Hoy es un día para ayunar, abstenernos,
renunciar, y dejar atrás aquello que nos impide dar a los demás lo inscrito en
lo profundo de nuestro corazón; la bondad, belleza y amor de Dios.
Escuchamos del profeta Isaías:
“El ayuno que yo quiero es éste:
que abras las prisiones injustas,
que desates las correas del yugo
que dejes libre a los oprimidos,
que acabes con las tiranías,
que compartas tu pan
con el hambriento,
que albergues a los pobres sin techo,
que proporciones vestido al desnudo
y que no te desentiendas
de tus semejantes”.
Estas palabras del profeta, hoy, las
escuchamos en quienes revestidos de un neo-profetismo político nos disertan con
grandes discursos, arengas políticas, que al fin y al cabo terminan siendo soflamas
vacuas y frívolas en las que subyacen intereses personales en busca de una
ganancia que deja entrever el deseo imperioso y arrogante del poder por el
poder. Un poder para someter y no servir. Muy lejos éstas intenciones de lo que
proclama la Palabra de Dios y que la Iglesia, todos nosotros, hemos abandonado
porque hemos caído presa del relativismo imperante.
El ayuno verdadero al que somos invitados
no es otro que abstenerse del egoísmo, renunciar a la comodidad, a una vida
fácil, de mentalidad gregaria, del placer por el placer, de la autocomplacencia
y la gloria personal. Es poner todo nuestro esfuerzo y sacrificio personal en
estar más atento y solícito con aquel que pasa hambre y sed, creando en mi el
sentido de responsabilidad con los pobres y menesterosos. Es romper con los
muros de la servidumbre, la explotación, la miseria…, es levantar, sin miedo a
la persecución, la voz para denunciar el abismo que se abre entre norte y sur,
pobres y ricos…, es rebelarse contra una “política y una economía sin
principios, riqueza sin trabajo, placer sin conciencia, conocimiento sin
carácter, comercio sin moralidad, culto sin sacrificio, ciencia y tecnología
sin humanidad.” (Megan Mckenna)
He de ayunar porque Cristo todavía no
ocupa todo mi corazón, no está presente en mis pensamientos, palabras y
acciones. Y tampoco ocupa el centro de la sociedad, de la vida y progreso de la
humanidad. He de ayunar para crear el vacío en mi interior de forma que sea
ocupado y regado por el amor de Dios y así, poco a poco, seamos, como la buena
tierra y buena simiente, capaces de hacer germinar en nuestra sociedad la
semilla del Reino de Dios.
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