miércoles, 18 de febrero de 2015

Un tiempo de cambio y conversión

Queridos amigos, vivimos unos tiempos convulsos y de grandes cambios tanto en el ámbito personal como a nivel institucional. En ocasiones se suscitan estas mudanzas de una forma vertiginosa que difícilmente podemos asumir y que genera un caos en nuestro interior y por ende en la sociedad de la que participamos.

El ritmo frenético nos impide gozar y disfrutar del hoy, generando en nosotros un estado de ansiedad que intentamos apagar con el deseo de que llegue pronto un tiempo de descanso (fin de semana) o un tiempo de vacación para encontrar cierta serenidad. Pero luego, incluso este momento no termina de saciarnos porque incluso el descanso profesional llegamos a vivirlo con estrés porque hemos llenado los tiempos y espacios de una agenda social inagotable y que no sacia la aspiración última de nuestra alma.

Todo esto confronta con el deseo profundo de buscar relaciones humanas basadas en la generosidad, en el respeto mutuo, lejos de envidias y odios, fundadas en la humildad y servicio, en la reconciliación y misericordia; unos encuentros que sean vividos como una auténtica fiesta del amor y la amistad. Una vida vivida en verdad y que cada instante sea experimentado como un canto de liberación, de salvación.

En el tiempo de la Cuaresma, Dios sale a nuestro encuentro, con nuestras esperanzas, con nuestros dramas y sufrimientos y nos anuncia un camino de liberación. Y como el hijo pródigo espera de nosotros el deseo profundo de dejar atrás lo que lastra nuestra vida y nos inhabilita para la felicidad. Espera un espíritu de cambio y conversión, la determinada determinación de llevar a cabo una catarsis total en nuestra existencia.

Para poder llevar a cabo ese viaje al rincón último de nuestro corazón se nos anima a realizar un alto en el camino. Buscar espacios y tiempos para el silencio y estar a la escucha de su Palabra. Parar para orar. Parar para estar a solas con Él. Cristo es el verdadero maestro, el dulce maestro, que con su tierna mirada y amable palabra moldeará y transformará nuestro espíritu haciéndonos a Él, para ser Él para los demás. Igualmente, nos ayudará alcanzar este objetivo llevar a cabo las prácticas cuaresmales que nos permitirán alcanzar el dominio de sí y ejercitarnos en la libertad verdadera: el ayuno, signo de que el verdadero alimento es su Palabra y abstenernos de toda iniquidad; la limosna, fruto del ayuno que nos anima a ser agentes de cambio y transformación social y testigos de la caridad.


Aprovechemos este tiempo de desierto para evitar que toda nuestra vida sea estéril, vacía, triste… El Señor quiere nuestra felicidad.

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