Querida familia y amigos
Tras unos días en que la dulce, tierna y
bella primavera se ha visto amenazada por la sequedad, fastidio, tedio del
bochorno venido del desierto, amanecemos hoy, despertamos percibiendo en
nuestros rostros el aire fresco, nuevo y reparador de la brisa marismeña;
nuestro espíritu se hincha de los aromas que sólo desprende el trono de la
Sabiduría, la Reina de cielo y tierra, que desde su ermita, como un repique de
campanas, manda a los ángeles anunciar que ya está a la espera, que el Divino
Pastorcillo ansía ver a sus hijos asidos a la reja pera bendecirlos.
Hoy parte la Hermandad del Rocío de
Córdoba, y con ellos todos nosotros nos ponemos en camino. Comenzamos a
peregrinar al encuentro de nuestra Madre bendita. Igual que los Magos de
Oriente, guiados por la estrella, de diversos puntos del orbe, alumbrados por
una luz refulgente en el horizonte, “una
mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce
estrellas sobre su cabeza”, iniciamos un andar alegre, con el corazón de
par en par, con actitud de humildad y sencillez, con el expreso deseo de
contemplar al ostensorio de Dios, Madre de nuestra, que nos ofrece en sus manos
al Divino Redentor.
En esta nueva andadura no esperemos
encontrar o experimentar las vivencias del ayer, de otras romerías, o aquél que
por primera vez va al encuentro tampoco pretenda soñar con aquello que otros
han vivido y que les anima a ponerse en camino. Ir a contemplar la Paloma
blanca, a la Señora de la Marismas, implica comprometer todo mi ser
–entendimiento-corazón-voluntad, en recorrer la senda interior. Bucear en lo
más profundo de nosotros mismos poniendo al descubierto mis desencuentros con
el Señor, mis debilidades, aquello que mancha la pureza de nuestra alma y que
nos alejan de imitar al “Lirio Blanco de Eterna Pureza” que es la bella y
hermosa flor del paraíso, jardín de la Trinidad.
Quien de verdad haga el camino dejándose
iluminar por la gracia del Espíritu Santo descubrirá y gozará conocer y sentir
el verdadero amor, porque nuestra Madre del Rocío le abrirá las puertas de su
corazón y saboreará los deliciosos manjares y el néctar el mejor y mayor afecto
y pasión. Entonces, el peregrino, el rociero, sí gustará la paz y la plenitud,
estallará en cánticos y alabanzas que le mantendrán vivo en los duros combates
de cada día saliendo victorioso porque tiene como capitana a la Virgen del Rocío.
Familia, amigos, como el año pasado, me
ha vuelto a decir un trovador que coja el hato, y que con los cantos serenos y
pizpiretos del Guadalquivir, de aquellas plumillas que se esconden en los arcos
del río que fue romano, moro y hoy cristiano que salga corriendo, con mis remiendos,
no sólo los del trapo, también con los del corazón, que no tenga miedo, que el
Simpecado de la Madre de Dios, el Simpecado que nace entre geranios, gitanillas,
que sabe a jazmín, y al aroma a media
noche; que parte del silencio provocador
del convento de San Pablo y que se impregna del azahar de los naranjos de la
Catedral de la ciudad que vio nacer a Osio, predecesor del que hoy preside la carreta y que lloró, rezó y se
sobrecogió ante la Madre de Dios, San Juan Pablo II.
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