Todos los años se vuelve a repetir la misma canción. Las familias
optan por la enseñanza concertada de forma abrumadora, hasta tal punto, que
muchos padres ven frustradas las aspiraciones de elegir la educación y el
centro que quieren para sus hijos. Es cierto que la escasa natalidad y que
muchas familias emigrantes hayan vuelto a sus países de origen en este tiempo
de crisis, trae como consecuencia una mayor oferta de plazas educativas y que
estas queden vacías, especialmente en la red de centros públicos.
Ante esto, los mecanismos propagandísticos de los defensores de la
enseñanza pública y excluyentes de cualquier otra propuesta educativa, se
permiten el lujo de lanzar a la sociedad mensajes maliciosos, medias verdades,
para desacreditar a la enseñanza concertada. El más cacareado es el de afirmar
que la “Concertada” está privilegiada con respecto a la “Pública”. Eso es una
falacia. Después de tantos años, nadie ha podido concretar esta mentira. Más
bien es al contrario, es la “Concertada” la que está discriminada en la partida
de otros gastos que lleva tiempo congelada: pagan mal y tarde, un profesorado
que trabaja más horas y peor pagado, menos ratio profesor/unidad que en la “Pública”;
y tampoco se financia la orientación en Primaria: servicios como comedor o
transporte que son gratuitos en la “Pública” por lo que perjudica la verdadera
libertad de elección a las familias más desfavorecidas. En definitiva, por qué
ir en contra de la “Concertada” cuando un puesto escolar es un 40% o 50% más
económico que en la red “Pública”.
Y cabría hacerse otras preguntas: ¿por qué coartar el derecho de
los padres, recogido en la Constitución (art.27), a elegir el tipo de educación
que quieren para sus hijos? ¿En qué se basan los poderes públicos para usurpar
la elección que corresponde a los padres? ¿Por qué la administración educativa
va a imponer los valores que considere prioritarios en lugar de los padres?
¿Qué razones llevan a los padres a optar por la red de centros concertados?
Animo a que los defensores de una escuela pública excluyente hagan un trabajo
de autocrítica, salgan del olimpo y bajen a la tierra, analicen su proyecto
educativo, los procedimientos que aplican, y pongan soluciones de modo que las
familias demanden sus centros. Seguramente que esto sí nos llevaría a una
educación de calidad y a escapar del pesebrismo.
Finalmente recordar, que la escuela concertada no solo es la red
de centros católicos, que también los hay de ideario laico, y otros totalmente
aconfesional. Muchos de estos, cuya titularidad recae en un grupo de profesores
conformados en cooperativas, buscan en la soledad desarrollar su vocación de
educadores. Igualmente, animar a la escuela católica a ser más militante, a
abandonar las metáforas de educar en la interioridad o poner en sus reclamos publicitarios
la cultura emprendedora, las nuevas tecnologías…, como si fuéramos una tómbola
de feria. Eso se da por supuesto en los nuevos tiempos. Pero lo que no se ve
tan claro es que presentemos, sin miedos ni complejos, nuestra identidad
cristiana y evangelizadora. Si esto no está, no hay razón para estar.