martes, 19 de mayo de 2015

Mirarla que guapa viene

Mirarla que guapa viene, es la letra de esta noche en la que ya velamos la espera gozosa de la Madre de Dios, y así expresa el devoto el amor por su madre, así vive y espera. Tradición que se pierde en el tiempo, y es esta la verdad, en espera de la oración que sale de lo mas profundo del interior que sabe que su corazón está puesto en la mirada de la Madre de Dios, rompiendo todos los muros, es en la vida de cada día donde todo se abre,todo cae, la oscuridad desaparece ante la luz estrellada que emanan los ojos de la Virgen del Rocio.

Ya en la marisma nos levantamos temprano, no hay hora para dormir cuando el alma está a la espera para verla de cerca salir. Vacíos venimos ante Ella, lo hemos dejado atrás todo, solo para que Ella inunde el alma con su ternura, belleza, pulcritud, de eterna hermosura. acariciados de Rocío para regar de esperanza las vidas de todos aquellos que aún no han podido ver cara a cara su mirada bonita, dejarse estar en sus manos, y confiados en el latir de su corazón. 

Este es nuestro amor, que no es oculto, porque nos desvivimos por Ella. No tenemos miedo, ni complejos, de expresar con todo nuestro ser la inmensa alegría de tener tan graciosa y bella Madre. Y a ella llevamos con humildad, con pequeñez, sencillez, las flores de nuestras buenas obras y las promesas de poner todo nuestro entendimiento, voluntad y corazón en ser imagen perfecta de la mejor HIja, abnegada esposa, y excelsa Madre.

Un revuelo de campanas despierta nuestra tierra, ya se ponen en camino los hijos de la Rociana y del Pastor Divino del Rocío. Ya los corazones se han purificado en el rocío que ha regado nuestros campos, y los cuerpos espigados, alegres y gozosos, calzan los votos y vuelven a reanudar el camino. Hoy espera el Quema, la primavera se resiste a su ocaso y colma de colorido los márgenes de este río de vida, un anticipo del paraíso, porque hoy el simpecado de la Virgen del Rocío santifica estas aguas como Cristo sumergiéndose bendijo las aguas del Jordán. Hoy, estas aguas  quedan bendecidas de la pureza de la Madre de Dios, y muchos lavaremos nuestras debilidades, nuestros pecados y miserias, y seguiremos recorriendo los caminos que nos lleven hasta tus plantas y llenarnos del aroma a tomillo, romero y retama que la marisma impregna tu manto cada aurora.

viernes, 15 de mayo de 2015

Un cálido despertar.

Querida familia y amigos

¡Qué lujo de tarde! ¡Qué noche tan estrellada! En el cielo se perciben los serafines y querubines que han interrumpido el eterno canto de alabanza a Dios porque el Simpecado de la Reina y Señora de nuestras vidas, rodeada de los corazones e inundada de la plegarias de todos sus hijos, comenzaba su andadura hacia la noche en el que el Espíritu Santo derrama sus dones sobre sus hijos, teniendo como testigo a la MADRE DE DIOS.

Las calles de Córdoba han rebosado una alegría inusitada. El original e irrepetible repicar de la Iglesia de San Pablo cantaba a la torre de la Catedral que dejara de sestear y levantara las antiguas campanas a tocar a vísperas porque la bendita hermosura de cielo y tierra, el signo de la Pastora de Almonte, cobijada en su carreta anunciaba su partida. Despertad campanas de la Catedral, cantar con vuestros vetustos sones y trovar, proclamar que los hijos de esta tierra bañada con la sangre de los mártires, de los que supieron dar la vida por el amor, se ponen en camino para contemplar, para dejarse enamorar por la tierna y preciosa pureza de la Divina Señora que llena de dulzura nuestra alma.

Ahora Madre mía, ya solos, ante tu Simpecado en esta parada, tras el tiempo de compartir preocupaciones, saludos a aquel que vuelvo a ver en este día, después de reponer fuerzas, de compartir cantos regados con tu nombre y tus virtudes, de alabarte con nuestros cuerpos en una danza a imitación del rey David ante el arca de la Alianza, baile de bendición y loa; ahora, ya todos se han marchado abandonándose en el sueño que te tiene a Ti, no sola como protectora y tutora en la debilidad de la conciencia dormida, sino como la razón de la paz cuando el alma descansa después de haber sido verdaderamente justa.

