Cuando se abran las puertas de la Iglesia de San Lorenzo, y veamos
aparecer un mar de inocencia, alegría, sonrisas puras, miradas luminosas y
llenas de asombro, blandiendo en sus tiernas manos palmas y ramos de olivo,
sabremos que comienza la Semana Santa donde conmemoramos el pilar que sustenta
nuestra fe: la entrega que Jesús hizo de su propia vida para nuestra salvación.
En el día de hoy, en primer lugar, quedaremos absortos
admirando la Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén, también en nuestra ciudad,
y de modo extraordinario en nuestro interior. Celebramos la entrada del Siervo
sufriente, el rey pacífico y humilde. Él es el que sigue viniendo a nuestras
vidas para que muriendo a nuestras miserias alcancemos la participación de la
Jerusalén celestial.
Además de ser un día para el regocijo, también anticipadamente
vivimos el drama y la tragedia del que es expuesto a la burla y el escarnio. El
justo, que ha proclamado una palabra liberadora, que ha sanado las heridas
físicas y las del corazón, aquél que se ha mostrado como el amigo íntimo, el
maestro sencillo que ha abierto los ojos y el alma a la comprensión del
Misterio. Es el mismo que padece el silencio, el abandono, la traición, la
soledad, la tortura, la muerte a manos de aquellos que recibieron la bondad de
sus acciones.
Hoy nos dice: ¡Levantaos! Ha llegado la hora. Abrir los ojos
y velad. Que el estruendo de este día no nuble nuestros corazones y abandonemos
a su suerte a tantos cristos sufrientes que padecen el látigo del dolor, la
soledad, la enfermedad, la ofensa y que se esconden en la oscuridad de la
ciudad. ¿Cómo vas a vivir esta Semana Santa? ¿Tratarás de huir y mirar hacia
otro lado?
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