sábado, 23 de julio de 2016

Un millar de jóvenes cordobeses

Esta semana, 300 jóvenes cordobeses con nuestro obispo, Mons. Demetrio Fernández a la cabeza, partían ilusionados y expectantes hacia Polonia para participar en la JMJ de Cracovia. Como dice nuestro pastor, “jóvenes que rebosan entusiasmo y alegría, (…), una alegría duradera, una alegría que construye, una alegría promotora de paz y de progreso”.  A estos, se le unirán en los días claves el grueso de la expedición cordobesa, llegando a superar el millar de peregrinos en este magno acontecimiento.

Me produce una profunda tristeza comprobar como para algunos medios cordobeses pasa desapercibido el momento de esta partida, o aprovechan para lanzar ataques gratuitos y fuera de contexto contra la institución eclesial o contra estos mismos jóvenes, tratándolos con cierto desprecio y displicencia porque muestran a la sociedad que es posible vivir la alegría de la vida sin corromper el sujeto. En cambio, si fuese la verbena de la patata o la fiesta del pirulo, le dedicarían titulares, más, si estas acciones están subvencionadas por las administraciones.

Se ignora que la gran mayoría de estos jóvenes provienen de familias humildes y sencillas que también sufren el rigor de la crisis; otros, quizás con más posibilidades económicas…, pero todos, porque ese es también un modo importante de educar, se han esforzado durante todo este año en realizar innumerables actividades en sus comunidades parroquiales, grupos, movimientos y asociaciones, con creatividad y talento, para poder obtener los recursos que les permitan viajar. Luego, su estancia allí: del 20 al 25 en la diócesis de Lodz, serán acogidos por familias que abren sus hogares de par en par; y los días clave de la JMJ, del 26 al 31, en tiendas de campaña bajo el firmamento estrellado. Creo que se merecen respeto y afecto por la sociedad cordobesa.


Una expedición que lidera nuestro obispo, que tanto esfuerzo, dedicación y afecto dedica a los jóvenes; porque ellos son el futuro de la humanidad. Van, como afirma el Papa Francisco, a contemplar los ojos de Dios llenos de amor infinito, a dejarse acariciar por su mirada misericordiosa, que cambiará sus vidas, sanará sus heridas, fuente que sacia su sed de amor, paz, alegría y auténtica felicidad. Y todo, para volver fortalecidos y no tener miedo para cambiar un mundo herido por el egoísmo, el odio y tanta desesperación.

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