jueves, 14 de mayo de 2015

A verla a Ella

Querida familia y amigos

Tras unos días en que la dulce, tierna y bella primavera se ha visto amenazada por la sequedad, fastidio, tedio del bochorno venido del desierto, amanecemos hoy, despertamos percibiendo en nuestros rostros el aire fresco, nuevo y reparador de la brisa marismeña; nuestro espíritu se hincha de los aromas que sólo desprende el trono de la Sabiduría, la Reina de cielo y tierra, que desde su ermita, como un repique de campanas, manda a los ángeles anunciar que ya está a la espera, que el Divino Pastorcillo ansía ver a sus hijos asidos a la reja pera bendecirlos.

Hoy parte la Hermandad del Rocío de Córdoba, y con ellos todos nosotros nos ponemos en camino. Comenzamos a peregrinar al encuentro de nuestra Madre bendita. Igual que los Magos de Oriente, guiados por la estrella, de diversos puntos del orbe, alumbrados por una luz refulgente en el horizonte, “una mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”, iniciamos un andar alegre, con el corazón de par en par, con actitud de humildad y sencillez, con el expreso deseo de contemplar al ostensorio de Dios, Madre de nuestra, que nos ofrece en sus manos al Divino Redentor.

En esta nueva andadura no esperemos encontrar o experimentar las vivencias del ayer, de otras romerías, o aquél que por primera vez va al encuentro tampoco pretenda soñar con aquello que otros han vivido y que les anima a ponerse en camino. Ir a contemplar la Paloma blanca, a la Señora de la Marismas, implica comprometer todo mi ser –entendimiento-corazón-voluntad, en recorrer la senda interior. Bucear en lo más profundo de nosotros mismos poniendo al descubierto mis desencuentros con el Señor, mis debilidades, aquello que mancha la pureza de nuestra alma y que nos alejan de imitar al “Lirio Blanco de Eterna Pureza” que es la bella y hermosa flor del paraíso, jardín de la Trinidad.

Quien de verdad haga el camino dejándose iluminar por la gracia del Espíritu Santo descubrirá y gozará conocer y sentir el verdadero amor, porque nuestra Madre del Rocío le abrirá las puertas de su corazón y saboreará los deliciosos manjares y el néctar el mejor y mayor afecto y pasión. Entonces, el peregrino, el rociero, sí gustará la paz y la plenitud, estallará en cánticos y alabanzas que le mantendrán vivo en los duros combates de cada día saliendo victorioso porque tiene como capitana a la Virgen del Rocío.


Familia, amigos, como el año pasado, me ha vuelto a decir un trovador que coja el hato, y que con los cantos serenos y pizpiretos del Guadalquivir, de aquellas plumillas que se esconden en los arcos del río que fue romano, moro y hoy cristiano que salga corriendo, con mis remiendos, no sólo los del trapo, también con los del corazón, que no tenga miedo, que el Simpecado de la Madre de Dios, el Simpecado que nace entre geranios, gitanillas, que sabe  a jazmín, y al aroma a media noche;  que parte del silencio provocador del convento de San Pablo y que se impregna del azahar de los naranjos de la Catedral de la ciudad que vio nacer a Osio, predecesor del que hoy  preside la carreta y que lloró, rezó y se sobrecogió ante la Madre de Dios, San Juan Pablo II.

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