viernes, 20 de febrero de 2015

Ayunar de la injusticia

Hoy es un día para ayunar, abstenernos, renunciar, y dejar atrás aquello que nos impide dar a los demás lo inscrito en lo profundo de nuestro corazón; la bondad, belleza y amor de Dios.

Escuchamos del profeta Isaías:

“El ayuno que yo quiero es éste:
que abras las prisiones injustas,
que desates las correas del yugo
que dejes libre a los oprimidos,
que acabes con las tiranías,
que compartas tu pan
con el hambriento,
que albergues a los pobres sin techo,
que proporciones vestido al desnudo
y que no te desentiendas
de tus semejantes”.

Estas palabras del profeta, hoy, las escuchamos en quienes revestidos de un neo-profetismo político nos disertan con grandes discursos, arengas políticas, que al fin y al cabo terminan siendo soflamas vacuas y frívolas en las que subyacen intereses personales en busca de una ganancia que deja entrever el deseo imperioso y arrogante del poder por el poder. Un poder para someter y no servir. Muy lejos éstas intenciones de lo que proclama la Palabra de Dios y que la Iglesia, todos nosotros, hemos abandonado porque hemos caído presa del relativismo imperante.

El ayuno verdadero al que somos invitados no es otro que abstenerse del egoísmo, renunciar a la comodidad, a una vida fácil, de mentalidad gregaria, del placer por el placer, de la autocomplacencia y la gloria personal. Es poner todo nuestro esfuerzo y sacrificio personal en estar más atento y solícito con aquel que pasa hambre y sed, creando en mi el sentido de responsabilidad con los pobres y menesterosos. Es romper con los muros de la servidumbre, la explotación, la miseria…, es levantar, sin miedo a la persecución, la voz para denunciar el abismo que se abre entre norte y sur, pobres y ricos…, es rebelarse contra una “política y una economía sin principios, riqueza sin trabajo, placer sin conciencia, conocimiento sin carácter, comercio sin moralidad, culto sin sacrificio, ciencia y tecnología sin humanidad.” (Megan Mckenna)


He de ayunar porque Cristo todavía no ocupa todo mi corazón, no está presente en mis pensamientos, palabras y acciones. Y tampoco ocupa el centro de la sociedad, de la vida y progreso de la humanidad. He de ayunar para crear el vacío en mi interior de forma que sea ocupado y regado por el amor de Dios y así, poco a poco, seamos, como la buena tierra y buena simiente, capaces de hacer germinar en nuestra sociedad la semilla del Reino de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario