En el movimiento cofrade, como en cualquier movimiento donde
concurran dos o más personas, aparece en escena la crítica. Hoy en día, cuando
leo opiniones a través de las redes sociales, blogs, prensa…, me cuesta
distinguir una de las acepciones preciosas y brillantes que contiene la palabra
“crítica”; aquella que dice “juzgar de las cosas, fundándose en los principios
de la ciencia o en las reglas del arte”. Y sí aparece de forma abundante la
acepción “censurar, notar, vituperar las acciones de alguien”.
Esta segunda acepción, en la que he decidido atracar hoy mi
barcaza, se ha extendido como un virus mortal en nuestro ambiente, denotando la
ausencia de humildad y caridad por parte de aquellos que enarbolan la bandera
de la verdad y vociferan a los cuatro vientos falacias desde el baluarte donde
se sienten fuertes, que hunde sus cimientos en la ausencia de verdad y espíritu
sincero y honesto de construir juntos buscando lo bueno, lo bello, en
definitiva, lo que nos dignifica como personas e hijos de Dios. Viven cegados
por la ausencia de examen personal, encadenados a la soberbia y la rabia interior,
proyectando sobre los otros los oscuros pensamientos, sus propias debilidades e
insuficiencias para asumir retos y responsabilidades; además, cayendo en la
terrible tentación de perder la objetividad, descargando toda su voracidad
sobre las mismas personas, por buenas y justas que sean en el ser y proceder, y
siendo inmensamente magnánimos con los compadres y “amiguitos” disculpando u
ocultando deliberadamente sus errores y engrandeciendo la mediocridad.
Muchas de las críticas que hoy se hacen se sustentan en la
deliberada determinación de causar daño. Críticas procedentes de la
rumorología, del desencanto, de la debilidad, impotencia de afrontar la verdad.
Críticas que nacen de la voluntad de engañar o de rehusar la verdad, es decir,
la mentira. Existen especies de mentira que podemos catalogar según la
intención del mentiroso o según el grado de culpabilidad. Atendiendo a lo
primero, la tradición agustiniana y la tomista afirman que la mentira puede ser
“jocosa”: cuando se busca la diversión; “oficiosa”: cuando se dice por miras
profesionales, para hacer un servicio al prójimo o precaverle de un mal; y
“nociva”: cuando se pretende hacer mal al prójimo.[1]
Como afirmaba Aristóteles, la mentira es mala por naturaleza; es
intrínsecamente ilícita. La mentira se
opone directa y formalmente a la verdad, rompe la armonía interna y externa del
hombre, atenta sobre los pilares en los que se ha de sustentar la armonía de
cualquier comunidad.
La mentira es un pecado, puede ser mortal o venial. En el primer
caso, “puede ser por el objeto, cuando tiende a inducir a error al prójimo
sobre Dios, la religión o la moral; por la intención, si el mentiroso pretende
dañar gravemente al prójimo en su persona, en sus bienes o en su reputación”.[2]
Hablamos de venial en lo referente a la mentira “jocosa” y “oficiosa” a no ser
que provoque escándalo. Por lo tanto, cuando incurrimos en esta cuestión,
cuando nuestra “crítica” nace de la mentira o tiene la consideración de dañar
el derecho a la buena fama del prójimo, estamos obligados a pedir perdón a Dios
y al prójimo en el sacramento de la penitencia, y dedicar los medios a nuestro
alcance para restituir la dignidad de la persona ofendida y agredida.
Antes de elevar el ancla y seguir navegando me gustaría izar la
vela de la “crítica” que pretende construir, corregir y enmendar el error desde
el diálogo limpio, franco, sereno, que busca hallar la verdad y nos edifica en
la comunión; que nos hace ser uno, como el Padre y el Hijo son uno. Sólo así,
los perfiles en las redes, los blogs, artículos de opinión, generarán una
dinámica de autenticidad que nos permitirá a los cofrades, en este caso, y a
todos en general, ser testigos del Dios vivo que es AMOR. Se me hace
incompresible, farisaico, hipócrita, mirar al Cristo sufriente, llagado, herido
por nuestros pecados, contemplar la abertura de su costado que desprende ríos
de caridad; extasiarnos y elevarnos ante la mirada de la Madre Dolorosa, fuerte
como la torre de David, bálsamo de los sufridos, auxilio y consuelo de los más
débiles y continuar presos y abducidos por el demonio que es el padre de la
división y la mentira, y seguir llamándonos cristianos.
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