sábado, 9 de abril de 2016

Hoy es Domingo de Ramos

Viene a mi memoria mi niñez, la inquietud y nerviosismo con la que me levantaba; mi madre no tenía que llamarme cientos de veces para que abandonara los brazos cálidos de Morfeo ni el hoyito que te proporcionaba el colchón de esponja. En la habitación, sobre una silla de enea, ya estaba dispuesta la ropa y los zapatos. Todo era nuevo; porque en casa, hoy, se estrenaba. Íbamos de guapos para llevar en nuestras manos los ramos de olivo y acompañar con nuestras mejores galas al Señor, que montado en una borriquita, recorría las calles de mi pueblo.

Esta expectación y asombro sigue presente en los corazones de una multitud de familias cristianas, en especial en las cofrades, y también en todos aquellos que mantienen una mayor o menor distancia de la fe pero que albergan en su corazón un afecto desbordante por las tradiciones de su pueblo, en las que se reconoce, fortalece su identidad y sentido de pertenencia. Se inicia una semana que los cofrades han vivido como una espera eterna; en el cansino transcurrir de los días han quedado muchas horas
de ensayos de costaleros y músicos en las frías noches de invierno, tardes de limpieza de enseres, casas de hermandad epicentro del reencuentro con los hermanos ausentes, templos abiertos al encuentro silente e íntimo con los Sagrados Titulares y actos litúrgicos en los que hemos celebrado comunitariamente la fe.


Este año, en Córdoba, el Domingo de Ramos nos abre a una experiencia nueva: todos a la Catedral. Habrá quienes quieran desvirtuar y emborronar este gesto de las hermandades vistiéndolo de tintes reivindicativos tras el bochornoso ataque que durante dos años se ha vertido sobre nuestro templo mayor; o sobre el desprecio infligido y las trabas impuestas al mundo cofrade. Sentimos mucho que de nuevo estas turbas se vean frustradas en sus atropellos desesperados. Vamos a la Catedral, porque es ahí donde adquiere sentido nuestra estación de penitencia, es el templo fuente de todos los demás templos de la diócesis. Allí está la Cátedra, signo visible de la comunión de nuestra Iglesia particular que está bajo la guía del pastor, nuestro Obispo, sucesor de los apóstoles.


¡Vámonos a la calle! Que sale la “Borriquita” y los niños vestidos de hebreos, con sus palmas y ramos de olivo, ponen la nota de color y entusiasmo a una semana donde rememoramos el misterio de la Pasión-Muerte-Resurrección de Nuestro Señor.

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