martes, 31 de diciembre de 2013

UN AÑO DE GRACIA Y BENDICIÓN

“Las palabras amables te harán ganar muchos amigos, un lenguaje cortés atrae respuestas benevolentes.
Ten muchos amigos, pero para aconsejarte escoge uno entre mil.
Si has encontrado un nuevo amigo, comienza por ponerlo a prueba, no le otorgues demasiado pronto tu confianza.
Hay amigos que sólo lo son cuando les conviene, pero que no lo serán en las dificultades.
Hay amigos que se transforman en enemigos y que dan a conocer a todo el mundo su desavenencia contigo para avergonzarte.
Hay amigos que lo son para compartir tu mesa, pero que no lo serán cuando vayan mal tus negocios.
Mientras estos marchen bien, serán como tu sombra, e incluso mandarán a la gente de tu casa.
Pero si tienes reveses, se volverán contra ti y evitarán encontrar tu mirada.
Mantente a distancia de tus enemigos y cuídate de tus amigos.
Un amigo fiel es un refugio seguro; el que lo halla ha encontrado un tesoro. ¿Qué no daría uno por un amigo fiel? ¡No tiene precio!
Un amigo fiel es como un remedio que te salva; los que temen al Señor lo hallarán.
El que teme al Señor encontrará al amigo verdadero, pues así como es él, así será su amigo”. Eclo. 6, 5-17

Con estas palabras del libro del Eclesiástico deseo dar gracias a Dios por este año 2013. Han sido muchas las personas, las cosas recibidas, las acciones vividas… por las que dar incansablemente gracias al dador de todo bien, al Padre benevolente. Pero, si algo he de destacar, es el don maravilloso de los amigos. Aquellos que se convierten en el verdadero tesoro por el cual eres capaz de abandonar todas tus posesiones y seguridades para dejarte totalmente a su confianza.

Mirad, hace algo más de 27 años que en unos ejercicios espirituales meditando la Pasión de Cristo, concretamente las palabras “Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua (…) Mirarán  al que traspasaron” Jn 19, 34. 37; descubrí la entrega amorosa de Jesús hasta el extremo de dar la vida por mí a pesar de todas mis debilidades y pecados, no le escandalizó mi historia. Su costado abierto me permitió contemplar la hermosura del amor. Entonces decidí que quería imitarle y dar gratis lo que Él me estaba regalando, una sensación de felicidad y libertad inenarrable.

Después de 20 años de ministerio he podido contemplar y vivir esa misma experiencia en el rostro y vida de mis amigos. Estos que han sido capaces de inmolarse y derramarse para que yo tuviera vida. Aquellos que te ayudan a ver que tu no eres el centro del universo, que tu dolor y sufrimiento son una minucia en el mar inmenso del padecimiento de muchos otros. Son los que te permiten con su calor y buen consejo descubrir la belleza de la vida y te animan a seguir caminando, a levantarte ante la adversidad, a no sucumbir ante la persecución, a liberarte de tus propias debilidades, a cultivar la prudencia y benevolencia, a poner en valor los talentos recibidos y huir de la mediocridad de aquel que se esconde en la profundidad del miedo o la soberbia o la avaricia o la pereza o la desesperanza.

Gracias Señor, porque me has regalado a los amigos verdaderos. Llegado el momento culminante no huyeron, ni tampoco caminaron en la distancia, la más de la veces fueron cirineos y otras tantas, era yo quien iba tras ellos porque habían cogido la carga y la abrazaban con la sabiduría, la fe y la esperanza del que está convencido de que al final está la puerta de la victoria. Gracias Señor, porque vuelvo a ser feliz y con desapego, con entera libertad. De nuevo no ha sido mi voluntarismo sino la generosidad e inmensidad de tu amor en la vida de mis amigos. Gracias y gracias Padre bueno por el extraordinario regalo de la amistad, y por haberme dado una Betania donde aprender la laboriosidad y espíritu de servicio hasta vaciarse, y el lugar donde alcanzar la ciencia de tu amor, lejos del ruido, quedándome con la parte mejor: aquello que para muchos es desprecio y escándalo para mí ha sido gracia y bendición.

Mis amigos, mis hermanos, mi familia… la que tu me has dado Señor, son el mejor regalo de este año. Ayúdame a conservar este don inmerecido y poder responder con diligencia, sin vacilar, a tal derroche de amor para conmigo.


Gracias, Señor.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Día de los Santos Inocentes

Celebramos hoy la fiesta de los Santos Inocentes. Un día que está en la memoria colectiva como un momento para la broma, llegando a convertir unas acciones divertidas en faenas de mal gusto. No obstante, sin pretensión de aguar un día que invita a la creatividad y a provocar una sonrisa, me gustaría que fijáramos nuestra atención en el origen de la fiesta y en las consecuencias que puede tener para nuestra vida el cultivo de la inocencia.