En este silencio, ahora que no nos oye nadie, tú y yo, posado en esta tierra, en la compañía del saltear de la lumbre que pide ser alimentada. ¡Ay, Mae! ¡Ay, Madre mía! ¿Qué me espera? Son tantas las cosas que tengo que contarte. Me imagino que las conoces todas. Y bien sabes, Madre Mía, que no soy bueno; como decía el bendito regalo que me diste, sí, esa madre mía que muy aprisa quisiste coronar a tu lado de la gloria angelical, y que no me gustó para nada, y en el tiempo comprendí que tu sabes mejor que nadie lo que más nos conviene. Pues esa madre mía, la madre que por amor me dio a luz decía cuando me sentaba ante ella, como esta noche ante Ti, ¡hijo mío, que poquito bueno hoy has sido!. Así es Señora, que poquito bueno soy, y arrepentido estoy, pero ¿por qué soy tan débil? ¡Ayúdame! Camino tras tu Simpecado para aprender y dejarme inundar por tu gracia y pureza de corazón y así gozar de la promesa de tu Divino Pastorcillo, la felicidad plena.

He hablado demasiado, ya clarea el día. ¡Bendita noche! ¡Bendita luz del alba! Es menester apagar las velas de la carreta, ya la candela se olvidó de nosotros, pero no hizo falta su presencia, el calor de tu corazón arropó el alma mía. Bueno Señora, voy a despertar a mis compañeros, y ¿sabes una cosa? Voy a ir corriendo a decirle a la mejor carreta, a la de Ajolí 10, allí mi familia y amigos descansan, que despierten que tengo algo importante que decirles. No me lo puedo callar ¡Madre!. 

¡Hermanos! ¡Despertad! La Pastora, Reina y Señora de las Marismas, me manda que salgáis de la carreta, contemplad este precioso amanecer, que quiere acariciar vuestros rostros, abrir vuestros ojos con el rocío de la mañana. Ah, y me ha dicho en la noche, que abráis los corazones de par en par, porque la Virgen del Rocío va a visitar en este día vuestras almas, y en el ocaso de la jornada, cuando languidezca el sol que nos levanta, nos susurrará qué cizaña hay en nuestras vidas y que hemos de extirpar, y con ella, después, alimentar la candela de la noche. Quemar los que nos impide amar.

Y aquí os dejo la letrilla de una rumba, iniciamos el caminar, esta bendita jornada de amor.

"Despertó temprano aquella mañana
Bastante cansada de no poder dormir
Cuando el mes de mayo entró en su ventana
Era el día en que su hermandad iba a salir.

Esos viejos botos calzaron sus pies
y las mismas flores adorna su pelo
Una bata blanca con lunares negros
Escalofríos corren su piel.
Va de peregrina va por los senderos.

Escuchó el estruendo de los cohetes
Se siente  el gentío pasar por su portal
Coge lo que tengas y andando vete
Y vive el camino otro año más.

Escuchar el alba cada amanecer
Cantar sevillanas junto a una candela
Contemplar la luna y su traje de estrellas
Y rezar la salve al atardecer
Morir de alegría volver con Ella.

Y estando frente a freten yo te pediré
Virgen del Rocío luna, sol y Reina
Madre mía del cielo y pastora almonteña.
Que me perdones si alguna vez

Te falto algún año mi marismeña".

jueves, 14 de mayo de 2015

A verla a Ella

Querida familia y amigos

Tras unos días en que la dulce, tierna y bella primavera se ha visto amenazada por la sequedad, fastidio, tedio del bochorno venido del desierto, amanecemos hoy, despertamos percibiendo en nuestros rostros el aire fresco, nuevo y reparador de la brisa marismeña; nuestro espíritu se hincha de los aromas que sólo desprende el trono de la Sabiduría, la Reina de cielo y tierra, que desde su ermita, como un repique de campanas, manda a los ángeles anunciar que ya está a la espera, que el Divino Pastorcillo ansía ver a sus hijos asidos a la reja pera bendecirlos.

