Hace unos días, un feligrés y docto cofrade, compartía conmigo las
sensaciones que afloraban en su interior tras la Semana Santa. Me comentaba que
percibía un clima encrespado, irritado, beligerante… en las hermandades y
cofradías, o como dice otro “en el mundillo cofrade” o en la tribu “kofrade”.
Este comentario me hizo caer en la cuenta de que efectivamente en las redes
corrían regueros de críticas y comentarios con intención de poner de manifiesto
los errores acontecidos. Sentí pena. Mucha tristeza.
En la octava de Pascua, me lanzo a gritar: ¡Cofrades!, ¡Alégrense!
¡Cristo ha resucitado! Hoy acontece un tiempo nuevo, hoy comenzamos a caminar
por un sendero cargado de esperanza, dejen atrás la mochila pesada de la
constante desafección, de los instrumentos de división, ¡Libérense! No os
empeñéis en llevar una vida afligida, en penumbra, enlutada y raída… esa vida
no es la vida cristiana, no es la existencia a la que hemos sido llamados con
el triunfo de Cristo en la cruz. No se queden en la oscuridad, cerrazón y
sinsentido del sepulcro. La piedra ha sido corrida, una luz nueva resplandece
en el horizonte que devuelve la ilusión, la confianza y nuevas expectativas a
la sociedad y a la comunidad cristiana de la que participamos.
Escuchen con los oídos de escuchar, abran el corazón y la razón,
dejen que esponje el alma y anime nuestra voluntad las dulces palabras que
resuenan en la creación sobreviniendo un nuevo comienzo: ¡PAZ A VOSOTROS!
Cantemos jubilosos este canto armonioso que nos convoca a vivir como una única
familia, un nuevo pueblo liberado de la esclavitud del pecado que corre veloz
tras la huellas del “Eterno Contemporáneo”.
Una suave y apacible melodía que hemos de anunciar, pregonar y divulgar
a los más alejados, compartiendo la certeza de que en Cristo Resucitado la vida
del hombre alcanza su verdadero sentido.
Todo tiene un pero, queridos cofrades. Nadie da lo que no tiene.
No seremos creíbles si realmente seguimos anclados en la incoherencia
permanente; igualmente, si no somos conscientes de que un reino dividido está
abocado a su desaparición. Por ello, comencemos por querernos más, apreciar
nuestras diferencias, abrazarnos en lo que nos mantiene en la unidad: una sola
fe, un solo Señor. Las hermandades y cofradías se sustentan en el amor a Dios y
en el amor que nos profesemos los unos a los otros. Llevaremos una vida alegre
y gozosa cuando verdaderamente optemos por tener los mismos sentimientos de
Cristo.
“Este es el tiempo en el que actuó el Señor, sea nuestra alegría y
nuestro gozo”. Nos llama a una vida de justicia y paz, a vivir la alegría de la
Buena Noticia. ¡Dichosos todos por creer sin haber visto! Mucho ánimo y no
descuenten los días para un próximo Domingo de Ramos, sean diligentes en la
cuenta atrás para el encuentro definitivo con Cristo Vivo en la vida eterna, y
para ello hagamos acopio de aceite con aromas de caridad, para que cuando
llegue el Maestro nos encuentre despiertos y con la mochila de las
bienaventuranzas colmada y rebosada.
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