martes, 30 de julio de 2013

Un año difícil. Una breve reflexión

Tras los últimos acontecimientos vividos estos meses y ante el periodo de vacaciones, quiero compartir con todos vosotros, los amigos que habéis estado rezando por mí, una palabra de agradecimiento.

De todos es sabido, que en estos veinte años de ministerio he estado vinculado de un modo u otro a los colegios de la Trinidad -profesor, capellán, titular-, compaginándolo como formador del Seminario Menor en los primeros años, luego con la responsabilidad de la Delegación Diocesana de Medios de Comunicación, la Parroquia... y aquellas otras tareas que iba aceptando como la vicepresidencia regional de Escuelas Católicas. En fin, mi pasión e ilusión era y es el mundo de la educación, y tan grande es que  puse todo aquello de lo que soy capaz en el proyecto de crear la Fundación Diocesana de Enseñanza, que a la postra he tenido que dejar. Estoy convencido que la Escuela es un lugar único para llevar a cabo la tarea de la Evangelización.

Dejar esta misión no ha sido fácil. En otras ocasiones no he tenido pereza alguna en asumir unas tareas y dejar otras, siempre abierto a la voluntad del Señor que habla en la Iglesia. Esta vez, me ha supuesto mucho esfuerzo el cambio. Y lamento profundamente no haber sabido responder al Señor con la prontitud que debía, no he estado a la altura de ser ligero de equipaje y eso me lleva a pensar, si no me estaba apropiando de la misión encomendada y había perdido el sentido de que es Dios el dueño de la viña y que nosotros hemos de ser unos humildes viñadores.

Estos 20 años vinculados a la enseñanza han sido maravillosos. Con sus luces y sus sombras. Pero indudablemente, un tiempo de gracia, un pedazo de historia que me ha permito crecer como persona y como sacerdote. He aprendido muchísimo de todas aquellas personas que Dios ha puesto en mi camino,  que con tanta generosidad, paciencia y comprensión me han ayudado a desempeñar cada tarea que he ido realizando en esta preciosa comunidad educativa que le debe el ser a D. Antonio Gómez Aguilar, un santo sacerdote que supo en su momento leer los signos de los tiempos y estar abierto a la gracia de Dios que le empujó a poner en marcha esta maravillosa obra.

Soy consciente de que he cometido muchos errores, que quizás inconscientemente haya herido a alguien, a estos pedirles disculpas e implorar su perdón. También he tenido la cruz de las grandes dificultades que hemos tenido que superar, las adversidades a las que nos hemos tenido que enfrentar para poder mantener esta obra que está a punto de cumplir sus 50 años. Demasiados sinsabores y malos ratos, pero la cruz más dolorosa es la que te infligen las personas más cercanas y en las que habías depositado tu confianza, que en un afán de poder desmedido, son capaces de poner entredicho tu dignidad. Igualmente doloroso, aquellas otras personas que suelen mantener una equidistancia y que buscan tu compañía mientras les sirves y cuando piensan que ya no pueden esperar nada más de ti se alejan olvidando que algún día te conocieron, o peor aún, quienes dicen estar contigo pero su corazón hace tiempo que palpita en otro lugar.

Pero no me quedo con eso, de esa cruz queda ya un susurro que se pierde en mi memoria. Pero si crece con fuerza la alegría de la amistad, de aquellos que confiaron en ti y que te apoyan y que junto con la gracia del Espíritu son el motivo para mirar con sentido de la esperanza y gratitud cada amanecer. Cómo dar gracias por aquellos que como María, María Magadalena, Juan estuvieron al pie de la cruz. No hay tiempo, espacio ni palabras para expresar tanto amor. Ellos son los que me han ayudado a recuperar la alegría y la ilusión y tomar conciencia de mi propia vocación y no hundirme en la desolación ni el desánimo que es donde el demonio nos quiere poner, más bien a confiar en la Madre de Dios, madre de los sacerdotes, y alegrarse de tener la oportunidad de vivir la cruz. Así, uno puede experimentar en sus propias carnes que del leño seco brota la vida y alcanza sentido la existencia.

Seguiré poniendo en la oración de cada día y en la celebración de la Eucaristía esta bendita obra de la acción educativa, a todos los alumnos que son el don más preciado y que abren su corazón para que los educadores comiencen a dibujar en su alma los cimientos sobre los que labrarán su futuro; a los padres, profesores y personal de administración y servicios, que tienen ante sí la grave tarea de acompañar a los chicos, desde la tierna infancia hasta la aguerrida juventud, en el proceso y desarrollo humano y cristiano. Y a todos, jamás olviden educar en el amor y la justicia, sólo esto cambiará y transformará la sociedad del mañana.

Y este cura, caminará con gozo y entusiasmo en esta nueva etapa poniendo toda la carne en el asador. Ya sabéis que no me gustan las medias tintas. Seguiré sirviendo en la Parroquia de la Trinidad y en las Residencias de la Obra Pía, y procuraré esforzarme en ser el pastor que el Señor quiere y lucharé por realizar mi sueño. Y en este humilde rincón de la Iglesia servir y servir hasta que nos digan a dónde ir... y así, hasta que llegue el atardecer en el que sea examinado en el amor, como decía San Juan de la Cruz. Sólo pido no sucumbir y caminar, caminar, caminar.... como dicen: Dios dirá y ya veremos.

2 comentarios:

  1. No caminan mejor o llegan más lejos quieres sólo se limitan a seguir la senda de alguien sino quienes son capaces de seguir aquella que consideran más adecuada.
    El caminar en la vida, ya sea seglar o religiosa,requiere conocer y respetar unos principios pero también aportar iniciativas propias.
    No es cuestión de enterrar, para después devolver, la moneda que se nos da, sino de intentar obtener de ella la mayor rentabilidad posible.
    Suerte en tu caminar. Un abrazo. Enrique Bellido.

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  2. Muchas gracias Enrique por tu comentario. Una gran verdad.

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