martes, 22 de octubre de 2013

PROPUESTA DE FUTURO DE LA ESCUELA CATÓLICA.


“La Obra es Jesucristo. Él es el inspirador, el sostén, la vida, el modelo, la teoría, la práctica, el sistema, el método, el procedimiento, la regla, las constituciones, todo, en suma. Siendo Jesucristo nuestro modelo y nuestro amor, los miembros de nuestra familia tendrán idéntica conformación espiritual y vivirán unidos en Cristo y por Cristo, en el cual todos debemos amarnos. Que nunca os interese conocer la manera cómo fulana hace tal cosa, ni el modo de conducirse la otra, porque lo que importa conocer es la doctrina y vida de Jesús, hasta en sus más leves detalles, para ajustar a ella nuestra conducta, y modelar nuestro espíritu según Cristo”.

San Pedro Poveda se dirigía de este modo al grupo de mujeres, modelo de maestras, con las que levantó lo que hoy conocemos como la Institución Teresiana. Tomo prestadas estas palabras para animar a todos los que tienen la apasionante tarea de servir a la Iglesia en la Escuela Católica. Cuando andamos muy preocupados en cómo diferenciarnos y ser una propuesta elocuente y atractiva en el panorama educativo actual conviene leer, meditar e interiorizar estas palabras. Una llamada a volver sobre las fuentes que son las que han de iluminar el ser y quehacer de la acción educativa y jamás verse apagada por la criticidad de la novedad, más bien, el espíritu constante de agiornamiento ha de venir a extender y hacer más fructífera la semilla primera.

La diversidad de carismas puestos al servicio de la educación tienen en su origen a unos fundadores (laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes, obispos) cuya fe y vida de oración despertaron una especial sensibilidad para escuchar la voz de Dios y dejarse humildemente  instruir y acompañar por la gracia del Espíritu Santo que les llevó a poner en marcha una pequeña escuelita para atender a los más pobres, y para llevarles al conocimiento de la Buena Noticia que hiciera arder de amor sus corazones. Hoy se impone volver la mirada a Jesús y aprender de Él, amarle intensamente para así poder amar a aquellas almas límpidas, que desde la más tierna infancia hasta la más aguerrida y esperanzadora juventud, ha puesto en vuestras manos para que, con el testimonio de una vida evangélica, vayáis dibujando los cimientos sobre los que edificarán su vida y, por ende, la sociedad del mañana.

La Escuela Católica halla su novedad en su referencia a Jesús y el mensaje evangélico. La lucha por estar en la punta de lanza con las mejores herramientas no dejan de ser mediaciones y no el fin en sí mismo que es lo que realmente da sentido y es el imán que nos lleva a lo que ciertamente nos diferencia y nos hace ser una propuesta incomparable. Hemos caído en la tentación de diluirnos y no destacar desde la convicción lo que somos, movidos por la bondad de ser levadura que fermenta en la masa; pero tristemente olvidando la motivación primera. Hemos abandonado el ejercicio de la virtud, mundanizando nuestro carisma y perdiendo toda referencia trascendente convirtiéndolo en un proyecto árido. Falta el espíritu, la fuente se está secando porque hemos cambiado el surtidor del agua que mana y corre por la baratija que nos enloquece por su hermosura pero que el tiempo la deja en oropel y que termina siendo arrumbado hasta que llega otra cosa que nos ciega extendiendo sin término el círculo del engaño.

La grandeza del programa no se mide por la magnificencia exterior, se valora por el fruto, humilde y sencillo, que nace de una disposición interior como respuesta a la llamada recibida; y un trabajo en comunión silente, militante, constante, alegre, entregado… Para llevar esto último acabo, se necesita que todos los miembros sean uno como el Padre y el Hijo son uno. Una sola armonía fruto de la conjunción de la diversidad carismática que alberga esta gran familia que sirve a la Escuela. “Existen carismas diversos, pero un mismo Espíritu; existen ministerios diversos, pero un mismo Señor; existen actividades diversas, pero un mismo Dios que ejecuta todo en todos. A cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común” (1ª Cor 12, 4-7)

Mantener el mismo Espíritu exige acudir a quien nos hace uno en la contemplación diaria de su Misterio, y gozar de su trato cercano y amistoso. Quien penetra en la vida de Dios, en la vida de Jesucristo, en el encuentro personal toda su vida se convierte en reflejo de su amor. Dejar que viva en vosotros provocará que todo el ser quede transformado y viváis vuestro quehacer como educadores según el querer de Cristo. Ver, pensar, sentir, vivir… en definitiva interpretar el mundo a la luz divina. También  ayudará el beber del Magisterio de la Iglesia que es abundante en cuestiones educativas; la lectura constante del espíritu que los fundadores quisieron impregnar a esta obra; el propio Ideario, como manual en la cabecera de vuestra cama cuya lectura asidua vaya inscribiendo en el alma el espíritu que ha de ser vuestra bandera. En todo, poniendo el corazón, la vida misma. Quien se acerca a la intimidad de Dios experimentará la experiencia de comunión.

Ese mismo Espíritu que hará de vosotros discípulos insignes del Divino Maestro será quien convierta el proyecto de la Escuela Católica en el más atrayente y singular, siempre nuevo, sin necesidad de marketing. Unos corazones que sienten con gozo del mismo modo ya convencen con la sola presencia, “Un reino dividido quedará asolado, y toda ciudad o familia dividida no se mantendrá en pie” (cf. Mt 12, 25). La Escuela Católica debe mirarse y examinarse. Ha de buscar nuevos planteamientos de futuro que se encuentran en la vuelta a la fuente que nos inspira y dar el ser, y en sentirse como una única familia en su extraordinaria diversidad. Cualquier otra iniciativa contraria serán los sones de una marcha fúnebre. Una mirada soñadora, que nace del espíritu libre y verdadero, será las primeras notas de una melodía angelical que evoca eternidad.

viernes, 11 de octubre de 2013

No sabemos lo que pedimos


El pasado fin de semana estuve en la aldea del Rocío. La Hermandad de Córdoba realizaba su peregrinación anual y había invitado a participar de la misma a la Hermandad del Perdón de mi Parroquia.  Ambas, durante el mes de octubre, celebran el hermanamiento y han organizado diversos actos, entre el que se encontraba acompañarles en su peregrinaje a visitar a la Reina de las marismas.

El Señor, por intercesión de su Madre bendita, me tenía reservado un hermoso regalo: vivir una experiencia de fe y comunión extraordinaria que ha llenado de gozo mi vida y que me ha fortalecido interiormente, y dado esperanza. No sabría con cuál quedarme, ni decir cuál ha calado más en mí. Si que quisiera compartir con vosotros un instante muy íntimo, que vivimos unos pocos amigos ya entrada la madrugada ante el “Sine labe Concepta” –Simpecao- de la hermandad de Córdoba.

Antes de despedirnos y marchar a descansar para acudir al día siguiente a la celebración de la Santa Misa en la ermita, los amigos que nos habían acogido, cariñosa y generosamente, nos invitaron a dar gracias a la Virgen al final de la jornada. Pensé que sería un instante, un momento para acabar el día con el sabor de fe y recogimiento, y así, cerrar nuestros ojos al albur de las estrellas y quedar abandonados al corazón providente de la Virgen del Rocío. Como viene siendo habitual, me volví a equivocar, y el Señor zarandeó mi corazón y estremeció mi alma. Se sirvió de unos corazones jóvenes que con sus cantos, que eran regueros de plegarias que brotaban incansablemente; y que como lluvia suave iban rompiendo mi castillo interior demoliendo todas mis defensas y penetrando hasta lo más hondo de mi ser. El testimonio de estos chicos fue una punta de lanza que abrió mi corazón, devolviéndome el ser y me animó a compartir, en ese clima de oración, la experiencia que había vivido en este último tiempo.

Les conté, que no siempre sabemos lo que pedimos al Señor. Hacía varios meses, vísperas de la fiesta de la Virgen de Fátima, en que acudí, con parte de este mismo grupo, a la aldea del Rocío a vivir el traslado de la Señora desde Almonte hasta su ermita. En aquellos momentos, le imploraba a la Virgen tenazmente por algo de lo que estaba convencido que debía ser y  que era justo y necesario. Se tornó todo lo contrario en mi vida. A partir de ese momento todo lo vi nigérrimo. Más aún, donde antes había luz ahora eran tinieblas. Y todo, porque no escuché en el corazón la Palabra de Dios, porque mi soberbia me llevó a imponer mi voluntad, a no saberme criatura y aceptar con sencillez el querer de Dios. Como hijo, no alcancé a comprender que Dios es mi Padre, que me quiere con locura y busca lo mejor para mí; como sacerdote, he dado muestras de una infidelidad mayor al no vivir lo que convencido predico: no hay nada que nos pueda hacer más feliz que cumplir la voluntad del Señor en nuestras vidas.

El Señor se valió de estos jóvenes para hacerme un regalo extraordinario en compañía de mis amigos, que digo amigos, una gran familia que es un don en el día a día. Hoy estoy exultante de alegría, porque verdaderamente allí donde vi cruz e ignominia era la puerta a una vida más feliz y más plena. Y aprender en la propia existencia que no existe nada más bello que hacer la voluntad de Dios. Sí, Señor y Padre mío, vivir de tu corazón sólo puedo esperar vida en abundancia, colmada de ternura y amor. En la contemplación de tu corazón traspasado uno encuentra la fuente de la libertad.

Gracias Señora de las Marismas, gracias familia, gracias amigos.

jueves, 3 de octubre de 2013

Ellas, nos precederán en el Reino de los Cielos


Hace unos días, hablando con el P. Ignacio Doñoro sobre la situación que está viviendo en Puerto Maldonado, Perú, me contó una anécdota que me impactó e hizo ver cómo un gesto sencillo es la mayor expresión de valentía y fortaleza que nace de un corazón hecho sólo para amar como el del Maestro.

Me contaba, que en estos días había entrado el ejercito en Puerto Maldonado (20.000) y que habían destruido la maquinaria de los mineros. Era la segunda vez que vivía esta situación de caos y destrucción. En la primera ocasión, acorralaron a los mineros muy cerca del lugar en el que se encuentra el Hogar de Nazaret, en la zona de burdeles, y hubo tiroteos en la plaza donde se ubica la casa de acogida. Ante el hecho de que fueran a salir niños o entraran en el Hogar, las prostitutas se colocaran ante la puerta de la casa, como escudos humanos, para evitar que los niños fueran víctimas de esta barbarie. Hubo un antes y un después de este gesto de generosidad y valentía; surgió una amistad preciosa, convirtiéndose éstas, como María Magadalena, en las mejores amigas de esta casa. Al día siguiente, dieron gracias a Dios con una procesión con la imagen de la Virgen de Lourdes.

¡Qué gesto! ¡Qué simple gesto!, fruto de la espontaneidad y del corazón femenino capaz de arrancarse de sí misma para darse hasta el extremo. No necesitaron muchas estrategias, ni grandes planes, ni programas, ni muchos medios… sólo corazón, sólo capacidad de amar, sólo darse sin medida, sólo no pensar, sólo sentir, sentir, sentir…  Esa es la verdadera experiencia que verifica que somos hijos de Dios, aquellos que sin preguntarse están dispuestos a entregar la vida por el otro. Me siento avergonzado, de perder el tiempo como lo pierdo en mil historias vacuas y sin sentido, y cómo un simple y sencillo gesto es capaz de transformar la realidad y ser verdadera semilla del Reino de Dios; ese mismo Reino que nosotros nos empeñamos construir con grandilocuencias e intereses olvidando que simplemente se trata de sembrar una minúscula semilla que crecerá hasta convertirse en un árbol donde los pájaros puedan anidar. Y en cambio, nuestros esfuerzos están puestos en crear la copa olvidando que existe el tronco y las raíces y una semilla que murió así misma para dar fruto en abundancia. Por eso, nuestro árbol es una higuera estéril… y encima nos quejamos de que no de fruto.

Una vez más, el Señor, saca fuerza de la debilidad. Una lección a aprender. En nuestro plan quizás está buscar a los mejores, pero cuáles son los mejores, los que espera el mundo o los que espera Dios. Me quedo con el testimonio de San Juan de Ávila, un teólogo y predicador inconmensurable, pero ante todo discípulo y fiel hijo de Dios que vivía lo que predicaba. Y con el de éstas benditas mujeres, ELLAS PREDICARON CON LA VIDA, Y SU VIDA SE CONVIRTIÓ EN PREDICACIÓN.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Y no lo recibieron


“De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén”

Este versículo del evangelio de Lucas me llamó ayer poderosamente la atención. El Señor no es recibido porque no tuvieran medios o posibilidad de acogerlo, más aún, deseaban ardientemente que se quedara con ellos y poder gozar de su presencia, tener la posibilidad de escucharle y ver los signos que hacía. Renuncian a Él porque se dirigía a otro lugar, un sitio que para esa población se le hacía odioso. Un abismo en las relaciones que surgen como consecuencia del deseo de poder y tener, por lo tanto de buscar quién somete a quién. Esa ruptura, la división de estos pueblos, fue renunciar a su naturaleza fundacional. Trajo consigo la debilidad, y ambos pueblos se vieron abocados a que otras civilizaciones, con principios muy lejanos a los que fundaron y dieron naturaleza a su unidad, los sometieran con brazo de hierro. Todo esto trajo consigo una herida tan profunda que jamás pudo sanar, que llegó hasta el tiempo de Jesús.

