En estos dos últimos meses, el debate sobre la “escuela
concertada” se ha vuelto a colocar en la agenda política. Desgraciadamente,
para atacarla; y, desde un sector excesivamente ideologizado, destruirla,
hacerla desaparecer, ignorando al inmenso número de familias que optan por esta
oferta educativa. Sí, digamos en verdad y sin complejos, que aquellos que han
secuestrado la bandera de los derechos sociales, son los que pretenden anular,
extirpar… los derechos fundamentales de numerosos hogares.
Recientemente hemos conocido las sentencia del Tribunal Supremo en
contra del criterio de la Junta de Andalucía de quitar el concierto educativo a
centros concertados con demanda del alumnado. El pretexto era el invocado
principio de subsidiariedad con el que se refiere la Administración a la
enseñanza privada concertada. El TS ha tenido que recordarle que el sistema
educativo en España pivota sobre dos ejes: privada concertada y pública, tal y
como posibilita la Constitución. Del mismo modo, en Valencia, han sido los
padres los que se han echado a la calle ante el atropello que desde esa
comunidad se está haciendo eliminando aulas concertadas porque los centros
públicos no llegan a completar su ratio. A unos y a otros, ¿no les convendría
mejor preguntarse por qué las familias solicitan los centros privados
concertados?
En esta línea acaba de publicarse un estudio realizado por el
Instituto Universitario de la Familia de la Universidad Pontificia de Comillas
donde desmonta los mitos y burradas de las soflamas ideológicas desinformadas.
Este estudio recoge que la escuela concertada refleja la pluralidad social,
derriba el estereotipo de enseñanza para ricos, y se presenta como sistema
integrador: una escuela para todos. Afirma que hay más padres que se consideran
de izquierdas en estos centros, que en la pública; el porcentaje de inmigrantes
es similar a todas las escuelas; es mayor en los colegios católicos el número
de alumnos de hogares donde todos sus miembros están en paro; y que un 67,6% de
la población está a favor de la asignatura de religión.
Pero, ¡ojo!, la escuela privada concertada, en concreto la
católica, debe ser fiel a su identidad cristiana y a la transmisión de los
valores evangélicos; cuidar la disciplina, hábito de trabajo, cultura del esfuerzo
y atención personalizada. Debe alejarse de cualquier cultura mercantilista;
estamos para servir y ayudar a las familias en la tarea educativa, especialmente
en los momentos de crisis. Y los directivos, dar estabilidad a las personas, a los
proyectos y a los centros; pensar salir de los espacios físicos donde nacieron
y buscar otros lugares donde la población se expande y así garantizar su
continuidad. Finalmente, sentarse juntos como una familia y redefinir el mapa
escolar.
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