Esta jornada figura en el calendario litúrgico para conmemorar el relato del Evangelio de San Mateo (2, 13-18). Nos narra que el Rey Herodes mandó matar a los niños menores de dos años que vivían en Belén y en toda la comarca al verse burlado por los Magos de Oriente que habían ido adorar al recién nacido, Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías anunciado. A partir del siglo IV, se instauró una fiesta para venerar a los niños muertos como mártires. En la iconografía se les presenta como niños pequeños y de pecho con coronas y palmas. La Tradición de la Iglesia concibe su muerte como un “bautismo de sangre”.

En estos últimos años, esta fiesta ha adquirido un matiz más profético dando paso a una denuncia de la cultura de la muerte que se ha ido imponiendo en esta sociedad posmoderna, llegándose, no sólo a tolerar, sino a defender como un derecho la posibilidad de extirpar una vida humana. Me refiero, a la imposición de una dinámica abortista que nace en el corazón de una colectividad con mentalidad utilitarista, pragmática, indiferente y egoísta que hemos llamado sociedad del bienestar. Por ello, la Iglesia e innumerables grupos pro vida, ponen en este día el acento en intentar que la sociedad en general tome conciencia de la degradación en la que está cayendo. Piensen que la vida es un don y una tarea, un regalo, una bendición fruto del amor. Consecuencia de la entrega y generosidad de un hombre y una mujer que tiene su fuente en el AMOR verdadero, la más de las veces es inmerecido, y por supuesto nadie tiene la potestad sobre la misma. Escuchar slogans como “Nosotras parimos, nosotras decidimos” denota la baja autoestima personal,  desprecio por el valor en sí mismo de la vida, y la lejanía de una sabiduría cierta de lo que es el amor. En modo alguno, pretendo emitir juicios sobre personas, pero sí manifestar que corremos un grave peligro cuando la humanidad se ve incapaz de proteger y velar la vida inocente, porque no alcanza a comprender que está negando el futuro a las nuevas generaciones cortando su progreso desde los mismos cimientos. ¿Qué futuro se puede llegar a otear en el horizonte para una humanidad que se desprecia así misma?

Nadie tiene el poder de quitar la vida en ninguno de sus estadíos; más aún, ni los padres, ni la madre en solitario, puede ni debe decidir sobre una vida que gozando del ámbito donde realizarse es totalmente autónoma e independiente. Dios nos recuerda, que Él no se olvida de ninguna de sus criaturas: “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido” (Is 49, 15). Quizás habría que coger el testigo que Dios mismo pone en nuestras manos, y a imitación de Cristo ir a esa periferia ideológica consecuencia de un corazón duro, insensible, abyecto y llevarlo al convencimiento del que el verdadero bienestar está en generar un estado de justicia que comienza por asumir y respetar los valores absolutos inscritos en la ley natural, como el valor de la vida. Poner al servicio de las familias todas las herramientas y medios posibles para que puedan salvaguardar el don de un hijo o una hija con el que han sido bendecidos. Esa debe ser la dinámica de una humanidad que se aprecia así misma.

Esta cultura de la muerte, de la sin razón, quizás venga dada también porque el ser humano ha perdido la inocencia. El término inocente, en una de su acepciones,  es referido a aquel niño de muy corta edad y por tanto carente de la suficiente razón, o en su defecto a aquella persona adulta pero que presenta una discapacidad de tipo mental que le impide actuar y pensar normalmente, restringiéndose a lo más básico y elemental”. Un significado que asocia el término inocente a la situación de no saber o ignorancia. En cambio, pienso que realmente habría que mirarlo desde la perspectiva más positiva de “carencia de maldad”. Sería precioso que la fiesta que celebramos nos hiciera a todos caer en la cuenta de lo importante que es cultivar la inocencia en nuestras vidas. Ausencia de maldad, sería un principio real de transformación. Junto con el don preciado de la vida hemos recibido el don de la libertad. Un ejercicio éste de la libertad, que en cuanto más nos inclinamos al bien más reluce y brilla la vestidura de la inocencia; y en cuanto más erramos en nuestras decisiones más deshonramos las galas con las que fuimos enfundados el día alegre y gozoso en que nuestros ojos contemplaron la aurora de una existencia con vocación de eternidad. Y el lugar donde vivimos, la creación, en vez de ser un paraíso anticipado puede llegar a convertirse en una prisión; un lugar de dolor y sufrimiento, un valle de lágrimas –como diría el poeta- que no acaba en la muerte, sino que la postrimería del hombre se espera dramáticamente resultado de la  desesperación, ya que toda persona sabe en su interior que la existencia no es finita; y que su plenitud eterna es un eco del devenir terrenal.  


Cultivar la inocencia en nuestras vidas es acceder a un estado de justicia y paz ¡Qué bello sería vivir así! Un lugar presidido por la bondad, el servicio, la comunión y el bienestar de todas las criaturas en un diálogo constante y apacible con la tierra que lo sustenta; el mar que le anima a la conquista del horizonte y al permanente progreso; y un cielo estrellado que vela, custodia y protege los sueños que mañana se harán realidad. Así, quedaría atrás el sufrimiento de miles y miles de criaturas que sangran por las heridas de la incomprensión, la violencia, el hambre, la desolación, la indiferencia, la persecución… ¿Cuántos inocentes más han de morir para que la humanidad sea humanidad?

martes, 24 de diciembre de 2013

Una luz brilla en la noche

Queridos amigos,

Escribo unas horas antes de que celebremos el gran acontecimiento del Nacimiento del Hijo de Dios. Y comparto con vosotros las palabras de la 1ª Lectura: "El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado"

Vivimos unos tiempos difíciles, un caminar entre las tinieblas que acrecientan el dolor de un pueblo que sufre y vuelve su mirada al Padre de la justicia y la paz. Para todos aquellos que se sienten huérfanos de amor, amistad y comprensión;  que padecen en sus hogares las carencia de un trabajo y del alimento; los jóvenes bien preparados y que ven frustrados sus sueños de servir a la sociedad allí donde pueden aportar y vaciar el saber y buen hacer; los que en sus cuerpos llevan marcadas las llagas de la enfermedad; los que lloran la ausencia de las personas que amaban y que partieron para la casa del Padre; los que sufren el horror de la violencia y la guerra; los que viven tristes y sin esperanza... para todos aquellos que han perdido la sonrisa y el aliento para elevar un canto de esperanza, un canto de alegría...

Sabed que la estrella de Belén hoy se posará en vuestros corazones. Todos vosotros sois el aprisco, el pesebre donde el Niño Dios va a posarse. ¡Estad alegres y contentos! Hoy vuestros corazones quedarán iluminados y preñados de la gracia divina. Él en su pequeñez, humildad y sencillez os sentará en su trono de gloria, y hará de todos vosotros alegres pastores que con los ángeles proclamarán su gloria a todos los rincones. Esta noche, todo lo hace nuevo. Te hace nuevo a ti. Desde esta noche todo en tu vida cambiará, confía en Él, como lo hizo María al escuchar el anuncio del Ángel y San José mientras dormía, ambos superaron el temblor y el pavor, se dejaron llevar por el amor de Dios. No dejéis de confiad y no dudéis del anuncio del ángel: Hoy en Belén os ha nacido el Salvador, el Mesías el Señor.

Y para todos aquellos que habéis sido piedras en el camino de la justicia; aquellos que os habéis convertido como posaderos inhóspitos incapaces de acoger el amor y haberos dejado seducir por la avaricia, la envidia, el deseo de poder, ciegos del absurdo del prestigio y la vanidad; aquellos que marcháis por la vida como un Herodes cualquiera; aquellos que depositáis grandes y pesadas cargas sobre los hombros más débiles; aquellos capaces de mercadear con la amistad, los afectos, el amor...; aquellos que aspiráis a los palacios y actuáis como príncipes miserables; aquellos que ignoráis el camino de la verdad y la libertad; aquellos que revestís vuestra vida de oropel para encubrir la podredumbre...; para aquellos que viven la vida de espaldas a Dios...

Sabed que estáis a tiempo de recibir la gracia si os confiáis  al cielo estrellado y abandonáis las seguridades mundanas viviendo a la intemperie de una noche sin igual donde reside la bondad del que llega, la justicia de un rey revestido de humildad, la alegría de lo pequeño... aún estáis a tiempo de escuchar en el interior el revoleteo de los ángeles que salen a tu busca y en volandas desean mostrarte el camino de la verdadera felicidad. Abrir vuestra alma y dejar que el Niño Dios la ilumine y la colme de su ternura y su gracia. Otra vida descubrirás. Mejor dicho, descubrirás la vida verdadera.

Para todos, Feliz Navidad. 

viernes, 20 de diciembre de 2013

HE CONOCIDO A UN SANTO ¡SANTO SUBITO!

Cuando escuchamos hablar de los santos siempre pensamos que fueron unos hombres y mujeres bendecidos con una gracia especial y un heroísmo extraordinario, y que está reservado sólo para unos pocos escogidos. Cada vez que se nos invita a vivir la santidad lo vemos como una realidad inalcanzable o irrealizable en la propia vida, en el acontecer diario, en las mil y una batallas que vivimos todos los días.

Ser santo es participar de la santidad de Dios. Todos hemos sido llamados por Dios y capacitados para ser santos. Afirmaba el Papa Benedicto XVI que “el santo es aquel que está fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo”. Y con respecto al heroísmo decía: “virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él sólo ha estado disponible para dejar que Dios actuara. Con otras palabra, ser santo no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad”.

Ayer fallecía un hombre que ha vivido la vida santamente. Moría a este mundo mi amigo Rafael Lucena Villarreal y nacía a la vida en Dios llevando sus alforjas cargadas de una existencia de gracia que irradiaba la belleza y bondad de Dios. Fue fiel a su vocación bautismal y luchó el combate de la fe, gustando día a día vivir desde Dios y alejarse del mal que nos impide alcanzar la verdadera libertad y disfrutar la alegría y gozo eterno. Podemos decir abiertamente y a voz en grito SANTO SUBITO, santo ya, porque todos, los más cercanos y los más apartados reconocemos que Rafael ha sido verdadero icono de Cristo para todos nosotros.

Un hombre que vivió su vocación cristiana construyendo junto a su esposa un hogar que es verdadera Iglesia doméstica; esposo fiel y amante entregado hasta vaciarse de sí mismo; padre bueno que transmitió a sus hijos el don de la fe y la sabiduría de vivir una vida evangélica. Un educador, maestro de EGB, como le gustaba definirse. Un buen maestro al estilo del único y verdadero maestro, escribiendo con pavor y temor en el corazón de generaciones de niños y niñas, que volvían ya mayores a buscar a su viejo maestro entregándole como una ofrenda sus propios hijos, para que con el hacer de la bondad y la generosidad pusiera en ellos los cimientos que les permitieran ser hombres y mujeres de bien.

En su vida de fe destacaba por vivir su ser sacerdote, profeta y rey. Cuidando su amistad con Dios en la oración constante, manteniendo un coloquio ininterrumpido con Él. Largos tiempos intimando en el Sagrario y viviendo con verdadera pasión y devoción la celebración diaria de la Eucaristía. Una oración donde llevaba hasta el corazón de Dios los dolores y sufrimientos de todos, una oración de intercesión. Sabedor del amor misericordioso del Padre bueno, acudía frecuentemente a beber de esa fuente inagotable de perdón y reconciliación que es el sacramento de la penitencia, viviéndolo como un constante gustar el abrazo que te permite recostar la cabeza sobre el pecho de Jesús y escuchar el latir tierno y cálido del que sólo quiere tu paz y felicidad.

Ejerció el verdadero apostolado, siendo testigo de Jesucristo en todo momento, no tenía horas, ni vivía su compromiso a tiempo parcial, todo lo contrario, poniendo la vida entera en el servicio al anuncio de la Buena Nueva y la quehacer de la Iglesia. Le conocí siendo seminarista en el Seminario Menor cuando tenía 18 años y fui enviado a realizar tareas pastorales a Alcolea. Allí, acudían Ángela y Rafael desde Córdoba a colaborar en la Pastoral Matrimonial con D. Santiago Gómez que en aquel momento era párroco de Ntra. Sra. De los Ángeles. En aquellos momentos era ser testigo en tierra de misión. Cuando recibí las sagradas órdenes volvía a encontrarme con ellos en la Parroquia de la Trinidad, y en todos estos años, ambos han destacado por su apostolado. Esta parroquia se ha visto regada abundantemente por la hermosura de su vida cristiana trabajando intensamente en las Asambleas Familiares, en la Liturgia, en el Archivo Parroquial y llevando cada día el amor de Dios a los enfermos e impedidos de nuestra feligresía; cuando llevaba al Altísimo en el portaviático que colocaba a la altura de su pecho, era un sagrario, una custodia la que iba recorriendo nuestras calles llevando a nuestro Señor a quien más necesitaba el alimento del cuerpo y de alma, el consuelo a los más afligidos.

