Viene a mi memoria mi niñez, la inquietud
y nerviosismo con la que me levantaba; mi madre no tenía que llamarme cientos
de veces para que abandonara los brazos cálidos de Morfeo ni el hoyito que te
proporcionaba el colchón de esponja. En la habitación, sobre una silla de enea,
ya estaba dispuesta la ropa y los zapatos. Todo era nuevo; porque en casa, hoy,
se estrenaba. Íbamos de guapos para llevar en nuestras manos los ramos de olivo
y acompañar con nuestras mejores galas al Señor, que montado en una borriquita,
recorría las calles de mi pueblo.
Esta expectación y asombro sigue presente
en los corazones de una multitud de familias cristianas, en especial en las
cofrades, y también en todos aquellos que mantienen una mayor o menor distancia
de la fe pero que albergan en su corazón un afecto desbordante por las
tradiciones de su pueblo, en las que se reconoce, fortalece su identidad y
sentido de pertenencia. Se inicia una semana que los cofrades han vivido como
una espera eterna; en el cansino transcurrir de los días han quedado muchas
horas
de ensayos de costaleros y músicos en las frías noches de invierno,
tardes de limpieza de enseres, casas de hermandad epicentro del reencuentro con
los hermanos ausentes, templos abiertos al encuentro silente e íntimo con los
Sagrados Titulares y actos litúrgicos en los que hemos celebrado
comunitariamente la fe.
Este año, en Córdoba, el Domingo de Ramos
nos abre a una experiencia nueva: todos a la Catedral. Habrá quienes quieran
desvirtuar y emborronar este gesto de las hermandades vistiéndolo de tintes
reivindicativos tras el bochornoso ataque que durante dos años se ha vertido
sobre nuestro templo mayor; o sobre el desprecio infligido y las trabas
impuestas al mundo cofrade. Sentimos mucho que de nuevo estas turbas se vean
frustradas en sus atropellos desesperados. Vamos a la Catedral, porque es ahí
donde adquiere sentido nuestra estación de penitencia, es el templo fuente de
todos los demás templos de la diócesis. Allí está la Cátedra, signo visible de
la comunión de nuestra Iglesia particular que está bajo la guía del pastor,
nuestro Obispo, sucesor de los apóstoles.
¡Vámonos a la calle! Que sale la “Borriquita”
y los niños vestidos de hebreos, con sus palmas y ramos de olivo, ponen la nota
de color y entusiasmo a una semana donde rememoramos el misterio de la
Pasión-Muerte-Resurrección de Nuestro Señor.
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