Hoy Jesús en el Evangelio nos dice que “si uno llama a su hermano imbécil, tendrá
que comparecer ante el tribunal del Sanedrín”. Cualquier persona diría,
viendo la actualidad política y social, que el colapso de los tribunales podría
llegar hasta el día del juicio final. Esta clave sarcástica pone de manifiesto
el profundo dolor que soporta nuestra sociedad cuando vemos aflorar tantos y
tantos casos de corrupción que dejan al descubierto la descomposición de las
estructuras gubernamentales encargadas de velar por la justicia y el bien
común.
Estos niveles de inmoralidad que los
medios de comunicación hacen llegar hasta nuestros hogares, y de los cuales nos
escandalizamos con toda la razón del mundo, debería también ayudarnos a
comprender y arrojar luz ante las innumerables corruptelas de menor tamaño en
las que solemos incurrir una amplia mayoría de los ciudadanos. Vemos con
normalidad el fraude generalizado que incluso llegamos a justificarlo como
mecanismo de defensa o protección, y también cuando decimos que lo nuestro no
tiene nada que ver con lo que roban los de arriba. Todo lo que afecte al bien
común, pequeño o grande, es inmoral. Lo haga quien lo haga.
Damos por bueno o aceptable esta cultura
porque hemos perdido de referencia al otro, a mi hermano. Somos capaces de
estar con alguien profesándole públicamente nuestra amistad eterna y al mismo
tiempo estar confabulando contra él. El típico abrazo del oso. Podemos incluso
celebrar la Eucaristía con entusiasmo ante el altar de Dios, darnos, entre
sonrisas, abrazos de paz, y por dentro pensar maliciosamente del hermano que
está a tu lado en el banco. Por ello, si no somos capaces de vencernos a
nosotros mismos en lo pequeño, en las relaciones humanas, difícilmente daremos
la talla cuando tengamos que asumir otras responsabilidades que afectan al
bienestar, desarrollo y progreso de nuestros hermanos. Por que estaremos
pensando más en nosotros mismos y estaremos olvidando que la verdadera alegría
estar en ver la felicidad del otro.
Hemos de estar atentos y vigilantes y
fuertes para romper esta dinámica maliciosa. El Señor mismo nos dice “con el que te pone pleito, procura
arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue
al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no
saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cuarto”. Por ello,
queridos amigos, aún estamos a tiempo de cambiar las cosas, empezando por
cambiar nosotros mismos; porque está claro, al final de la vida nos examinarán
en el amor como afirmaba San Juan de la Cruz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario