miércoles, 10 de febrero de 2016

Cristo mendiga nuestra conversión

Al inicio de la Cuaresma, comparto con todos vosotros un párrafo del mensaje del Papa Francisco que me ha hecho reflexionar profundamente:

“Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecno ciencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.”

Normalmente, lo descrito por el Papa en la última parte del párrafo, se lo atribuimos a los poderosos o aquellos que juegan en una liga que está muy por encima de nosotros. Nos convencemos de que no tenemos nada que ver con ese modelo de cultura ni con las estructuras que lo sustentan. Nada más lejos de la realidad. Observo en nuestro en torno más cercano, como crece el ofuscamiento acompañado con delirio de omnipotencia. Ausencia total de una conciencia de pecado. Estamos convencidos de que vivimos en la verdad, que somos buenas personas, que no causamos daño a nadie, que cumplimos ante Dios… Estamos perdiendo el sentido de la realidad, la conciencia de fragilidad, la de vernos a nosotros mismos necesitados.

Siento inmensa tristeza cuando hablo con feligreses o algunos amigos y conocidos, más o menos lejanos de la fe, y detecto que su corazón está roto y a punto de morir a consecuencia de las heridas del pecado. Pero aún más terrible, es descubrir que esta persona se niega a que su corazón vuelva a latir con fuerza, rehúsa la posibilidad de ser feliz porque no quiere reconocer su enfermedad. Se siente incapaz de imitar al Hijo Pródigo, que reconoció la profundidad de su pobreza, experimentó la privación de vivir cerca del Padre.


En este camino cuaresmal os invito a elevar una plegaria, ayunar y hacer penitencia para que aquellos corazones duros como el pedernal se transfiguren en espíritus nuevos capaces de transformar el mundo y la sociedad. Pidamos al Padre, que este tiempo de Cuaresma sea un tiempo de gracia y conversión personal, pedir incesantemente experimentar la grandeza de sentirse pobre en la presencia de un Dios enamorado del hombre.

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