Llevo una semana desconectado del blog
que me comprometí a cuidar con más constancia. Sois muchos los amigos que me
animáis a compartir alguna que otra reflexión, os estoy muy agradecido por
vuestra confianza. Una semana, que entre viajes, el catarro persistente que en
las últimas semanas no me abandona, y aderezado con un poquito de estrés me ha
impedido serenarme y escribir.
Hemos vivido una semana cargada de hechos
insólitos y recurrentes en la línea de atacar con vehemencia a la Iglesia y a
las tradiciones más hondas de muchos pueblos. Surgen por doquier mociones en
los ayuntamientos para menoscabar el desarrollo normal de tradiciones
cristianas evidenciando, los impulsores de estas afrentas, su escasa cultura
democrática, el desconocimiento de los mínimos presupuestos del derecho a la
libertad religiosa, y las mínimas normas de urbanidad y respeto humano.
Desde un padrenuestro blasfemo; el
denominar, porque simplemente mola, “semana de las festividades” a la Semana
Santa; inventarse el esperpento de una procesión idolátrica que falta el
respeto a la mujer violando su mismidad propugnada por los defensores de la
“igualdad de género” o más bien “ideología de género”; la de aquellos que niegan
o congelan las ayudas a la Hermandades y Cofradías engañando a la ciudadanía y
no explicando que la inversión en este acontecimiento revierte tres veces más
en la sociedad y que la Administración recupera con intereses vía impuestos; y
más cerca de nosotros, un teniente de alcalde, que desconoce los convenios
establecidos por su área con otras instituciones como la Iglesia, que gusta de
estar en el flash todos los días, y que parece divertirle mantener un discurso
beligerante y doloso con la Iglesia de Córdoba.
Ante esto, ¿qué hacer? Es bien sencillo.
Seguir como Moisés asombrándonos del Misterio que viene a nuestro encuentro;
escuchar y vivir según el mandato del que habla en la intimidad de la oración
ante el Sagrario que nos dice: “«He visto
la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me
he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a
sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra
que mana leche y miel” . Es la
llamada que nos hace a no quedar inmóviles y atenazados ante una cultura
decadente, más bien, denunciar la injusticia y movilizarse como han hecho en
Sevilla estos días cuando han visto heridos sus sentimientos más hondos. El
hombre de hoy, ansía oír una voz de verdad, una palabra de libertad, que haga
llegar la esperanza a muchos hombres y mujeres olvidados del quehacer de
aquellos en los que pusieron su confianza y han corrompido el corazón
abandonando a su suerte a los más pobres y marginados.
Es tiempo, la Cuaresma,
también de esperanza. Un tiempo para cambiar el corazón y disponerlo para ser
capaz de realizar el tránsito que nos llevará a una vida nueva, a una vida
plena. No lo dudes, siempre estamos a tiempo. ¡Mira! ¡Escucha!, en el Evangelio
de hoy leemos: "Señor, déjala
todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto.
Si no, la cortas". La higuera estéril somos todos y cada uno de
nosotros; no damos frutos buenos porque dejamos que el mal actúe en nuestros corazones
y por lo tanto contribuimos a esa cultura lejana al Evangelio con nuestros
pensamientos, acciones o con nuestro silencio y con mirar hacia otro lado. Es
hoy, y no mañana, el momento para regar, arar, cultivar, abonar nuestra tierra
y así demos frutos buenos y abundantes de misericordia.