Un amante de su madre la Iglesia. Siempre me decía que esta casa no nos pertenece y que su única razón de ser es estar siempre abierta para dejar entrar, y siempre abierta para salir a dar. Esto lo decía Rafael, ahora da una inmensa alegría saber cuánta razón tenía cuando escuchamos incansablemente al Papa Francisco recordarnos estas mismas palabras. Todo aquel que llegaba a esta Iglesia de la Trinidad siempre encontraba en él la acogida cálida y sincera, conseguía que todos marchasen alegres y con la conciencia clara que la Iglesia era su hogar, es su familia. Participaba y apoyaba todos los grupos de la Parroquia –Hemandades, Adoración Nocturna…- siendo nexo de unión, y con su ejemplo, enseñándonos a todos lo que es vivir la verdadera comunión. Comunión con Dios, comunión con los hermanos.

Queridos amigos, hoy canto alegre y gozoso por haber tenido la gracia de conocer a mi amigo y un padre en la fe como ha sido Rafael. Doy gracias a Dios por el inmenso bien que me ha hecho cuidándome como persona y como sacerdote. Echaré muchísimo de menos sus llamadas de atención, sus entradas al despacho donde en la intimidad me corregía fraternalmente con una extraordinaria caridad. Y por encima de todo, dejar de gozar de la inmensa luz que irradiaba en esta comunidad. Sabemos, que está en el cielo y que el Señor que ve en lo escondido habrá mandado a sus ángeles entonando canticos de victoria; y que la Virgen Santísima, la Inmaculada Concepción, maestra de pureza, Lirio Blanco de la Trinidad, modelo de santidad, habrá susurrado al corazón de su Hijo que le entrega un alma pura, sin tacha, la de mi amigo Rafael.

“Mi alma tiene sed del Dios vivo, como el ciervo busca fuentes de agua, así mi alma te busca, oh Dios”.  Hoy, querido Rafael, ya no tendrás más sed.


SANTO SUBITO ¡SANTO YA!

martes, 3 de diciembre de 2013

Esperar, un canto a la alegría.

En un tiempo de crisis como el que vivimos se hace muy difícil hablar de esperanza, y de estar expectantes ante un acontecimiento totalmente nuevo que va a transformar la realidad entera y va tonar el sinsentido en una auténtica experiencia de liberación, justicia y paz. Son los cantos de sirena que escuchamos todos los días con los boletines informativos, noticias de brotes verdes en los mercados, en el trabajo, calidad en la educación, bienestar social… una cultura de no agresión, diálogo y acercamiento norte y sur, un saber ecológico nuevo que restaure el amor por la creación…

No obstante, son discursos que poco difieren del pasado cuando el hombre ha sufrido las consecuencias de su propia calamidad. No hemos avanzado mucho con respecto al hombre primitivo poniendo la confianza en soluciones artificiales y mágicas. Él mismo se hace incapaz de esperar algo verdadero porque sigue preso del logro inmediato y se conforma con ello. En definitiva, permanecer condenado a vivir el drama del absurdo, ser un peregrino errante en medio del desierto sin llegar nunca al oasis ansiado, existir en el permanente deseo de sueños irrealizables, un edificar cimientos de futuro sobre tierras movedizas.

Esperar. Sólo se puede esperar a alguien. No podemos hablar de encuentro entre el hombre y la cosa. Sólo hay verdadero encuentro entre dos personas. Y en el tiempo de Adviento, conmemoramos que nuestra espera es la de Alguien que realmente viene tal y como nos ha prometido. Y es realizable, porque Él es la Palabra viva y eficaz que hace lo que dice, y dice lo que hace. Este Alguien, a quien esperamos, sale también a nuestro encuentro; Él mismo ha inscrito en nuestro corazón el deseo de Él. Por ello, somos llamados a estar en vigilante espera, bien despiertos.

Es una espera gozosa. Espera que siempre rejuvenece, vigoriza y vivifica al hombre que le hace capaz de ponerse en marcha e iniciar una loca aventura sustentada en la confianza y en el amor que se dilata por todo su ser. Una espera que ya es novedosa en el lenguaje, ya no es el mismo discurso hueco, estéril e ineficaz. Es edificar desde el hoy un futuro bien cimentado en la seguridad íntima de que va a despuntar la luz de un mañana que sí será una gran noticia, un anuncio alegre y gozoso. Entonces sí diremos, mi hoy ya es un brote verde porque soy una criatura hecha para vivir la verdadera y perpetua alegría.


Esto es lo que anuncian las cuatro velas del adviento. Un itinerario hacia una tierra y un cielo nuevo donde “habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos; un muchacho pequeño cuidará de ellos. La vaca vivirá con el oso, sus crías se acostarán juntas; el león comerá paja, como el buey; el niño de pecho jugará junto al escondrijo de la serpiente, el recién destetado meterá la mano en la hura del áspid. Nadie causará daño en todo mi monte santo, porque la sabiduría del Señor colma esta tierra como las aguas colman el mar”.