martes, 3 de diciembre de 2013

Esperar, un canto a la alegría.

En un tiempo de crisis como el que vivimos se hace muy difícil hablar de esperanza, y de estar expectantes ante un acontecimiento totalmente nuevo que va a transformar la realidad entera y va tonar el sinsentido en una auténtica experiencia de liberación, justicia y paz. Son los cantos de sirena que escuchamos todos los días con los boletines informativos, noticias de brotes verdes en los mercados, en el trabajo, calidad en la educación, bienestar social… una cultura de no agresión, diálogo y acercamiento norte y sur, un saber ecológico nuevo que restaure el amor por la creación…

No obstante, son discursos que poco difieren del pasado cuando el hombre ha sufrido las consecuencias de su propia calamidad. No hemos avanzado mucho con respecto al hombre primitivo poniendo la confianza en soluciones artificiales y mágicas. Él mismo se hace incapaz de esperar algo verdadero porque sigue preso del logro inmediato y se conforma con ello. En definitiva, permanecer condenado a vivir el drama del absurdo, ser un peregrino errante en medio del desierto sin llegar nunca al oasis ansiado, existir en el permanente deseo de sueños irrealizables, un edificar cimientos de futuro sobre tierras movedizas.

Esperar. Sólo se puede esperar a alguien. No podemos hablar de encuentro entre el hombre y la cosa. Sólo hay verdadero encuentro entre dos personas. Y en el tiempo de Adviento, conmemoramos que nuestra espera es la de Alguien que realmente viene tal y como nos ha prometido. Y es realizable, porque Él es la Palabra viva y eficaz que hace lo que dice, y dice lo que hace. Este Alguien, a quien esperamos, sale también a nuestro encuentro; Él mismo ha inscrito en nuestro corazón el deseo de Él. Por ello, somos llamados a estar en vigilante espera, bien despiertos.

Es una espera gozosa. Espera que siempre rejuvenece, vigoriza y vivifica al hombre que le hace capaz de ponerse en marcha e iniciar una loca aventura sustentada en la confianza y en el amor que se dilata por todo su ser. Una espera que ya es novedosa en el lenguaje, ya no es el mismo discurso hueco, estéril e ineficaz. Es edificar desde el hoy un futuro bien cimentado en la seguridad íntima de que va a despuntar la luz de un mañana que sí será una gran noticia, un anuncio alegre y gozoso. Entonces sí diremos, mi hoy ya es un brote verde porque soy una criatura hecha para vivir la verdadera y perpetua alegría.


Esto es lo que anuncian las cuatro velas del adviento. Un itinerario hacia una tierra y un cielo nuevo donde “habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos; un muchacho pequeño cuidará de ellos. La vaca vivirá con el oso, sus crías se acostarán juntas; el león comerá paja, como el buey; el niño de pecho jugará junto al escondrijo de la serpiente, el recién destetado meterá la mano en la hura del áspid. Nadie causará daño en todo mi monte santo, porque la sabiduría del Señor colma esta tierra como las aguas colman el mar”.

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