El periodo democrático en España comenzaba con una Ley de
Educación (LGE) que se aprobaría en el año 1970 y que estuvo vigente hasta
1980; año, en el que UCD quiso implantar una nueva ley (LOECE) que tras el
recurso del PSOE, el golpe de Estado del 23 F y la consiguiente victoria
electoral del PSOE, nunca llegó a entrar en vigor. En el año 1985, el PSOE puso
en marcha la LODE, que incorporó el sistema de conciertos. En 1990, el PSOE
liquida la LGE e implanta la LOGSE dando
más competencias a las comunidades autónomas. Cinco años después, el PSOE puso
en marcha la LOPEG, conocida como Ley Pertierra, que contó con la oposición del
profesorado. Estando en el gobierno José María Aznar, año 2002, elaboró una ley
conocida como LOE que nunca llegó aplicarse, porque en el 2004, con Rodríguez
Zapatero en el gobierno, la paralizó. Este último, en el 2006, elaboró la Ley
Orgánica de Educación (llamada LOE) muy criticada por la introducción de la
asignatura de Educación para la Ciudadanía y porque se consideraba que era
menos exigente académicamente ya que no tenía en cuenta el mérito y el
esfuerzo.
Y ahora mismo nos encontramos con la LOMCE, que se aprobó en el
año 2013, también llamada Ley Wert, con los votos del PP. Esta semana hemos
conocido que en el Congreso se votó la paralización del calendario de
implantación de esta Ley. Dado el escenario político en el que nos encontramos,
parece bastante difícil que no se comience su aplicación. En definitiva, esto
arroja dos cuestiones importantes: la primera, que en algo más de 35 años solo
el PSOE ha mandado e impuesto sus criterios en el régimen educativo, por lo que
se deduce que algo tiene de responsabilidad en sus carencias y en la
imposibilidad de cambiar el tan cacareado sistema productivo; y segundo, que
nuestros representantes políticos han dado suficientes muestras de incapacidad
para llegar al consenso y no someter, algo tan crucial para el desarrollo de un
país como la educación, a las trincheras ideológicas.
La gran mayoría de nuestros representantes políticos no tienen
conocimientos suficientes para desarrollar un proyecto de ley que dé
continuidad y sostenibilidad en el tiempo al sistema educativo. Precisamente
ellos son los responsables de que no exista consenso en algo tan importante
para la sociedad. Desconfían de aquellos que sí son expertos en la materia.
Deberíamos ir a un trabajo técnico, desnudo de connotaciones ideológicas, y
después dejar autonomía verdadera de funcionamiento a los centros, los cuales
enriquezcan el proyecto básico con una oferta educativa que responda al tipo de
educación que demandan las familias. El Estado y los distintos agentes
intervinientes han de garantizar el acceso universal a la educación pero sin
violar ni imponer un proyecto educativo determinado. Son los padres los
primeros y únicos competentes para decidir el modelo de educación que desean
para sus hijos.
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