¡Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación
del mundo! ¡Mirad el costado de Cristo! Contemplad el instante en que el
soldado romano abre la fuente de la que mana la vida, la salvación, el don de
nuestra felicidad. Un surtidor de agua y sangre símbolos del bautismo y de la
eucaristía, que como afirmaba san Juan Crisóstomo, en estos sacramentos se
edifica la Iglesia.
Es una jornada para postrarse y adorar la cruz; la señal que
identifica a los cristianos y que hemos de recuperar prendiendo de nuestro
cuello o santiguándonos al pasar por las puertas de los templos. Es jornada
para recorrer el itinerario del Vía Crucis y participar de la procesión de
“Cristo muerto” hasta el sepulcro, obra de misericordia de los que nos tenemos
como amigos y discípulos del Maestro.
Es el día para estar junto a la Madre Dolorosa, que envuelve
en un manto trémulo de dolor el cuerpo yerto de aquel que en otro tiempo
envolvió en pañales de gozo. Ahora ella llora en soledad, su corazón constreñido
de angustia, traspasado por la vil y cruenta espada de dolor y tormento. Ella
personifica a todas las madres que han llorado la muerte de un hijo. No hay
consuelo. Sólo lágrimas y llanto silente.
Un gran silencio y soledad envuelven al mundo. Noche de
vigilia y espera. “Todos los que militáis debajo desta bandera, ya no durmáis,
ya no durmáis, pues que no hay paz en la tierra” (Santa Teresa de Jesús)
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