La disciplina de la Cuaresma nos acompaña
a lo largo de toda la vida, es un mantener viva la confianza en Dios frente a
la adversidad y las pruebas cotidianas, fortaleciendo la comunión con los
otros. Quien es constante y no se aparta del Dador de todo bien alcanzará el
bien de una existencia eterna que supera cualquier esperanza presente.
Escuchamos de labios de Moisés: “Mira, hoy pongo delante de ti vida y
felicidad, muerte y desgracia”. Se dirige a su pueblo poco antes de entrar en
la Tierra Prometida. Ha sufrido y vagado en el desierto mucho tiempo, ha sido
probado en muchos acontecimientos y circunstancias…, pero aún así, Moisés les
advierte que no todo está conseguido, que hay que seguir manteniendo la
fidelidad al Señor y sus preceptos por encima de todas las tentaciones que van
a surgir en esta nueva etapa que se abre cargada de esperanza. Su existencia
podrá ser bendición o maldición si se desvían, sino escucha su palabra, si se
deja arrastrar por otras apetencias y da la espalda a Dios.
El Señor con su muerte y resurrección nos
abre a una existencia nueva. Esta bendición que hemos recibido exige una
respuesta, negarnos a nosotros mismos. Pero en cambio, la intención y el modo
de actuar ordinariamente está lejos de la propuesta evangélica. Nos dejamos
atrapar por los nuevos ídolos que embriagan nuestro espíritu y nos incapacitan
para regirnos por nosotros mismos, las relaciones son vividas de forma
interesada, nos negamos a la capacidad del sacrificio y la renuncia, deseamos
tenerlo todo aquí y ahora, dejándonos la savia en algo que jamás termina de
complacernos y no sacia la sed de felicidad.
Alcanzar el valle frondoso y exuberante,
encontrar la fuente de la salud que cura todas las heridas, se llega si somos
fieles. La gozará quien sea consciente
de que sólo el que se deja la vida día a día, minuto a minuto, en el
seguimiento a Cristo, toma su cruz de
cada día, y se mantiene firme y sin negociar ningún ápice de su Palabra por muy
dura que se haga y ardua de aceptar. Sólo ése
será el que disfrutará de la bendición de una vida plena y duradera.
Esta carrera no la disputamos solos.
Cristo mismo nos acompaña y sostiene. Os animo a poneros en sus manos y
pedirle:
“Que
Cristo nos sostenga todo el día, hasta que las sombras se extiendan y llegue la
noche, el ajetreado mundo se calle, pase la fiebre de la vida y nuestro trabajo
esté realizado. Entonces, que en su misericordia tenga a bien concedernos al
final refugio y un lugar de santo descanso y paz. Amén”. Cardenal John Henry
Newman.
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