sábado, 13 de febrero de 2016

Está de moda...

…en este último tiempo ser anticlerical o rechazar todo lo que suene a Iglesia. Sorprende cómo se alzan en la actualidad, a través de los medios de comunicación, muchas voces que de forma hiriente ponen en el punto de mira a la Iglesia como la madre de todos los males de la humanidad. Efectivamente, la Iglesia es pecadora en sus miembros y cometemos muchísimos errores, algunos de ellos muy graves, que causan profundo dolor a la sociedad. Pero no es menos cierto, que la Iglesia también es Santa, y se eleva en el mundo como la voz de la conciencia, una voz profética que denuncia las injusticias y que es incómoda para quienes ostenta el poder o aspiran a dominar y someter bajo un terrible yugo a los pueblos.

Quienes formamos al Iglesia somos personas que vivimos en sociedad, y que desde nuestras convicciones, como otros colectivos, trabajamos en la construcción de la misma, en el desarrollo y progreso de los pueblos. Los cristianos, la Iglesia, no podemos reducir nuestra experiencia, nuestra fe, al ámbito de lo privado. Es connatural a nosotros mismos, es el fundamento de nuestra identidad: ser hijos de Dios. Por ello, en la vida familiar, en nuestra comunidad o grupo, en el trabajo, en la vida pública, ya sea participando en asociaciones, acción política, sindical… no podemos abdicar de nuestra condición cristiana ni tampoco nadie nos puede exigir que lo hagamos. Como tampoco nosotros exigimos a nadie que renuncie a sus principios ideológicos o convicciones personales, más bien, salimos a su búsqueda y nos esforzamos en alcanzar puntos de encuentro desde el diálogo respetuoso, y juntos construir y trabajar por el bien común.


No es justo, ni ético, que una sociedad que se precie relegue a la Iglesia al silencio. La quiera expulsar de la vida pública. Una larga historia la avala para poder decir una palabra. Por ello, animo a todos a buscar espacios y tiempos para compartir experiencias, ideas, proyectos… Creo en el ser humano, creo en sus posibilidades, confío en que es capaz de sobrevolar sobre los prejuicios y admirarse y contemplar con asombro al otro, alegrándose de la belleza que desprende su vida. No tengamos miedo al que es distinto, vayamos a su encuentro; el otro es una oportunidad de riqueza.

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