sábado, 21 de mayo de 2016

Lengua viperina

Es algo que siempre se ha dado en la historia de la humanidad y que trae consecuencias muy desagradables y dolorosas para las personas que sufren las acciones de aquellas de lengua afilada, que tienen interés en herir deliberadamente a otro, hablando mal, inventando chismes y murmuraciones; aquellos que tienen como objetivo destruir el “buen nombre” de alguien o atentar contra su honor.

Toda persona tiene derecho a la propia fama y nadie puede violar este derecho sin cometer una grave injusticia. La buena fama verdadera se fundamenta en los dones recibidos por la propia naturaleza y en cualidades adquiridas mediante el ejercicio de la libertad, ya sea en virtudes morales, cultura o habilidades técnicas o profesionales. No obstante, aún sin destacar por mérito personal, todo hombre tiene el derecho absoluto e inviolable sobre todo lo que atañe a su persona. Por lo tanto, nadie, bajo ningún concepto ni invocando cualquier absoluto, puede afear la buena fama de otro.

El honor se puede destruir realizando juicios temerarios, tomando como verdadero un defecto moral del otro sin fundamento; o la sospecha o duda temeraria. Igualmente, y de mayor gravedad está “la detracción”, que es lesionar injustamente a otra persona ausente; esta se puede llevar a cabo por medio de la calumnia, agitando los defectos del otro, manifestando cosas ocultas, negando el bien realizado… Finalmente, tenemos “la contumella”, atentar contra el honor de alguien estando este presente, cuya gravedad dependerá del grado de la injuria o de la mayor o menor estima del que es injuriado.

Debemos tomar conciencia de que con facilidad atentamos contra el honor de los otros. Y hoy, en todos los ámbitos destaca “la murmuración”, que no pretende tanto afear la fama de alguien como destruir la confianza que otro ha puesto en ti para ocupar tu puesto. Decía San Bernardo que la murmuración mata a tres personas: a quien la siembra, a quien la recoge y a la víctima.


Lo terrible es que esta actitud se ha institucionalizado en toda la sociedad. Como constantemente denuncia el Papa Francisco, ya ha impregnado el humus de la Iglesia en todos sus estamentos:La vanidad, el poder… Es cuando tengo el deseo mundano de estar con el poder, no de servir, sino de ser servido, no se ahorra nada para llegar a la cima: murmuraciones, ensuciar al otro… La envidia y los celos hacen este camino y destruyen a su paso.. Esto sucede hoy en todas las instituciones de la Iglesia, parroquias, colegios, incluso en los obispados….”

2 comentarios:

  1. ¡Qué razón más grande tienes! ¿Y los que hemos sufrido esto en nuestras propias carnes, ¿qué podemos hacer? Menos mal que estamos en manos del Padre y no en las de los humanos. Agarrados a Él se puede todo pero uno sigue cuestionándose por qué algunas personas encuentran satisfacción personal en hundir a otros. ¿Será pura envidia?

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  2. Tu ánimo, y nunca pierdas la confianza en el Señor.

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