El 19 de marzo, solemnidad de San José,
el Papa Francisco regalaba a la Iglesia la Exhortación Apostólica Postsinodal “Amoris
laetitia”, un escrito esperado y deseado por todos los católicos, y también por
aquellos que viven lejos de la fe o de la Iglesia Católica; agua viva que viene a
empapar una tierra dolorida y que, seguros estamos, dará abundantes frutos en las personas, las familias y la construcción de
la sociedad.
Es el resultado de un trabajo en el que
ha participado la Iglesia universal, desde los pequeños grupos parroquiales
diseminados por todo el orbe hasta los centros universitarios y expertos en la
materia. Un camino de dos años que, como afirma el Papa, “permitió poner sobre la mesa la situación de las familias en el mundo
actual, ampliar nuestra mirada y reavivar nuestra conciencia sobre la
importancia del matrimonio y la familia”. Un camino que no ha estado exento de
dificultades; debates que no en pocos casos, hemos percibido a través de los
medios de comunicación, temor a la
división; diatribas que iban “desde un deseo
desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación, a la
actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o derivando
conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas”.
Después de la publicación de esta Exhortación, se han
levantado voces afirmando que el contenido es una reflexión personal y no un
acto del Magisterio. Efectivamente, no es aplicable al magisterio infalible,
pero lo que no se puede obviar es que pertenece al magisterio Pontificio y que
exige adhesión a la enseñanza sin excluir una maduración en la comprensión del
problema ni una reforma eventual de la misma enseñanza. En la Lumen Gentium
(25) se afirma que hay que prestar obediencia religiosa de la voluntad y de
inteligencia al magisterio auténtico del Papa incluso cuando no habla “ex
cathedra”.
Por ello, es justo animar a todas las comunidades a acercarse
a este documento con humildad y sencillez; no caigamos en la tentación fácil de
hojear el texto con la intención simplista de decir “y, de lo mío, ¿qué?” Es un
tesoro que ha brotado del corazón de la comunión eclesial y que nos ayudará,
tras su estudio, oración y reflexión, a impulsar el anuncio del evangelio de la
familia y de la vida. El Papa Francisco nos pone en el camino de mirar con
infinita misericordia a la familia con el objeto de regenerar una sociedad que
ha olvidado a Dios.
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