sábado, 16 de julio de 2016

Vivir el bien

¿Por qué es tan difícil?, me peguntaba mientras ojeaba la prensa del día sin saber que horas más tarde un buen número de conocidos sufrían en sus vidas la acción deliberada de otros que procuraban su mal. ¿Es tan complicado buscar el bienestar del prójimo? ¿Se puede evitar tanto dolor y sufrimiento? ¿Somos felices, estamos en paz con nosotros mismos, participando de una cultura tan perversa? ¿Habrá la humanidad desistido de la tierra prometida? ¿Ha renunciado el hombre a su mismidad bondadosa para dejar de “SER” y vagar la existencia en la indolencia pendiendo de unos hilos que unas manos diabólicas sostienen a su antojo privándonos de una vida plena y justa?

Por momentos, uno tiene la tentación de perder la esperanza. Basta con abrir una ventana al mundo despojándose de la manta de la rutina, y recuperando la capacidad de asombro, contemplar el llanto y abatimiento de las gentes. Uno llega a cansarse y hastiarse de oír a tanto telepredicador que vocifera en “prime time” vacuas promesas autoproclamándose como los únicos y válidos neo-redentores; o decepción y fracaso, tristeza y desesperación ante aquellos profetas adalides del acervo doctrinal que lo proclaman en un lenguaje incomprensible y alejado de la realidad… He aquí donde adquieren comprensión las palabras de Jesús: “al ver la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” Mt 9, 36.

Confío en que todo esto puede ser transformado; el hombre, por naturaleza, es bueno. Hemos de recuperar la conciencia de la dimensión trascendente del hombre que lo reconoce como ser libre que se pregunta y cuestiona el devenir de la existencia. Esa pregunta es la que verdaderamente ha movido a la humanidad desde siempre a buscar la felicidad plena. Hay que comenzar por romper el caparazón, la bóveda, que imposibilita que esa luz trascendente alcance la conciencia y el corazón de la persona, para que ésta sea agente principal en el dinamismo del progreso y expansión de la belleza de la creación. Es necesario hacer frente a aquellas corrientes que se ciernen sobre la finitud e impiden abrirse a un horizonte de eternidad.


Esta acción de cambio pasa por llevar a cabo una catarsis personal. No podemos quedarnos como meros espectadores y esperar a que sean otros los que aporten las soluciones. No hay que tener miedo a estar a la intemperie, sufrir la muerte a una existencia decrépita para poder gozar de la vida verdadera, una vida de bondad, una vida de bien, una vida justa y en paz, una vida que no acaba sino que alcanza su plenitud en Dios.

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