sábado, 4 de junio de 2016

Cruz distinguida

El género humano no es muy proclive a reconocer los méritos del prójimo en vida. En cambio, sí se muestra decidido a alabar o reconocer la obra y trayectoria de un individuo cuando este ya ha sido atrapado por la muerte y queda definitivamente privado de poder disfrutar y agradecer el gesto. No obstante, esta semana hemos podido compartir un momento excepcional: el homenaje promovido por compañeros y amigos hacia nuestro admirado hermano en la fe, Juan José Jurado Jurado.

La prensa se hacía eco en el mes de marzo de que este registrador de la propiedad, mercantil y de bienes muebles de Sevilla, recibía la Cruz de San Raimundo de Peñafort. Una distinción con la que esta Orden premia los méritos contraídos por cuantos intervienen en la Administración de Justicia y en su cultivo y aplicación del estudio del Derecho. Esta semana han sido sus propios compañeros registradores y personal con el que ha trabajado allá donde ha estado, los que nos convocaron para reconocer públicamente no sólo a un extraordinario profesional, sino también, a una mejor y maravillosa persona.

Además de su perfil profesional, estamos ante una persona de profundas convicciones cristianas, su fe, vertebra su existencia. Piadoso y devoto de Ntra. Sra. de los Dolores a la que cada viernes dirige, junto a sus hermanos, piadosas plegarias. Militante en el ejercicio del compromiso evangelizador, nunca se arruga, ni se esconde ni se diluye. Siempre ha dado un paso al frente haciendo protestación pública de su fe y, en ocasiones, a imitación de San Raimundo, con tintes apologéticos. Este jueves hicieron acto de presencia personas provenientes de las más diversas realidades, algo que evidencian el carácter cercano y afable, espíritu de servicio y generosidad, estilo humilde y sincero...


El hecho de traer aquí este homenaje tiene como objeto reconocer el gesto de compañeros y amigos a los cuales ni la envidia ni la soberbia les han impedido agraciar y distinguir a Juanjo. Estoy convencido de que nuestra sociedad carece de gestos honestos, desprendidos y generosos. Reconocer la trayectoria del otro sin la ruin ni malévola intención de obtener un beneficio, tan sólo premiar el mérito, el esfuerzo, sacrifico y donación del individuo. La sociedad necesita cada vez más que quienes la conformamos empleemos el intelecto, el corazón y la voluntad, en apreciar lo que al otro le hace distinto y liberarse de la enfermedad de la destrucción del prójimo.

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