Ayer vi en televisión la publicidad de una entidad bancaria
en la que, tras una puesta en escena de las consecuencias de lo que se ha
llamado generación perdida, ofrecía un nuevo producto con el objeto, entiendo
bondadoso y con carácter social, de estimular a esta generación de jóvenes
atrapados en la inmensa lista del paro para que hicieran realidad sus ideas y
sueños.
Sinceramente me indignó. Tuve la sensación de que estos
creativos ebrios de poder consideran a nuestros jóvenes como inanes y lerdos.
Estos mismos que nos han traído a esa situación de miseria y desvalimiento. Los
mismos que han aprovechado este momento de crisis globalizada para hacer caja a
costa del pulmón del pequeño, dejando en herencia un futuro muy tocado que
ahora visten de color y esperanza sin mostrar el corretaje que han de pagar
aquellos que decidan creer este canto de sirenas.
Es vergonzoso que estas entidades hayan recibido inyecciones
importantes de dinero cuyo objetivo era estimular el crédito a las pequeñas
empresas, que son por ahora las que sustentan nuestro país y las que tienen
posibilidad de generar empleo; y en
cambio, optaron por comprar deuda pública y cobrarse ahora buenos emolumentos y engordar la cuenta de resultados y poder repartir dividendos.
Comprendo y es legítimo que aquellos que invierten su dinero deseen obtener los
rendimientos esperados. No obstante, es inmoral que en esta hora asistamos
impasibles a la esperpéntica puesta en escena de grandes resultados bancarios
cuando tenemos cerca de 5 millones de parados.
En algún momento el desánimo me ha podido y he llegado a
creerme que verdaderamente hay una generación perdida que tendrá grandes
dificultades para entrar en el mercado laboral en el futuro. ¡Nada de nada! El
género humano es audaz, tenaz y capaz de encontrar nuevas vías donde tantos y
tantos pueden poner al servicio de la construcción y progreso humano toda su
creatividad, capacidad de trabajo, esfuerzo y sacrificio. Y la política juega
un papel fundamental en facilitar que esto sea posible, porque en sus manos
está buscar la justicia, afirmaba San Agustín que un Estado que no se rigiera
según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones. Y parece ser, que
no le faltaba razón.
Por lo tanto, pienso, que hay que desterrar la idea de que
existirá una generación perdida, igual que aquellos que piensan que siempre
habrá una cuota de pobreza. Esto mismo lo denunciaba el Papa Benedicto XVI: “se ha de considerar equivocada la visión de
quienes piensan que la economía de mercado tiene necesidad estructural de una
cuota de pobreza y de subdesarrollo para funcionar mejor (…) sino que debe
estar ordenada a la consecución del bien común”. Y esto pasar por superar
la violación constante de la “dignidad del trabajo humano”, ya sea por la
desocupación, o porque se limiten los derechos al justo salario, a la seguridad
del trabajo, la conciliación familiar. En definitiva un trabajo decente. El
Beato Juan Pablo II, en el Jubileo de los Trabajadores, el 1 de mayo de 2000,
respondía así a esta pregunta ¿Qué
significa la palabra “decencia” aplicada al trabajo? “Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la
dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que
asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su
comunidad; un trabajo que, de ese modo, haga que los trabajadores sean
respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las
necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados
a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente
y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse
adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y
espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que
llegan a la jubilación”.
Me gustaría terminar compartiendo con vosotros las palabras
del Papa Francisco en la última fiesta de San José Obrero donde afirmaba que “La dignidad
no nos la da el poder, el dinero, la cultura, ¡no! ¡La dignidad nos la
da el trabajo!”. Y un trabajo digno, porque hoy “tantos sistemas sociales,
políticos y económicos han hecho una elección que significa explotar a la
persona”. Proseguía “Quien trabaja es
digno, tiene una dignidad especial, una dignidad de persona; hoy hay muchos que no tienen la posibilidad
de trabajar, de estar unidos por la dignidad del trabajo”. Por tanto, no se
puede definir “justa”, una sociedad en la que tantos no logran encontrar una
ocupación y tantos están obligados a trabajar como esclavos.
Basta ya de monsergas, falsos slogans, juegos de artificio,
demagogia barata… y busquemos la justicia.
Los políticos y banqueros no son extraterrestres, han salido del pueblo, y los jóvenes de hoy serán los gobernantes del mañana. Hagamos una autocrítica, y empecemos por aplicar a nosotros mismos y a nuestros hijos, los principios evangélicos de amarás al prójimo como a ti mismo, o el principio de Jesús, que era dar la vida por los otros si llegase el casó. Empecemos por nosotros, mismos, a no ser defraudadores, a ser solidarios, a no quedarnos con nada de nadie; enseñemos esto a nuestros hijos: a colocar a Dios en el centro de nuestra vida, y no el Dinero, el lujo o la buena vida, y una vez que hagamos todo esto pidamos responsabilidades a los demás. Sino será un pez que se muerda la cola y mañana serán tus hijos o tú mismo, llegando a ocupar un cargo relevante, el que cometa los atropellos. Dios nos va a dar una oportunidad de salvarnos hasta el último de nuestros días, pero los pobres que caigan por el camino a causa de nuestro egoísmos, esos van a aclamar justicia en el cielo y la tendrán; posiblemente ese será el purgatorio, reparar nuestras injusticias con el prójimo que nos necesitó en vida.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo Pedro
ResponderEliminarTiempos difíciles vienen para la iglesia, que Dios te proteja y te bendiga hermano. Un abrazo en Cristo.
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