Queridos
amigos, vivimos unos tiempos convulsos y de grandes cambios tanto en el ámbito
personal como a nivel institucional. En ocasiones se suscitan estas mudanzas de
una forma vertiginosa que difícilmente podemos asumir y que genera un caos en
nuestro interior y por ende en la sociedad de la que participamos.
El ritmo
frenético nos impide gozar y disfrutar del hoy, generando en nosotros un estado
de ansiedad que intentamos apagar con el deseo de que llegue pronto un tiempo
de descanso (fin de semana) o un tiempo de vacación para encontrar cierta
serenidad. Pero luego, incluso este momento no termina de saciarnos porque
incluso el descanso profesional llegamos a vivirlo con estrés porque hemos
llenado los tiempos y espacios de una agenda social inagotable y que no sacia
la aspiración última de nuestra alma.
Todo esto
confronta con el deseo profundo de buscar relaciones humanas basadas en la
generosidad, en el respeto mutuo, lejos de envidias y odios, fundadas en la
humildad y servicio, en la reconciliación y misericordia; unos encuentros que
sean vividos como una auténtica fiesta del amor y la amistad. Una vida vivida
en verdad y que cada instante sea experimentado como un canto de liberación,
de salvación.
En el tiempo
de la Cuaresma, Dios sale a nuestro encuentro, con nuestras esperanzas, con
nuestros dramas y sufrimientos y nos anuncia un camino de liberación. Y como el
hijo pródigo espera de nosotros el deseo profundo de dejar atrás lo que lastra
nuestra vida y nos inhabilita para la felicidad. Espera un espíritu de cambio y
conversión, la determinada determinación de llevar a cabo una catarsis total en
nuestra existencia.
Para poder
llevar a cabo ese viaje al rincón último de nuestro corazón se nos anima a
realizar un alto en el camino. Buscar espacios y tiempos para el silencio y
estar a la escucha de su Palabra. Parar para orar. Parar para estar a solas con
Él. Cristo es el verdadero maestro, el dulce maestro, que con su tierna mirada
y amable palabra moldeará y transformará nuestro espíritu haciéndonos a Él,
para ser Él para los demás. Igualmente, nos ayudará alcanzar este objetivo llevar
a cabo las prácticas cuaresmales que nos permitirán alcanzar el dominio de sí y
ejercitarnos en la libertad verdadera: el ayuno, signo de que el verdadero
alimento es su Palabra y abstenernos de toda iniquidad; la limosna, fruto del
ayuno que nos anima a ser agentes de cambio y transformación social y
testigos de la caridad.
Aprovechemos
este tiempo de desierto para evitar que toda nuestra vida sea estéril, vacía,
triste… El Señor quiere nuestra felicidad.
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