Hoy parte la Hermandad del Rocío de Córdoba, y con ellos todos nosotros nos ponemos en camino. Comenzamos a peregrinar al encuentro de nuestra Madre bendita. Igual que los Magos de Oriente, guiados por la estrella, de diversos puntos del orbe, alumbrados por una luz refulgente en el horizonte, “una mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”, iniciamos un andar alegre, con el corazón de par en par, con actitud de humildad y sencillez, con el expreso deseo de contemplar al ostensorio de Dios, Madre de nuestra, que nos ofrece en sus manos al Divino Redentor.

En esta nueva andadura no esperemos encontrar o experimentar las vivencias del ayer, de otras romerías, o aquél que por primera vez va al encuentro tampoco pretenda soñar con aquello que otros han vivido y que les anima a ponerse en camino. Ir a contemplar la Paloma blanca, a la Señora de la Marismas, implica comprometer todo mi ser –entendimiento-corazón-voluntad, en recorrer la senda interior. Bucear en lo más profundo de nosotros mismos poniendo al descubierto mis desencuentros con el Señor, mis debilidades, aquello que mancha la pureza de nuestra alma y que nos alejan de imitar al “Lirio Blanco de Eterna Pureza” que es la bella y hermosa flor del paraíso, jardín de la Trinidad.

Quien de verdad haga el camino dejándose iluminar por la gracia del Espíritu Santo descubrirá y gozará conocer y sentir el verdadero amor, porque nuestra Madre del Rocío le abrirá las puertas de su corazón y saboreará los deliciosos manjares y el néctar el mejor y mayor afecto y pasión. Entonces, el peregrino, el rociero, sí gustará la paz y la plenitud, estallará en cánticos y alabanzas que le mantendrán vivo en los duros combates de cada día saliendo victorioso porque tiene como capitana a la Virgen del Rocío.


Familia, amigos, como el año pasado, me ha vuelto a decir un trovador que coja el hato, y que con los cantos serenos y pizpiretos del Guadalquivir, de aquellas plumillas que se esconden en los arcos del río que fue romano, moro y hoy cristiano que salga corriendo, con mis remiendos, no sólo los del trapo, también con los del corazón, que no tenga miedo, que el Simpecado de la Madre de Dios, el Simpecado que nace entre geranios, gitanillas, que sabe  a jazmín, y al aroma a media noche;  que parte del silencio provocador del convento de San Pablo y que se impregna del azahar de los naranjos de la Catedral de la ciudad que vio nacer a Osio, predecesor del que hoy  preside la carreta y que lloró, rezó y se sobrecogió ante la Madre de Dios, San Juan Pablo II.

domingo, 10 de mayo de 2015

María Reina

Esta semana hemos vivido momentos muy emotivos contemplando a nuestra madre la Virgen de los Dolores, con motivo del aniversario de la coronación: en la visita a siete conventos de clausura, la celebración de un solemne triduo en la Santa Iglesia Catedral y una procesión extraordinaria por las calles de nuestra ciudad. Es ya, un anticipo de la procesión Magna “Regina Mater” de las imágenes y devociones coronadas en la diócesis de Córdoba.

En la sociedad de este tiempo donde todo está en revisión, donde parece ser que se niega la posibilidad de los absolutos y que todo se juzga o se mide desde un relativismo feroz que deja al desnudo y a la intemperie la posibilidad de la verdad, habrá quien lamente que aún sigamos existiendo multitudes que hagamos nuestra la afirmación de que “María, es reina de cielo y tierra”, y que por ello nos inclinamos ante Ella y reconocemos su realeza y la bien merecida corona ganada por ser hija eminentísima del Padre, amante y tierna esposa del Espíritu y abnegada, solícita y amorosa madre del Hijo de Dios.

Ella es la “Reina enjoyada con oro de ofir” (Sal 44), a la que desde siempre se han dirigido tantos y tantos fieles imitando la actitud de su prima Isabel cuando recibe la visita de aquella que había sido elegida para ser madre del Divino amor, predilecta del que la engendró, “que asoma como el alba, hermosa como la luna, refulgente como el sol” (Ct 6,10). Su pariente se sobrecoge en su interior al contemplar la radiante hermosura de la limpieza y pureza del corazón de una pequeña cría de Nazaret que manifiesta su elección para ser Reina y Señora en el servicio y generosidad. De ahí, que en Isabel brote el dulce canto y aclamación: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! (lc1, 42-45).

