La
celebración del L aniversario de la
fundación de nuestra Hermandad y Cofradía nos inunda de gozo y entusiasmo
porque vemos culminada una etapa extraordinaria en la que un grupo de personas,
unidas por una misma devoción, alcanza la madurez en un proceso histórico no
exento de grandes dificultades y avatares, que con asombrosa tenacidad y
humildad, han afrontado y superado con sobresaliente éxito que sorprende a
propios y extraños.
La
alegría que nos embarga por este feliz cumpleaños no debe instalarnos en la
complacencia ni en la comodidad, menos aún, en la torpeza de embriagarnos en la
borrachera de soberbia de aquel que cree que sólo las propias fuerzas o la
voluntad propia nos han traído hasta aquí. Lejos de nosotros caer en esta
terrible tentación. Más bien, volvamos nuestra mirada hacia nuestra madre
bendita del Socorro, que con su amor maternal, nos sostiene en la debilidad y
en su magisterio nos lleva al encuentro del dador de todo bien, nuestro
Creador, Padre bueno y misericordioso que en la entrega de su Hijo querido nos
abre las puertas a una vida de justicia, nos abre la posibilidad de alcanzar la
plenitud de la vida.
Es
tiempo para dar gracias a Dios por los bienes recibidos a lo largo de estos 50
años, y también una oportunidad extraordinaria para hacer examen de conciencia.
Descubrir con la humildad del hijo pródigo en qué hemos malgastado los dones
recibidos del Padre. Descubrir la cizaña que ha ahogado tantas esperanzas y
obras buenas. Ser conscientes y asumir las consecuencias de nuestras palabras,
actos y pensamientos que han hecho, en no pocas ocasiones, que nuestra
Hermandad y Cofradía no haya sido ese vergel, oasis, para aquel que llegara
buscando una comunidad, una familia cristiana; más bien pudo encontrar la
indiferencia, el desaire, el vacío. Estoy convencido, de que en estas cinco
décadas muchos sedientos vinieron hasta nosotros para apagar su sed y en vez de
dar el agua que brota del Corazón amoroso de Cristo les dimos cieno y la hiel
de la infidelidad; u otros que siendo miembros de esta preciosa comunidad fueron
apartados o se perdieron por el camino, sin que ninguno de nosotros saliéramos
en su busca como nos enseña el texto del Buen Pastor, que fue tras la oveja
perdida, sanó sus heridas, la cargó sobre sus hombros y la devolvió al redil.
Reconocidas
nuestras debilidades y faltas, el Señor que es bueno y misericordioso, con la
intercesión de Nuestra Señora del Socorro, auxilio y protectora de sus devotos,
derrama su gracia en nuestros corazones para que miremos al futuro con
expectación y renovadas fuerzas. En esta nueva etapa debemos encauzar cualquier
objetivo o actividad al fin primero que no es otro que la TRANSMISIÓN DE LA FE.
Anunciar a Jesucristo, la Buena Noticia de la Salvación. Recientemente el Santo
Padre, el Papa Francisco, en la “Evangelii Gaudium” nos recordaba que “la cultura es algo dinámico, que un pueblo
recrea permanentemente, y cada generación le transmite a la siguiente un
sistema de actitudes ante las distintas situaciones existenciales, que esta debe
reformular frente a sus propios desafíos.. (…)… Cada porción del Pueblo de
Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da
testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son
elocuentes. Puede decirse que “el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo””.
(EG. 122)
Estas
palabras del Papa Francisco se cumplen en nosotros. Basta con recordar nuestros
orígenes. Un grupo de amigos, jóvenes entusiastas, piadosos que contemplando la
imagen de una dolorosa al pie de la cruz se sienten conmovidos y deciden
reunirse en torno a Ella y convertir sus vidas en lienzo que enjugue la
lágrimas de la divina madre. En torno a la excelsa Señora escondida en el
corazón de un templo rodeado de callejuelas y pulcras paredes, revestidas de
finas cenefas y en sus balcones geranios, gitanillas y petunias que embriagan
de colorido y dulzura un barrio que acogen en su interior a la más bella flor:
lirio blanco de la Trinidad. La mejor hija de Dios, la más elocuente esposa del
Espíritu Santo y la más tierna y abnegada madre que el Hijo de Dios pudiera
hallar en toda la creación. Con la enseña de esta divisa ponen en marcha una
comunidad que peregrina hasta nuestros días, creciendo y madurando en la fe; y
al mismo tiempo, en su sencillez, con valentía y arrojo, nos dejan en herencia
un bello tesoro que portaban en la pequeñez de unas vasijas hechas de humildad,
abnegación, generosidad, trabajo y sacrificio.
Ahora
nos toca tomar con pasión este testigo. Y por lo que observo desde la
distancia, la Hermandad ha enderezado el rumbo y recupera lo que había ido
perdiendo en el camino. Olvidó la frescura y el ser original que nuestros
padres pusieron como fundamento de esta gran familia. Ahora, es el momento de
revitalizar la vida de piedad con la oración constante y la celebración de los
sacramentos, de modo especial la Eucaristía dominical y el sacramento de la
penitencia. Cuidar con esmero la formación cristiana de los niños, jóvenes y
los adultos para que seamos capaces de dar razón de nuestra fe sin miedos ni
complejos. Fortalecer la vida de caridad ad intra y ad extra de la Cofradía,
cuidando las relaciones personales, que éstas siempre estén presididas por el
amor, y la constante reconciliación; y cuidar de las necesidades de los más
pobres y débiles. La advocación que nos convoca a todos bajo un mismo palio es
la del SOCORRO, y Ella necesita de nosotros para ser el auxilio y consuelo de
tantas familias en situación de desvalimiento.
También
es la hora, de que seamos capaces de adaptarnos al nuevo tiempo donde emerge un
tipo de hombre y una cultura de la globalización. No contemplemos esta realidad
como una amenaza o pérdida del acerbo cultural y religioso que hemos ido
construyendo a lo largo de nuestra pequeña historia, sino más bien, como una
oportunidad maravillosa para acoger todo aquello que nos va a permitir crecer
como cristianos, y para transmitir nuestra experiencia de fe. Tendremos que
superar el inmovilismo y el conservadurismo de aquellos que su único afán es
esconder el talento. ¡Lejos de nosotros esa actitud! Como Jesús de Nazaret
salgamos a las plazas públicas que las nuevas tecnologías nos ofrecen pero sin
obviar que el contacto directo, persona a persona, con la palabra y el ejemplo
de una vida santa será lo que atraiga a muchos a beber de la fuente inagotable
del corazón traspasado de Cristo y a sentir y gozar del calor maternal de
nuestra madre, la Virgen del Socorro.
José
Juan Jiménez Güeto.