La liturgia de este día comenzará con una
procesión donde el sacerdote porta en sus manos a Cristo crucificado cubierto
con un paño morado y que progresivamente irá descubriendo haciendo la siguiente
invocación: “Mirad, el árbol de la Cruz donde estuvo clavada las salvación del
mundo”, y los fieles responderán: “Venid adorarlo”. Así tres veces, hasta
quedar descubierto ante todos los fieles. Hoy, es el día de contemplar el
árbol, trono de la bondad y misericordia, signo que nos abre a una vida nueva y
plena; no es un tronco de perdición o indiferencia, es el madero de la puerta
que nos lleva a una vida de eternidad.
Para el cristiano la cruz no es un
escándalo, la cruz no es una vergüenza, la cruz no es un sinsentido. Es la
fuente de la vida. Lo que sí es un esperpento es que los cristianos abdiquemos
de la cruz. Que cada vez sean menos los que la lleven colgada en su pecho junto
a su devoción mariana. Que en cambio la veamos boca abajo en alguna oreja o
prendida a un rosario que cuelga a modo de collar estrambótico portadas por
quienes dudo mucho que conozcan su verdadera naturaleza, simplemente porque
mola y es original o provocador. Igual que cuando los cristianos nos callamos
en una tertulia de bar, en el trabajo, en el autobús… al escuchar una
blasfemia. Vivimos un tiempo donde hay que visibilizar la cruz sin complejos.
La cruz no es un símbolo, es un signo que
significa nuestra identidad y pertenencia a un pueblo escogido, un pueblo con
el que Dios ha establecido una alianza que ha sellado con el derramamiento de
su propia sangre. Muchos hermanos nuestros están siendo perseguidos en muchas
partes del mundo, martirizados por estar bajo este hermoso estandarte. Ellos sí
están bebiendo el mismo cáliz que bebió Jesús. Y en cambio nosotros nos
amedrentamos o somos timoratos o renegamos cuando aquí, en occidente, los
lobbies que desean establecer un pensamiento único o enmendar la Ley natural,
se afanan en desterrar el signo sobre el que se construyó el modelo y garantías
de libertades que gozamos.
Estos días estamos contemplando en
nuestras calles el misterio de la pasión y muerte del Hijo de Dios en los
hermosos misterios camino de la Catedral. No dejemos pasar la oportunidad de
mirar con ojos de fe el árbol de la cruz, apreciémoslo, abracémoslo y besémoslo
con lágrimas y un corazón contrito. Y acompañar con compasión el marchito
cuerpo de la Virgen en su Soledad, y sentir el duelo, el llanto, de una madre
que también llora por los desprecios que nosotros infligimos al fruto de sus
entrañas: su divino Hijo.
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