Estos días corre como la pólvora por las
redes sociales el desencanto y la indignación por lo acontecido en la entrega
de premios “Ciudad de Barcelona”.
Hemos podido comprobar cómo bajo el amparo de las administraciones públicas se
puede ofender y vejar deliberadamente a un sector numeroso de la ciudadanía. En
este acto de entrega de premios se recitó un verso parafraseando el
Padrenuestro, totalmente blasfemo; hiriendo las convicciones y sentimientos de
todos los cristianos.
La “superioridad moral de un sector
ideológico” cree tener el derecho de pernada para poder decir y hacer lo que le
venga en gana con toda impunidad aunque esto afecte a la mayor parte de la
población. Estos maleducados e intolerantes piensan que es “guay” y “moderno”
agraviar al que no está en tu onda ideológica, que es “arte” y “libertad”
poder jugar y manifestarte irónicamente
acerca de las creencias de los otros. Por desgracia, antes, este estilo de arte
y provocación se quedaba en el ámbito de un reducto de congéneres que
necesitaban llamar la atención; más tarde se fue extendiendo al terreno de las
artes escénicas y espacios universitarios como un modo de romper con su pasado,
renunciar a su identidad, a sus propias raíces y así poder entrar en la tribu
que se erige, en los últimos tiempos, como el paradigma del nuevo pensamiento liberado
de toda adherencia que nos pueda hacer pensar que existen absolutos y
principios éticos-morales inamovibles para el bien del hombre y la sociedad.
Pero ahora, lo que resulta escandaloso,
es que quienes tienen que velar y proteger por los derechos y libertades de
todos son los que amparan y promocionan a esta ralea de bufones incapaces de
ser considerados públicamente por sus méritos en la construcción social, que
necesitan hacerse valer a costa de menoscabar y herir al que es diferente, al
que tiene otros principios y modos de proceder más altos y para los que se
sienten incapaces de rebatir desde el diálogo. Los poderes que nos gobiernan
dan sensibles muestras de que ignoran el artículo 16 de la Constitución
Española; La Ley Orgánica 7/1980, de
5 de julio, de Libertad Religiosa; y lo expuesto en La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
Ante esto, los cristianos de a pie, y
también quienes por su responsabilidad eclesial su voz puede ser escuchada, han
de ponerse en movimiento. No basta, con callar y seguir por nuestro camino. Eso
no sería ser leal y fiel al Evangelio. Hay que alzar la voz, desde la humildad
y el respeto, y que esta sea atendida en todos los ámbitos. Principalmente,
allí donde están los poderes de decisión. Y más aún, no sólo la voz, sino
también, acciones concretas que nuestro sistema democrático nos permite para
hacer ver a quienes nos gobiernan que no deben financiar ni consentir de obra u
omisión cualquier actividad en la que se puedan herir los sentimientos o las
convicciones religiosas.
Y a aquellos que nos estáis ofendido
todos los días, y además os parece divertido y cachondo, os digo que os
contemplo con serenidad y compasión. Rezamos por vosotros para que el Señor
toque vuestros corazones y podáis gozar de la alegría que nosotros vivimos manteniéndonos
firmes en nuestra fe. Y ante todo, siempre y por siempre, nuestra actitud será la
de la misericordia. Os perdonamos, sí, os perdonamos por mucho que nos
ofendáis. Nuestra bandera no es contestar la ofensa, sino transformarla en un
río de amor. De nuestra fe surge un surtidor de caridad capaz de convertir un
corazón árido en un fecundo oasis.
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