jueves, 27 de marzo de 2014

50 años transmitiendo la fe


La celebración del L aniversario de la fundación de nuestra Hermandad y Cofradía nos inunda de gozo y entusiasmo porque vemos culminada una etapa extraordinaria en la que un grupo de personas, unidas por una misma devoción, alcanza la madurez en un proceso histórico no exento de grandes dificultades y avatares, que con asombrosa tenacidad y humildad, han afrontado y superado con sobresaliente éxito que sorprende a propios y extraños.

La alegría que nos embarga por este feliz cumpleaños no debe instalarnos en la complacencia ni en la comodidad, menos aún, en la torpeza de embriagarnos en la borrachera de soberbia de aquel que cree que sólo las propias fuerzas o la voluntad propia nos han traído hasta aquí. Lejos de nosotros caer en esta terrible tentación. Más bien, volvamos nuestra mirada hacia nuestra madre bendita del Socorro, que con su amor maternal, nos sostiene en la debilidad y en su magisterio nos lleva al encuentro del dador de todo bien, nuestro Creador, Padre bueno y misericordioso que en la entrega de su Hijo querido nos abre las puertas a una vida de justicia, nos abre la posibilidad de alcanzar la plenitud de la vida.

Es tiempo para dar gracias a Dios por los bienes recibidos a lo largo de estos 50 años, y también una oportunidad extraordinaria para hacer examen de conciencia. Descubrir con la humildad del hijo pródigo en qué hemos malgastado los dones recibidos del Padre. Descubrir la cizaña que ha ahogado tantas esperanzas y obras buenas. Ser conscientes y asumir las consecuencias de nuestras palabras, actos y pensamientos que han hecho, en no pocas ocasiones, que nuestra Hermandad y Cofradía no haya sido ese vergel, oasis, para aquel que llegara buscando una comunidad, una familia cristiana; más bien pudo encontrar la indiferencia, el desaire, el vacío. Estoy convencido, de que en estas cinco décadas muchos sedientos vinieron hasta nosotros para apagar su sed y en vez de dar el agua que brota del Corazón amoroso de Cristo les dimos cieno y la hiel de la infidelidad; u otros que siendo miembros de esta preciosa comunidad fueron apartados o se perdieron por el camino, sin que ninguno de nosotros saliéramos en su busca como nos enseña el texto del Buen Pastor, que fue tras la oveja perdida, sanó sus heridas, la cargó sobre sus hombros y la devolvió al redil.

Reconocidas nuestras debilidades y faltas, el Señor que es bueno y misericordioso, con la intercesión de Nuestra Señora del Socorro, auxilio y protectora de sus devotos, derrama su gracia en nuestros corazones para que miremos al futuro con expectación y renovadas fuerzas. En esta nueva etapa debemos encauzar cualquier objetivo o actividad al fin primero que no es otro que la TRANSMISIÓN DE LA FE. Anunciar a Jesucristo, la Buena Noticia de la Salvación. Recientemente el Santo Padre, el Papa Francisco, en la “Evangelii Gaudium” nos recordaba que “la cultura es algo dinámico, que un pueblo recrea permanentemente, y cada generación le transmite a la siguiente un sistema de actitudes ante las distintas situaciones existenciales, que esta debe reformular frente a sus propios desafíos.. (…)… Cada porción del Pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes. Puede decirse que “el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo””. (EG. 122)

Estas palabras del Papa Francisco se cumplen en nosotros. Basta con recordar nuestros orígenes. Un grupo de amigos, jóvenes entusiastas, piadosos que contemplando la imagen de una dolorosa al pie de la cruz se sienten conmovidos y deciden reunirse en torno a Ella y convertir sus vidas en lienzo que enjugue la lágrimas de la divina madre. En torno a la excelsa Señora escondida en el corazón de un templo rodeado de callejuelas y pulcras paredes, revestidas de finas cenefas y en sus balcones geranios, gitanillas y petunias que embriagan de colorido y dulzura un barrio que acogen en su interior a la más bella flor: lirio blanco de la Trinidad. La mejor hija de Dios, la más elocuente esposa del Espíritu Santo y la más tierna y abnegada madre que el Hijo de Dios pudiera hallar en toda la creación. Con la enseña de esta divisa ponen en marcha una comunidad que peregrina hasta nuestros días, creciendo y madurando en la fe; y al mismo tiempo, en su sencillez, con valentía y arrojo, nos dejan en herencia un bello tesoro que portaban en la pequeñez de unas vasijas hechas de humildad, abnegación, generosidad, trabajo y sacrificio.

Ahora nos toca tomar con pasión este testigo. Y por lo que observo desde la distancia, la Hermandad ha enderezado el rumbo y recupera lo que había ido perdiendo en el camino. Olvidó la frescura y el ser original que nuestros padres pusieron como fundamento de esta gran familia. Ahora, es el momento de revitalizar la vida de piedad con la oración constante y la celebración de los sacramentos, de modo especial la Eucaristía dominical y el sacramento de la penitencia. Cuidar con esmero la formación cristiana de los niños, jóvenes y los adultos para que seamos capaces de dar razón de nuestra fe sin miedos ni complejos. Fortalecer la vida de caridad ad intra y ad extra de la Cofradía, cuidando las relaciones personales, que éstas siempre estén presididas por el amor, y la constante reconciliación; y cuidar de las necesidades de los más pobres y débiles. La advocación que nos convoca a todos bajo un mismo palio es la del SOCORRO, y Ella necesita de nosotros para ser el auxilio y consuelo de tantas familias en situación de desvalimiento.

También es la hora, de que seamos capaces de adaptarnos al nuevo tiempo donde emerge un tipo de hombre y una cultura de la globalización. No contemplemos esta realidad como una amenaza o pérdida del acerbo cultural y religioso que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra pequeña historia, sino más bien, como una oportunidad maravillosa para acoger todo aquello que nos va a permitir crecer como cristianos, y para transmitir nuestra experiencia de fe. Tendremos que superar el inmovilismo y el conservadurismo de aquellos que su único afán es esconder el talento. ¡Lejos de nosotros esa actitud! Como Jesús de Nazaret salgamos a las plazas públicas que las nuevas tecnologías nos ofrecen pero sin obviar que el contacto directo, persona a persona, con la palabra y el ejemplo de una vida santa será lo que atraiga a muchos a beber de la fuente inagotable del corazón traspasado de Cristo y a sentir y gozar del calor maternal de nuestra madre, la Virgen del Socorro.


José Juan Jiménez Güeto.

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