El Papa Pío XII, cuando concluía el Año Mariano, el 11 de octubre de 1954, hizo pública la carta encíclica AD CAELI REGINAM, sobre la realeza de la Santísima Virgen María y la Institución de su fiesta. Comenzaba con estas palabras A la Reina del Cielo, ya desde los primeros siglos de la Iglesia católica, elevó el pueblo cristiano suplicantes oraciones e himnos de loa y piedad, así en sus tiempos de felicidad y alegría como en los de angustia y peligros; y nunca falló la esperanza en la Madre del Rey divino, Jesucristo, ni languideció aquella fe que nos enseña cómo la Virgen María, Madre de Dios, reina en todo el mundo con maternal corazón, al igual que está coronada con la gloria de la realeza en la bienaventuranza celestial”. Con estas palabras, y en los puntos siguientes del documento, pone de manifiesto la prueba bíblica concerniente a la realeza de María que se expone englobada en la tradición, “en los más antiguos documentos de la Iglesia y en los libros de la sagrada liturgia”. Y continúa afirmando que “con razón ha creído siempre el pueblo cristiano, aun en los siglos pasados, que Aquélla, de la que nació el Hijo del Altísimo, que «reinará eternamente en la casa de Jacob» y [será] «Príncipe de la Paz», «Rey de los reyes y Señor de los señores», por encima de todas las demás criaturas recibió de Dios singularísimos privilegios de gracia. Y considerando luego las íntimas relaciones que unen a la madre con el hijo, reconoció fácilmente en la Madre de Dios una regia preeminencia sobre todos los seres”.

En la misma encíclica expone, tras desgranar previamente los testimonios de los Santos Padres, el Magisterio de la Iglesia y la Sagrada Liturgia, las razones doctrinales por las que podemos decir en verdad que la Virgen María es Reina. En primer lugar y principal argumento es la Maternidad Divina, “El ángel le dijo: “No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y va a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 30-33). Y en segundo lugar afirma el Papa Pío XII “Mas la Beatísima Virgen ha de ser proclamada Reina no tan sólo por su divina maternidad, sino también en razón de la parte singular que por voluntad de Dios tuvo en la obra de nuestra eterna salvación”. Así lo afirmaron los padres sinodales en el capítulo VIII de la Lumen Gentium “todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres no tiene su origen en ninguna necesidad objetiva, sino en que Dios lo quiso así” (60); y por ello es nuestra madre porque “concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, sufriendo con su Hijo que moría en la cruz, colaboró de manera totalmente singular a la obra del salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres” (61) .


María, bendita entre todas las mujeres, sigue cuidando de cada uno de nosotros que aún caminamos en este mundo en una lucha constante contra el mal que nos quiere apartar y alejar de vivir en el Reino de Dios que ya ha comenzado en nosotros. Por ello, hacemos bien en alabar y bendecir a la excelsa, única y distinta flor del paraíso, reina del jardín, porque ella es nuestro auxilio, abogada, socorro y mediadora. Ella bien merece ser coronada de gloria (1 Pe 5,4), una corona incorruptible (1 Cor 9, 25), acoger en sus sienes la corona de la vida (St 1, 12; Ap 2,10). No tengáis miedo hermanos en alzar la voz y proclamar a la Virgen María como Reina y Señora  del universo creado, Dueña, , Dominadora…, como afirmaba San Ildefonso de Toledo “Oh Señora mía!, ¡oh Dominadora mía!: tú mandas en mí, Madre de mi Señor, Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas”.

domingo, 3 de mayo de 2015

La Crítica

En el movimiento cofrade, como en cualquier movimiento donde concurran dos o más personas, aparece en escena la crítica. Hoy en día, cuando leo opiniones a través de las redes sociales, blogs, prensa…, me cuesta distinguir una de las acepciones preciosas y brillantes que contiene la palabra “crítica”; aquella que dice “juzgar de las cosas, fundándose en los principios de la ciencia o en las reglas del arte”. Y sí aparece de forma abundante la acepción “censurar, notar, vituperar las acciones de alguien”.

Esta segunda acepción, en la que he decidido atracar hoy mi barcaza, se ha extendido como un virus mortal en nuestro ambiente, denotando la ausencia de humildad y caridad por parte de aquellos que enarbolan la bandera de la verdad y vociferan a los cuatro vientos falacias desde el baluarte donde se sienten fuertes, que hunde sus cimientos en la ausencia de verdad y espíritu sincero y honesto de construir juntos buscando lo bueno, lo bello, en definitiva, lo que nos dignifica como personas e hijos de Dios. Viven cegados por la ausencia de examen personal, encadenados a la soberbia y la rabia interior, proyectando sobre los otros los oscuros pensamientos, sus propias debilidades e insuficiencias para asumir retos y responsabilidades; además, cayendo en la terrible tentación de perder la objetividad, descargando toda su voracidad sobre las mismas personas, por buenas y justas que sean en el ser y proceder, y siendo inmensamente magnánimos con los compadres y “amiguitos” disculpando u ocultando deliberadamente sus errores y engrandeciendo la mediocridad.

Muchas de las críticas que hoy se hacen se sustentan en la deliberada determinación de causar daño. Críticas procedentes de la rumorología, del desencanto, de la debilidad, impotencia de afrontar la verdad. Críticas que nacen de la voluntad de engañar o de rehusar la verdad, es decir, la mentira. Existen especies de mentira que podemos catalogar según la intención del mentiroso o según el grado de culpabilidad. Atendiendo a lo primero, la tradición agustiniana y la tomista afirman que la mentira puede ser “jocosa”: cuando se busca la diversión; “oficiosa”: cuando se dice por miras profesionales, para hacer un servicio al prójimo o precaverle de un mal; y “nociva”: cuando se pretende hacer mal al prójimo.[1] Como afirmaba Aristóteles, la mentira es mala por naturaleza; es intrínsecamente  ilícita. La mentira se opone directa y formalmente a la verdad, rompe la armonía interna y externa del hombre, atenta sobre los pilares en los que se ha de sustentar la armonía de cualquier comunidad.

La mentira es un pecado, puede ser mortal o venial. En el primer caso, “puede ser por el objeto, cuando tiende a inducir a error al prójimo sobre Dios, la religión o la moral; por la intención, si el mentiroso pretende dañar gravemente al prójimo en su persona, en sus bienes o en su reputación”.[2] Hablamos de venial en lo referente a la mentira “jocosa” y “oficiosa” a no ser que provoque escándalo. Por lo tanto, cuando incurrimos en esta cuestión, cuando nuestra “crítica” nace de la mentira o tiene la consideración de dañar el derecho a la buena fama del prójimo, estamos obligados a pedir perdón a Dios y al prójimo en el sacramento de la penitencia, y dedicar los medios a nuestro alcance para restituir la dignidad de la persona ofendida y agredida.

Antes de elevar el ancla y seguir navegando me gustaría izar la vela de la “crítica” que pretende construir, corregir y enmendar el error desde el diálogo limpio, franco, sereno, que busca hallar la verdad y nos edifica en la comunión; que nos hace ser uno, como el Padre y el Hijo son uno. Sólo así, los perfiles en las redes, los blogs, artículos de opinión, generarán una dinámica de autenticidad que nos permitirá a los cofrades, en este caso, y a todos en general, ser testigos del Dios vivo que es AMOR. Se me hace incompresible, farisaico, hipócrita, mirar al Cristo sufriente, llagado, herido por nuestros pecados, contemplar la abertura de su costado que desprende ríos de caridad; extasiarnos y elevarnos ante la mirada de la Madre Dolorosa, fuerte como la torre de David, bálsamo de los sufridos, auxilio y consuelo de los más débiles y continuar presos y abducidos por el demonio que es el padre de la división y la mentira, y seguir llamándonos cristianos.





[1] Cfr. Diccionario de Teología Moral. Ed. Paulinas. Madrid 1986. Pag. 655
[2]Cfr. Diccionario de Teología Moral. Ed. Paulinas. Madrid 1986. Pag. 657