En la lectura y escucha atenta de los
medios de comunicación de estos últimos días ha quedado en el ambiente la
sensación de fracaso político ante la
imposibilidad de conformar un gobierno y la consiguiente convocatoria de una
nuevas elecciones. Quizás no lo sea tanto. Más bien puede ser el resultado de
que los líderes políticos no han conseguido interpretar lo que la soberanía
popular ha decidido. Por lo tanto, unas nuevas elecciones puede ayudar a los
partidos a hacerse más comprensibles, mayor concreción y claridad de sus
propuestas y esto haga que la comunidad civil derive a un nuevo escenario.
Es evidente, que durante estos meses,
todos los partidos estaban convencidos de que eran el referente auténtico del
sentir del pueblo. Pero puede que hayan olvidado o subestimado la dimensión
moral de la representación, que como afirma la doctrina social de la Iglesia,
consiste en el compromiso de compartir el destino del pueblo y en buscar
soluciones a los problemas sociales. Se ha dado la impresión de que se ha
obviado que la práctica del poder ha de ser con espíritu de servicio
–paciencia, modestia, moderación, caridad, generosidad-; unos líderes auténticamente
comprometidos en el bien común y no en
el prestigio o el logro de ventajas personales.
Indudablemente, la ciudadanía está
cansada y hastiada de tantas noticias de corrupción. Una acción de las más
graves en el sistema democrático que afecta al correcto funcionamiento del Estado,
distorsionando la relación entre gobernantes y ciudadanía, generando una
dolorosa desconfianza respecto a las instituciones públicas que se traduce en
una auténtico desconcierto, desvalimiento social… que desgraciadamente genera
una gran injusticia social. Se impone un trabajo de conjunto, abierto a la
pluralidad de la ciudadanía, donde todos sean capaces de llevar a cabo una
auténtico cambio de valores, actitudes y hábitos que regeneren todas las
estructuras sociales y el modo de regirse el individuo en particular.
Soy un optimista por naturaleza, confío
siempre en la capacidad que el hombre tiene de regenerarse, de resurgir de sus
propias cenizas y establecer un proyecto de futuro ilusionante y esperanzador
fundamentado en valores recios constructores del bien común y la justicia
social. Por eso, acudir a un tiempo de reflexión serena, de propuestas claras y
sinceras, no es un fracaso sino una oportunidad más para que acontezca una
nueva catarsis que de estabilidad y procure un auténtico desarrollo humano de
nuestro país.
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