Del mismo modo, Jesús pasa todos los días por nuestra puerta, por el hogar de nuestro corazón. Y el pecado que nubla nuestro interior nos hace ciegos e impide ver la luz que puede llenar de colorido la estancia de nuestra alma. Él nos dice cada día: “Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, antes tendrá la luz de la vida”, y también como le dice a la Samaritana: “Si conocieras el Don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y te daría agua viva”.  Entonces, por qué es más fuerte en nosotros el odio, por qué nos empecinamos en buscar el mal del otro, por qué nos apegamos a las cosas de este mundo como si en éstas estuviera nuestra felicidad, por qué dejamos que el mal que nos han causado anegue de hiel nuestra vida, por qué nos negamos a perdonar… En definitiva, nosotros podemos y deseamos la felicidad, por lo tanto acoger al Señor, por qué lo dejamos pasar de largo.

La actitud de cambio no puede ser la de los discípulos, en este caso, la venganza. En nuestro caso particular, unas veces será la venganza, otras no reconocer nuestra debilidad y nuestro pecado. Somos muy hábiles para buscar justificaciones y para descargar la responsabilidad sobre los demás, todo con tal de quedar incólumes ante los demás. Es decir, nos preocupamos de nuestra fachada, del que dirán o piensen de mí, sobre todo no perder el estatus ni perder comba mundana. Y lo importante de una casa no está en la fachada sino en el interior, lo que contiene y que verdaderamente la convierte en un hogar apacible donde reina la caridad. Y ésta, sólo nade en aquél que bebe del agua viva.

Andemos pues, a toda prisa asear la casa que pasa por reconocerse débil y criatura; preparar la alcuza con aceite –y mucho de repuesto- para mantener encendida la lámpara, porque el Señor de todo te busca y quiere visitarte, porque desea ardientemente que tengas vida y ésta en plenitud.

martes, 1 de octubre de 2013

La Parroquia de la Trinidad se pone en marcha

Este domingo, con la celebración de la Santa Misa, comenzamos el curso pastoral en la Parroquia de San Juan y Todos los Santos. La alegría y el gozo llenaban el templo; el deseo de crecer en vida interior, en amistad con el Señor, y una decidida determinación de comprometernos en el anuncio misionero: “ir a la periferia”.

En nuestros planteamientos está trabajar en la línea del comentario del Papa Francisco en la homilía de este lunes. No queremos perder la memoria ni la promesa. Por eso, queremos llegar a todos dando un testimonio alegre y elocuente de la propia fe. Proponiendo acciones hacia el interior de la propia comunidad procurando que todos se sientan como lo que son, miembros de esta preciosa familia de los hijos de Dios; y evitar que alguno carezca del calor o la compañía de su comunidad, o no encuentre en su parroquia aquello que busca para acercarse más al dador de todo bien.

Del mismo modo queremos poner en marcha un equipo de trabajo, formado por jóvenes de nuestra comunidad, para que elaboren alguna propuesta con el fin de llegar a sus coetáneos y ofrecerles el Evangelio de la vida, la libertad, la justicia. En esa misma línea, otro grupo ofrecerá acciones en pro de crear una “Escuela de Familias” que responda a las necesidades que muchas parejas encuentran en la educación y formación de sus hijos, desde la más tierna infancia hasta la juventud. Y para satisfacer la aspiración de muchos de realizar acciones con un carácter más permanente a favor de los que se encuentran en situación de desvalimiento, realizaremos cursos de voluntariado con la pretensión de que nos encontremos en las mejores disposiciones para servir, no sólo espirituales, sino también en las demás dimensiones de la persona.

Queremos que nuestra Parroquia viva ese “estar en situación de misión” aquí en medio de una sociedad secularizada y que parece haber dado la espalda a Dios, y también con la mirada y el corazón puesto en aquellos lugares donde necesitan de nuestra oración y de la comunicación de bienes. Por ello, vamos a colaborar de un modo especial con el Hogar de Nazaret que el padre Ignacio Doñoro puso en marcha en Puerto Maldonado (Perú) para ayudar a niños en situaciones extremas procurándoles un hogar seguro donde recuperar su dignidad robada.

Estas iniciativas no ahogan sino que potencia las actividades que venimos desarrollando con normalidad: catequesis de iniciación; grupos de Acción Católica; matrimonios; cursillos prematrimoniales; hermandades y cofradías; fraternidad del Cristo de la Providencia; grupo de oración Santa María de Todos los Santos; ANFE; Misiones; Cáritas; Pastoral de la Salud…


Bueno, por aquí vamos a ir caminando a lo largo de este curso. Por eso, desde esta ventana os animo a incorporaros a cualquier actividad. Estáis todos invitados. Ante todo, no dejéis de vivir vuestra pertenencia a la familia de los hijos de Dios participando de la vida de una comunidad parroquial, en esta, o en cualquiera. La fe se vive, celebra y comparte en comunidad.