanas, difícilmente daremos la talla cuando tengamos que asumir otras responsabilidades que afectan al bienestar, desarrollo y progreso de nuestros hermanos. Por que estaremos pensando más en nosotros mismos y estaremos olvidando que la verdadera alegría estar en ver la felicidad del otro.


Hemos de estar atentos y vigilantes y fuertes para romper esta dinámica maliciosa. El Señor mismo nos dice “con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cuarto”. Por ello, queridos amigos, aún estamos a tiempo de cambiar las cosas, empezando por cambiar nosotros mismos; porque está claro, al final de la vida nos examinarán en el amor como afirmaba San Juan de la Cruz.

miércoles, 17 de febrero de 2016

¡Compadre! Te perdono

Estos días corre como la pólvora por las redes sociales el desencanto y la indignación por lo acontecido en la entrega de premios “Ciudad de Barcelona”. Hemos podido comprobar cómo bajo el amparo de las administraciones públicas se puede ofender y vejar deliberadamente a un sector numeroso de la ciudadanía. En este acto de entrega de premios se recitó un verso parafraseando el Padrenuestro, totalmente blasfemo; hiriendo las convicciones y sentimientos de todos los cristianos.

La “superioridad moral de un sector ideológico” cree tener el derecho de pernada para poder decir y hacer lo que le venga en gana con toda impunidad aunque esto afecte a la mayor parte de la población. Estos maleducados e intolerantes piensan que es “guay” y “moderno” agraviar al que no está en tu onda ideológica, que es “arte” y “libertad” poder  jugar y manifestarte irónicamente acerca de las creencias de los otros. Por desgracia, antes, este estilo de arte y provocación se quedaba en el ámbito de un reducto de congéneres que necesitaban llamar la atención; más tarde se fue extendiendo al terreno de las artes escénicas y espacios universitarios como un modo de romper con su pasado, renunciar a su identidad, a sus propias raíces y así poder entrar en la tribu que se erige, en los últimos tiempos, como el paradigma del nuevo pensamiento liberado de toda adherencia que nos pueda hacer pensar que existen absolutos y principios éticos-morales inamovibles para el bien del hombre y la sociedad.

Pero ahora, lo que resulta escandaloso, es que quienes tienen que velar y proteger por los derechos y libertades de todos son los que amparan y promocionan a esta ralea de bufones incapaces de ser considerados públicamente por sus méritos en la construcción social, que necesitan hacerse valer a costa de menoscabar y herir al que es diferente, al que tiene otros principios y modos de proceder más altos y para los que se sienten incapaces de rebatir desde el diálogo. Los poderes que nos gobiernan dan sensibles muestras de que ignoran el artículo 16 de la Constitución Española; La Ley Orgánica 7/1980, de 5 de julio, de Libertad Religiosa; y lo expuesto en La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

Ante esto, los cristianos de a pie, y también quienes por su responsabilidad eclesial su voz puede ser escuchada, han de ponerse en movimiento. No basta, con callar y seguir por nuestro camino. Eso no sería ser leal y fiel al Evangelio. Hay que alzar la voz, desde la humildad y el respeto, y que esta sea atendida en todos los ámbitos. Principalmente, allí donde están los poderes de decisión. Y más aún, no sólo la voz, sino también, acciones concretas que nuestro sistema democrático nos permite para hacer ver a quienes nos gobiernan que no deben financiar ni consentir de obra u omisión cualquier actividad en la que se puedan herir los sentimientos o las convicciones religiosas.


Y a aquellos que nos estáis ofendido todos los días, y además os parece divertido y cachondo, os digo que os contemplo con serenidad y compasión. Rezamos por vosotros para que el Señor toque vuestros corazones y podáis gozar de la alegría que nosotros vivimos manteniéndonos firmes en nuestra fe. Y ante todo, siempre y por siempre, nuestra actitud será la de la misericordia. Os perdonamos, sí, os perdonamos por mucho que nos ofendáis. Nuestra bandera no es contestar la ofensa, sino transformarla en un río de amor. De nuestra fe surge un surtidor de caridad capaz de convertir un corazón árido en un fecundo oasis.

martes, 16 de febrero de 2016

Un poco de tranquilidad

La excepcionalidad de la Semana Santa 2016 en Córdoba viene dada, como todos sabemos, por la decisión de las Hermandades y Cofradías de realizar estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral.

Esta decisión, conservando la Carrera Oficial habitual, supone un mayor esfuerzo y sacrificio por parte de las Cofradías. Han sido semanas muy intensas de reuniones de trabajo por parte de los responsables de organizar los recorridos y horarios. Y en estos momentos, se están ultimando otras cuestiones muy relevantes e importantes en el ámbito de la seguridad y en la organización en el recinto de la Catedral. Todos están siendo extremadamente generosos: Agrupación, Ayuntamiento, Gobierno Civil, Cabildo de la Catedral de Córdoba….

