Escribo este artículo en el clima de la celebración del XXV
Aniversario de la Bendición de la imagen de María Santísima de la Trinidad, y
esta Semana Santa cumpliremos 20 años de la primera salida procesional de
Nuestra Señora.
En el año 1993, siendo diácono, realicé la primera estación
de penitencia con nuestra Cofradía. Para mí, fue un momento muy emotivo y
entrañable. Pero me quedo con aquel grupo de hermanos que me acogieron con un
cariño y afecto extraordinario, naciendo una amistad sincera que llega hasta
nuestros días. Un grupo numeroso de jóvenes que nos encontrábamos prácticamente
todas las semanas en la calle Sánchez de Feria para mantener reuniones de
formación. Ya os podréis imaginar, una
pandilla divertida a cargo de un sacerdote novato al que le faltaba mucho
rodaje. No obstante, en aquellas reuniones formativas volaba el tiempo dado que
todos participaban con muchísimo interés, y algún que otro, aprovechaba para
poner en aprieto a este cura que se veía en la obligación de dejar para la
sesión siguiente más de una las respuestas a las preguntas que formulaban.
Fueron días cargados de ilusión, entusiasmo porque en el
horizonte inmediato se vislumbraba la primera salida procesional de María
Santísima de la Trinidad. Recuerdo las visitas a casa de Eduardo para ver cómo
iba el bordado de las bambalinas delantera y trasera. Emocionante aquel 26 de junio,
festividad de San Pelagio Mártir, cuando en el patio de la C/ González López,
se abrió el bastidor para bordar las bambalinas laterales. Mi torpeza en el
manejo de la aguja no me dio la oportunidad de dar puntada alguna, pero sí
adquirí destreza en el manejo de la tijera y todo un verano y otoño animando a
los hermanos currantes.
Muchas vicisitudes las que vivimos pero que se fueron
venciendo por la fortaleza de la unidad del grupo, remando todos en una misma
dirección y dejando atrás cualquier cosa que pudiera romper esa armonía. Eran
tantas las emociones que iban colmando el corazón de cada uno de nosotros que
estallaron en lágrimas de gratitud a nuestra Madre Bendita cuando la vimos
llenar de hermosura y elegancia las calles con paso solemne y alegre a hombros
de sus hijos; un Lirio blanco que colmaba de consuelo el rostro sufriente de
enfermos y ancianos que a través de las rejas se quedaban sobrecogidos en la
contemplación de su mirada llena de esperanza, y secaban las gotas del llanto
en su pañuelo de pureza. Nosotros vivimos con temor y pavor todo el recorrido
porque pensábamos que no seríamos capaces de culminar la estación de
penitencia. Pero de nuevo fue Ella la que hinchió de fortaleza nuestros
corazones que explotaron en cantos y vivas a la Madre de Dios, a la Señora de
la Trinidad.
En estos momentos, nos volvemos a encontrar prácticamente en
la misma coyuntura, quizás con una aspiración de presente y futuro más
ambiciosa y gravosa. Tras los últimos cabildos celebrados, y teniendo en cuenta
diversas acciones llevadas a cabo por todos, conviene que recuperemos y
avivemos el espíritu de hace veinte años. Que todos juntos nos ilusionemos con
este extraordinario proyecto, que abandonemos cualquier actitud que nos lleve
hacer o decir algo que pueda romper la comunión reduciendo la fuerzas y el
empuje necesario para alcanzar éxito a la mínima expresión. En esta Hermandad y
Cofradía hay un solo líder y un solo grupo, el Hermano Mayor que han elegido
los hermanos y todos los miembros que conforman esta comunidad. Todo lo demás
debilita y es causa de desmembración, dolor y sufrimiento. Tenemos que traducir
en nuestra vida de Hermandad la fe que profesamos a la Santísima Trinidad: Un
solo Dios, tres personas distintas; Un Dios que es AMOR. La unidad no agota ni
diluye la singularidad de cada uno, en cambio, la particularidad, cualidad y
creatividad personal acrecienta, robustece y vivifica la unidad.
Os animo a todos, a vivir intensamente estos días previos a
la Semana Santa. Aprovechar el tiempo, para que a la luz de la Palabra de Dios
y la celebración de los sacramentos, abramos nuestro interior a la gracia del
Espíritu Santo y podamos distinguir la cizaña del trigo, y así extirpar de
nuestro interior todo aquello que nos aparta del amor de Dios.
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