miércoles, 11 de mayo de 2016

Bandera de mi Hermandad

Bandera de mi hermandad
 que me lleva al Rocio,
cada nueva primera,
mi simpecado divino.

En el crepúsculo de la jornada, la luna en cuarto creciente, una luz brilla en medio de la acampada bajo el firmamento estrellado: el resplandor del Simpecado. El silencio, cosido de las fatigas del día, se atenúa con el murmullo de las confidencias salidas de la mismidad del corazón o con el rasgueo de una guitarra y la voz de un rociero, que ante su Simpecado desgrana una plegaria, cálida y sentida, que susurra amor, besos, caricias a la Virgen del Rocío.

La lluvia caída sobre los caminos, inunda de vida a la peregrinación entera que no conoce final a la noche. Las almas rocieras esperan, entre cantos a la Divina Pastora, impregnarse del Rocío de un nuevo amanecer cargado de alegría. Porque ya los corazones anhelan volar hasta las plantas de la Señora de las Marismas y al corazón del Divino Pastorcito.


El pitero despierta a la abrigada comitiva que, presta y rauda, levanta el sitio. Un instante para contemplar la estampa de mi Simpecado, una cruz en mi pecho, una salve en los labios y un te quiero en la mirada. Y agarrado a la carreta de plata caminar rezando misterios por todos los necesitados de la misericordia y piedad divina; letanías a nuestra Señora por aquellos que atrás se quedaron… y un ¡Viva a la Madre de Dios!

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