“Las
palabras amables te harán ganar muchos amigos, un lenguaje cortés atrae
respuestas benevolentes.
Ten
muchos amigos, pero para aconsejarte escoge uno entre mil.
Si
has encontrado un nuevo amigo, comienza por ponerlo a prueba, no le otorgues
demasiado pronto tu confianza.
Hay
amigos que sólo lo son cuando les conviene, pero que no lo serán en las
dificultades.
Hay
amigos que se transforman en enemigos y que dan a conocer a todo el mundo su
desavenencia contigo para avergonzarte.
Hay
amigos que lo son para compartir tu mesa, pero que no lo serán cuando vayan mal
tus negocios.
Mientras
estos marchen bien, serán como tu sombra, e incluso mandarán a la gente de tu
casa.
Pero
si tienes reveses, se volverán contra ti y evitarán encontrar tu mirada.
Mantente
a distancia de tus enemigos y cuídate de tus amigos.
Un
amigo fiel es un refugio seguro; el que lo halla ha encontrado un tesoro. ¿Qué
no daría uno por un amigo fiel? ¡No tiene precio!
Un
amigo fiel es como un remedio que te salva; los que temen al Señor lo hallarán.
El
que teme al Señor encontrará al amigo verdadero, pues así como es él, así será
su amigo”.
Eclo. 6, 5-17
Con
estas palabras del libro del Eclesiástico deseo dar gracias a Dios por este año
2013. Han sido muchas las personas, las cosas recibidas, las acciones vividas…
por las que dar incansablemente gracias al dador de todo bien, al Padre
benevolente. Pero, si algo he de destacar, es el don maravilloso de los amigos.
Aquellos que se convierten en el verdadero tesoro por el cual eres capaz de
abandonar todas tus posesiones y seguridades para dejarte totalmente a su
confianza.
Mirad,
hace algo más de 27 años que en unos ejercicios espirituales meditando la
Pasión de Cristo, concretamente las palabras “Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante
salió sangre y agua (…) Mirarán al que
traspasaron” Jn 19, 34. 37; descubrí la entrega amorosa de Jesús hasta el
extremo de dar la vida por mí a pesar de todas mis debilidades y pecados, no le
escandalizó mi historia. Su costado abierto me permitió contemplar la hermosura
del amor. Entonces decidí que quería imitarle y dar gratis lo que Él me estaba
regalando, una sensación de felicidad y libertad inenarrable.
Después
de 20 años de ministerio he podido contemplar y vivir esa misma experiencia en
el rostro y vida de mis amigos. Estos que han sido capaces de inmolarse y
derramarse para que yo tuviera vida. Aquellos que te ayudan a ver que tu no
eres el centro del universo, que tu dolor y sufrimiento son una minucia en el
mar inmenso del padecimiento de muchos otros. Son los que te permiten con su
calor y buen consejo descubrir la belleza de la vida y te animan a seguir
caminando, a levantarte ante la adversidad, a no sucumbir ante la persecución,
a liberarte de tus propias debilidades, a cultivar la prudencia y benevolencia,
a poner en valor los talentos recibidos y huir de la mediocridad de aquel que se
esconde en la profundidad del miedo o la soberbia o la avaricia o la pereza o
la desesperanza.
Gracias
Señor, porque me has regalado a los amigos verdaderos. Llegado el momento
culminante no huyeron, ni tampoco caminaron en la distancia, la más de la veces
fueron cirineos y otras tantas, era yo quien iba tras ellos porque habían
cogido la carga y la abrazaban con la sabiduría, la fe y la esperanza del que
está convencido de que al final está la puerta de la victoria. Gracias Señor,
porque vuelvo a ser feliz y con desapego, con entera libertad. De nuevo no ha
sido mi voluntarismo sino la generosidad e inmensidad de tu amor en la vida de
mis amigos. Gracias y gracias Padre bueno por el extraordinario regalo de la
amistad, y por haberme dado una Betania donde aprender la laboriosidad y
espíritu de servicio hasta vaciarse, y el lugar donde alcanzar la ciencia de tu
amor, lejos del ruido, quedándome con la parte mejor: aquello que para muchos
es desprecio y escándalo para mí ha sido gracia y bendición.
Mis
amigos, mis hermanos, mi familia… la que tu me has dado Señor, son el mejor
regalo de este año. Ayúdame a conservar este don inmerecido y poder responder
con diligencia, sin vacilar, a tal derroche de amor para conmigo.
Gracias,
Señor.