miércoles, 5 de marzo de 2014

Mirad el árbol de la Cruz.

“Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”
“Mirarán al que traspasaron”.


“Oh Señor, concédenos en esta hora poder mirarte, en la hora de tu oscuridad y de tu rebajamiento a la obra de un mundo que quiere olvidar la Cruz como se hace con un incidente desagradable, que se oculta a tu mirada, considerándola una inútil pérdida de tiempo y no se da cuenta de que es precisamente aquí donde nos sale al encuentro tu hora decisiva, en la cual nadie podrá sustraerse a tu mirada” Benedicto XVI.

Hoy comenzamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma que se nos presenta como una nueva oportunidad para configurarnos con Cristo. Pero mucho me temo que la cultura imperante de la indiferencia nos haya invadido de tal modo que la llamada a la “Conversión”, al cambio de vida, a fortalecer la amistad con Jesús en la oración constante, al ayuno material, a la ascesis para adquirir una vida virtuosa o la limosna fruto de un corazón desprendido y generoso caiga como un grito estéril en medio del desierto de una vida colmada por la simpleza y la superficialidad, que ignora el milagro e inmenso regalo de abrir los ojos cada día con la esperanza de alcanzar la visión gozosa de la eternidad.

En este siglo de la imagen me gustaría llamar la atención sobre la contemplación de esa estampa que dibuja el monte calvario donde se eleva erguida y fría la cruz que suspende el cuerpo doliente, maltratado, ultrajado del Cordero inocente que ha entregado la vida por mí. Que en la soledad de la caída de la tarde, se encuentra el Verbo despojado y abandonado de la muchedumbre complaciente, temerosa y cobarde que fue bendecida y sanada con sus palabras y signos prodigiosos, la misma que fue acogida con una mirada compasiva y misericordiosa, aquella que sintió como sus corazones aprendían la sabiduría de la reconciliación y la justicia, aquellos seguidores sometidos al sinsentido de una existencia pobre que descubrieron la grandeza de su ser y que estaban hechos para ser dueños de su propia historia alcanzando la conciencia de que hemos sido hechos para la libertad.

En esta inmensa soledad del que aparentemente ha dejado de ser y ya no es aclamado y vitoreado como en la Entrada Triunfal en Jerusalén, aparecen en escena las hienas, que no contentas con haber derramado su hiel en un juicio calumnioso, aún les queda maldad y execración en su interior para mofarse, burlarse y escarnecer al Inocente. Pero Cristo, contemplando el corazón amoroso de la que se ha dado por entero, la “pequeña de Nazaret”, María, Madre Dolorosa a sus pies taladrados, insufla un hálito del aire helado y pútrido de la tarde tenebrosa en su pecho para que el ignaro y estremecido soldado traspasara su amoroso corazón y al punto, con una fuerza asombrosa y portentosa, se abriera la fuente de la ternura, el perdón de toda maledicencia, la esperanza de la vida futura.

Ante la visión de esta estampa cómo podemos permanecer impávidos, silentes e indiferentes; cómo no estremecernos ante tanta generosidad y amor; cómo no derramar lágrimas de vergüenza y arrepentimiento por nuestros pecados; cómo dejar pasar la Cuaresma sin dejarnos transformar como el Hijo Pródigo; cómo seguir llevando una vida mediocre y tibia que se niega aspirar a la perfección; cómo vivir pensando que todo da igual; cómo pensar que no es necesario para ser buen hijo de Dios vivir en permanente combate contra todo aquello que nos aleja de su amor; cómo no suspirar por tener la fe de la hemorroisa, del centurión, del leproso…; cómo no ambicionar el alma arrepentida de la mujer pecadora; cómo no perseguir la actitud humilde y dócil del aguerrido e impetuoso Pedro que si tres veces le negó, mil veces le negamos nosotros, y que si él lloró su culpa también multitud de lágrimas habremos de derramar por nuestras maldades y si tres veces le profesó amor mil veces tendremos que gritar te amo, te amo… y todo lo espero en ti.


No pensemos que la Cuaresma es una pérdida de tiempo, es la puerta por donde entramos a la senda que nos llevará alcanzar el gozo y la felicidad que ansiamos en nuestro interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario