sábado, 9 de abril de 2016

El árbol de la Cruz

La liturgia de este día comenzará con una procesión donde el sacerdote porta en sus manos a Cristo crucificado cubierto con un paño morado y que progresivamente irá descubriendo haciendo la siguiente invocación: “Mirad, el árbol de la Cruz donde estuvo clavada las salvación del mundo”, y los fieles responderán: “Venid adorarlo”. Así tres veces, hasta quedar descubierto ante todos los fieles. Hoy, es el día de contemplar el árbol, trono de la bondad y misericordia, signo que nos abre a una vida nueva y plena; no es un tronco de perdición o indiferencia, es el madero de la puerta que nos lleva a una vida de eternidad.

Para el cristiano la cruz no es un escándalo, la cruz no es una vergüenza, la cruz no es un sinsentido. Es la fuente de la vida. Lo que sí es un esperpento es que los cristianos abdiquemos de la cruz. Que cada vez sean menos los que la lleven colgada en su pecho junto a su devoción mariana. Que en cambio la veamos boca abajo en alguna oreja o prendida a un rosario que cuelga a modo de collar estrambótico portadas por quienes dudo mucho que conozcan su verdadera naturaleza, simplemente porque mola y es original o provocador. Igual que cuando los cristianos nos callamos en una tertulia de bar, en el trabajo, en el autobús… al escuchar una blasfemia. Vivimos un tiempo donde hay que visibilizar la cruz sin complejos.

La cruz no es un símbolo, es un signo que significa nuestra identidad y pertenencia a un pueblo escogido, un pueblo con el que Dios ha establecido una alianza que ha sellado con el derramamiento de su propia sangre. Muchos hermanos nuestros están siendo perseguidos en muchas partes del mundo, martirizados por estar bajo este hermoso estandarte. Ellos sí están bebiendo el mismo cáliz que bebió Jesús. Y en cambio nosotros nos amedrentamos o somos timoratos o renegamos cuando aquí, en occidente, los lobbies que desean establecer un pensamiento único o enmendar la Ley natural, se afanan en desterrar el signo sobre el que se construyó el modelo y garantías de libertades que gozamos.


Estos días estamos contemplando en nuestras calles el misterio de la pasión y muerte del Hijo de Dios en los hermosos misterios camino de la Catedral. No dejemos pasar la oportunidad de mirar con ojos de fe el árbol de la cruz, apreciémoslo, abracémoslo y besémoslo con lágrimas y un corazón contrito. Y acompañar con compasión el marchito cuerpo de la Virgen en su Soledad, y sentir el duelo, el llanto, de una madre que también llora por los desprecios que nosotros infligimos al fruto de sus entrañas: su divino Hijo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario