lunes, 21 de abril de 2014

La Tumba vacía

Es curioso que cuando llega el momento culminante que Jesús había anunciado nadie estaba allí para contemplar su victoria sobre la muerte. Nadie vio la Resurrección del Señor. Sí, que las gentes del lugar no se privaron de ver el drama esperpéntico de la Pasión, la humillación profunda, el destrozo psicológico y material del alma y del cuerpo de Jesús, la victoria de la malicia, el triunfo del mal.

No conocemos cómo y cuándo Resucitó el Señor. Lo cierto es que nada ni nadie pudieron impedir que la tumba se abriera, y aparecieran en su interior las vendas de lino, y el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús, doblado y colocado aparte. Este es el testimonio, la tumba vacía, que movió a los discípulos a recordar las palabras de Jesús, a ver que todo se había cumplido, a creer y adherirse por completo.

De quedar así, la duda se habría sembrado. Así lo pretendieron los mismos que condenaron y ejecutaron al inocente por excelencia. Pero es el mismo Señor, quien rompe los esquemas y planteamientos humanos cuando hace a María Magdalena el regalo de ser la primera en verle y escucharle, el regalo de colmar el vacío del corazón que estuvo al pie de la cruz, y llenar el vacío de la tumba con el mandato de ser la primera en comunicar la alegría de la buena nueva a sus hermanos que estaban ocultos por miedo.


A partir de este instante comienza una cadena testimonial que ininterrumpidamente llega hasta nosotros en verdad; que nos permite gritar y cantar: ¡Mi alegría, Cristo, ha resucitado!, como hacía San Serafín de Sarov.

No hay comentarios:

Publicar un comentario