Por ello, desde aquí invito a la prudencia y moderación en nuestras manifestaciones a través de las redes sociales. A todos los medios de comunicación, en su legítima batalla por ser los primeros en dar una noticia, les animo a seguir en la brega pero con serenidad. Y a los que tenemos la responsabilidad de comunicar la información oficial seamos prestos en transmitirlas para que todos puedan tener los datos en tiempo.

Finalmente, me gustaría traer a colación unos párrafos de un artículo que escribí en la Cuaresma pasada y que de nuevo comparto con el objeto de clarificar y explicar por qué realizar estación de penitencia en la Catedral. Es muy triste, leer o escuchar comentarios de cofrades que tienen una mayor o menor responsabilidad en un cortejo procesional, o no, y que siguen descalificando o cuestionando el hecho de hacer estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral. A estos mismos, y a quien no lo sepan, hemos de decirle que todo el recinto es Catedral, incluido el Patio de los Naranjos.

Ante todo, hemos de ser conscientes de que la Santa Iglesia Catedral es la expresión de la unidad y comunión de toda la Iglesia Diocesana, bajo la autoridad del Obispo, que nos mantiene en la unidad de la misma fe que hemos recibido a través del testimonio ininterrumpido de la sucesión apostólica: “La iglesia catedral es aquella en la cual el Obispo tiene situada la cátedra, signo del magisterio y de la potestad del pastor de la Iglesia particular, como también signo de unidad de los creyentes en aquella fe, que el Obispo anuncia como pastor de la grey”.

Por lo tanto, acudir a realizar la estación de penitencia es visibilizar y renovar nuestra comunión, que todos somos uno como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno. Somos el nuevo pueblo de Dios, que unidos en el amor, sale a las calles y plazas a animar en la esperanza a un mundo que por momentos pierde el verdadero sentido de la existencia y les lleva por un camino alejado de la felicidad plena. La visibilización de ese amor y unidad se convierte en un testimonio alegre y elocuente de la Buena Noticia: “La iglesia catedral "por la majestad de su construcción, es signo de aquel templo espiritual, que se edifica en las almas y que resplandece por la magnificencia de la gracia divina, según dice el Apóstol Pablo: "Vosotros sois templo de Dios vivo" (2 Co 6. 16). Además debe ser manifestación de la imagen expresa y visible de la Iglesia de Cristo que predica, canta y adora en toda la extensión de la tierra. Debe ser considerada ciertamente como imagen del Cuerpo místico de Cristo, cuyos miembros se unen mediante un único vínculo de caridad, alimentados por los dones que descienden como el rocío del cielo".


sábado, 13 de febrero de 2016

Está de moda...

…en este último tiempo ser anticlerical o rechazar todo lo que suene a Iglesia. Sorprende cómo se alzan en la actualidad, a través de los medios de comunicación, muchas voces que de forma hiriente ponen en el punto de mira a la Iglesia como la madre de todos los males de la humanidad. Efectivamente, la Iglesia es pecadora en sus miembros y cometemos muchísimos errores, algunos de ellos muy graves, que causan profundo dolor a la sociedad. Pero no es menos cierto, que la Iglesia también es Santa, y se eleva en el mundo como la voz de la conciencia, una voz profética que denuncia las injusticias y que es incómoda para quienes ostenta el poder o aspiran a dominar y someter bajo un terrible yugo a los pueblos.

Quienes formamos al Iglesia somos personas que vivimos en sociedad, y que desde nuestras convicciones, como otros colectivos, trabajamos en la construcción de la misma, en el desarrollo y progreso de los pueblos. Los cristianos, la Iglesia, no podemos reducir nuestra experiencia, nuestra fe, al ámbito de lo privado. Es connatural a nosotros mismos, es el fundamento de nuestra identidad: ser hijos de Dios. Por ello, en la vida familiar, en nuestra comunidad o grupo, en el trabajo, en la vida pública, ya sea participando en asociaciones, acción política, sindical… no podemos abdicar de nuestra condición cristiana ni tampoco nadie nos puede exigir que lo hagamos. Como tampoco nosotros exigimos a nadie que renuncie a sus principios ideológicos o convicciones personales, más bien, salimos a su búsqueda y nos esforzamos en alcanzar puntos de encuentro desde el diálogo respetuoso, y juntos construir y trabajar por el bien común.


No es justo, ni ético, que una sociedad que se precie relegue a la Iglesia al silencio. La quiera expulsar de la vida pública. Una larga historia la avala para poder decir una palabra. Por ello, animo a todos a buscar espacios y tiempos para compartir experiencias, ideas, proyectos… Creo en el ser humano, creo en sus posibilidades, confío en que es capaz de sobrevolar sobre los prejuicios y admirarse y contemplar con asombro al otro, alegrándose de la belleza que desprende su vida. No tengamos miedo al que es distinto, vayamos a su encuentro; el otro es una oportunidad de riqueza.