viernes, 14 de febrero de 2014

LAS HERMANDADES LUGAR DE COMUNIÓN

En estos dos últimos años contemplamos con tristeza que se suceden diversos conflictos y divisiones dentro del ámbito de la Hermandades y Cofradías. En algunas ocasiones superan la mera discrepancia o disenso pasando a convertirse en principio de fragmentación de la comunidad e incluso que muchos hermanos cofrades opten por abandonar y darse de baja de la Hermandad.

Sinceramente, es momento para que reflexionemos con paz y serenidad sobre esta falta de comunión. La ausencia de cohesión interna pone de manifiesto nuestra escasa vitalidad espiritual y ejercicio de vida evangélica. Da veracidad aquellos que desde fuera ven a las Hermandades y Cofradías como una peña o grupo de personas cuyo fin es escenificar una expresión cultural como cualquier otro tipo de asociación civil.

Desde mi punto de vista, creo que hemos de empezar por revitalizar la vida de fe para que logremos convertirnos en una comunidad evangelizada capaz de cumplir su objetivo final, la evangelización. El Santo Padre, el Papa Francisco lo describe de este modo en la Exhortación Apostólica “Evangelii  Gaudium”: “Cada porción del Pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes. Puede decirse que “el pueblo se evangeliza continuamente  a sí mismo. Aquí toma importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal. (…) Es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, y una forma de ser misioneros; conlleva la gracia de la misionariedad, del salir de sí y del peregrinar”. (122-124).

Hemos de comenzar por fortalecer la vida de encuentro personal con el Señor en la oración individual  y comunitaria. La escucha atenta y el estudio constante de la Palabra de Dios. Cultivar la formación cristiana de forma seria y sistemática, no reducir el contenido de la educación cristiana a la celebración de unas tertulias cofrades en el tiempo de Cuaresma. No quiero decir que esta actividad no se haga o no sea buena, pero lo que no se puede convertir en la única fuente de formación en la fe. Iniciativas como el Curso de Hermandades y Cofradías, u otras iniciativas a menor escala en la propia casa de Hermandad o la propia Parroquia. ¿Por qué programamos con mucho tiempo los ensayos, la entrega de túnicas, convivencias… y nunca programamos acciones formativas a lo largo de todo el año? ¿Lo sabemos todo? ¿Estamos en condiciones de dar razón de nuestra fe?

Es lamentable acudir a los cultos programados en honor de nuestros Titulares y encontrarte allí con los “dolientes”, es decir, con los miembros más comprometidos por razón de la responsabilidad que ocupan en el Cofradía, y se sienten obligados a asistir mientras dura el cargo. En cambio, ¿dónde están los demás? Ahora, convocamos para un ensayo o la cruz o la caseta de feria… y hay pleno. ¿Qué es lo realmente importante? ¿Quién es el que realmente nos convoca? ¿Los Titulares son lo primero para cada uno de nosotros? Pues, parece que no. Primero está lo accesorio y dejamos para un segundo momento lo que realmente importa: la fe y vida de comunidad cristiana.

Jesús, en el clima de la cena pascual, ora al Padre diciendo: “Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17, 11b). Esta petición sigue vigente hoy para toda la Iglesia, y de un modo particular para las hermandades y cofradías. No podemos caer en la tentación de la división. Y para ello hemos de evitar los grupos que ad intra de una Cofradía surgen como una constante oposición a los órganos de gobierno; o aquellos miembros que usan las “redes sociales” para llevar a cabo una crítica grosera, falaz, ofensiva y, en ocasiones, colérica. No ayudan tampoco aquellos que aspiran a ocupar un puesto en una Junta de Gobierno con el objetivo de servirse de la Hermandad para promocionar socialmente. Igualmente, es una falta de caridad grave que se haga distinciones entre los hermanos concediéndose determinados privilegios y atenciones a razón del servicio que realicen ya sea en la vida diaria de la Cofradía o en la Estación de Penitencia.

Los consiliarios tenemos mucha responsabilidad en la fragmentación de nuestras cofradías. En primer lugar, porque no actuamos como verdaderos pastores que cuidan incesantemente del rebaño. No tomamos en serio a las Cofradías como un medio extraordinario de la Iglesia en la Nueva Evangelización, más aún, en momentos las menospreciamos. El Papa Francisco nos recuerda “que en la Piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo. Más bien, estamos llamados a alentarla y fortalecerla para profundizar el proceso de inculturación que es una realidad nunca acabada” (Evangelii Gaudium, 126). Y en segundo lugar, porque con nuestra actitud, palabras y acciones no cooperamos en generar un ambiente de verdadera familia de hijos de Dios, no somos aquellos puentes que aúnen todas las sensibilidades bajo una misma bandera, un mismo estandarte, la Cruz donde Nuestro Señor nos ganó para todos el perdón de nuestros pecados y nos abrió la puerta que nos lleva a nuestra verdadera patria, la vida en Dios.


Las Hermandades y Cofradías, tienen que ser un ejemplo luminoso de que es posible vivir la justicia y la caridad en este mundo. Nuestras comunidades no pueden ser imagen de las debilidades de una sociedad que vive de espaldas a Dios. Todo lo contrario, estamos llamados a impregnar nuestro mundo de los valores del Evangelio. Pido al Señor, que derrame su gracia en nuestros corazones y, juntos, podamos con la ayuda maternal de nuestra Madre Bendita transformar nuestras Cofradías en verdaderas comunidades cristianas que sean reconocidas por el amor que se tienen sus miembros.

jueves, 6 de febrero de 2014

Generación Perdida, Generación Encontrada

Ayer vi en televisión la publicidad de una entidad bancaria en la que, tras una puesta en escena de las consecuencias de lo que se ha llamado generación perdida, ofrecía un nuevo producto con el objeto, entiendo bondadoso y con carácter social, de estimular a esta generación de jóvenes atrapados en la inmensa lista del paro para que hicieran realidad sus ideas y sueños.

Sinceramente me indignó. Tuve la sensación de que estos creativos ebrios de poder consideran a nuestros jóvenes como inanes y lerdos. Estos mismos que nos han traído a esa situación de miseria y desvalimiento. Los mismos que han aprovechado este momento de crisis globalizada para hacer caja a costa del pulmón del pequeño, dejando en herencia un futuro muy tocado que ahora visten de color y esperanza sin mostrar el corretaje que han de pagar aquellos que decidan creer este canto de sirenas.

Es vergonzoso que estas entidades hayan recibido inyecciones importantes de dinero cuyo objetivo era estimular el crédito a las pequeñas empresas, que son por ahora las que sustentan nuestro país y las que tienen posibilidad de generar empleo; y  en cambio, optaron por comprar deuda pública y cobrarse ahora buenos emolumentos y engordar la cuenta de resultados y poder repartir dividendos. Comprendo y es legítimo que aquellos que invierten su dinero deseen obtener los rendimientos esperados. No obstante, es inmoral que en esta hora asistamos impasibles a la esperpéntica puesta en escena de grandes resultados bancarios cuando tenemos cerca de 5 millones de parados.

En algún momento el desánimo me ha podido y he llegado a creerme que verdaderamente hay una generación perdida que tendrá grandes dificultades para entrar en el mercado laboral en el futuro. ¡Nada de nada! El género humano es audaz, tenaz y capaz de encontrar nuevas vías donde tantos y tantos pueden poner al servicio de la construcción y progreso humano toda su creatividad, capacidad de trabajo, esfuerzo y sacrificio. Y la política juega un papel fundamental en facilitar que esto sea posible, porque en sus manos está buscar la justicia, afirmaba San Agustín que un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones. Y parece ser, que no le faltaba razón.

Por lo tanto, pienso, que hay que desterrar la idea de que existirá una generación perdida, igual que aquellos que piensan que siempre habrá una cuota de pobreza. Esto mismo lo denunciaba el Papa Benedicto XVI: “se ha de considerar equivocada la visión de quienes piensan que la economía de mercado tiene necesidad estructural de una cuota de pobreza y de subdesarrollo para funcionar mejor (…) sino que debe estar ordenada a la consecución del bien común”. Y esto pasar por superar la violación constante de la “dignidad del trabajo humano”, ya sea por la desocupación, o porque se limiten los derechos al justo salario, a la seguridad del trabajo, la conciliación familiar. En definitiva un trabajo decente. El Beato Juan Pablo II, en el Jubileo de los Trabajadores, el 1 de mayo de 2000, respondía así a esta pregunta ¿Qué significa la palabra “decencia” aplicada al trabajo? “Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de ese modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación”.

Me gustaría terminar compartiendo con vosotros las palabras del Papa Francisco en la última fiesta de San José Obrero donde afirmaba que “La dignidad  no nos la da el poder, el dinero, la cultura, ¡no! ¡La dignidad nos la da el trabajo!”. Y un trabajo digno, porque hoy “tantos sistemas sociales, políticos y económicos han hecho una elección que significa explotar a la persona”. Proseguía “Quien trabaja es digno, tiene una dignidad especial, una dignidad de persona;  hoy hay muchos que no tienen la posibilidad de trabajar, de estar unidos por la dignidad del trabajo”. Por tanto, no se puede definir “justa”, una sociedad en la que tantos no logran encontrar una ocupación y tantos están obligados a trabajar como esclavos.


Basta ya de monsergas, falsos slogans, juegos de artificio, demagogia barata… y busquemos la justicia.