sábado, 9 de abril de 2016

Hablan

Las cofradías realizan estación de penitencia con verdadero sentido evangelizador, llevar a todos los rincones de la ciudad los misterios de la Pasión con la intención de mostrar a los alejados de la fe a un Dios que se ha hecho hombre que entrega la vida para alcanzarnos el perdón, y ofrecernos un camino de plenitud y libertad, para liberarnos de la muerte eterna. Lo hacen con las mejores preseas, un patrimonio iconográfico acrisolado en los siglos, exornos florales preciosistas y adecuado al misterio que presenta; luminarias que llenan de calor las primeras noches de primavera…

Esta magnífica puesta en escena de la fe y la tradición de un pueblo no está exenta de recibir sus críticas. Aquellos que desde el desconocimiento o la maledicencia murmuran sobre el gasto económico que eso supone y que los cofrades más bien podría destinar atender a los más pobres, precisamente en estos tiempos tan duros. Esto me recuerda a las palabras del traidor, de Judas Iscariote cuando María Magdalena se acerca a Jesús “María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume”. Y Judas dijo: "¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?".

Estas son las palabras de aquellos que no dan un palo al agua, indolentes que nos se fajan en el servicio y atención a los más pobres, los que gustan de ver los toros de la barrera, los que pontifican desde sus columnas de opinión y jamás se han manchado sus camisas de lino en el gueto de la marginación, los que con un pedazo de vidrio en la mano dibujan una sonrisa displicente, los hijos de la cultura del pelotazo que no huelen ni de cerca su historia ni tradiciones y profesan una incultura religiosa supina.

Los cofrades seguimos caminando convencidos de que estamos en el camino de la verdad. Seguiremos cercanos a los más pobres y trabajando por implantar un clima de caridad en nuestra sociedad, y como gustaba San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, disponer para Jesús y su bendita Madre nuestras mejores alhajas y aderezos. Él es el dueño y señor de la vida.

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