En estos dos últimos años contemplamos con tristeza que se
suceden diversos conflictos y divisiones dentro del ámbito de la Hermandades y
Cofradías. En algunas ocasiones superan la mera discrepancia o disenso pasando
a convertirse en principio de fragmentación de la comunidad e incluso que
muchos hermanos cofrades opten por abandonar y darse de baja de la Hermandad.
Sinceramente, es momento para que reflexionemos con paz y
serenidad sobre esta falta de comunión. La ausencia de cohesión interna pone de
manifiesto nuestra escasa vitalidad espiritual y ejercicio de vida evangélica.
Da veracidad aquellos que desde fuera ven a las Hermandades y Cofradías como
una peña o grupo de personas cuyo fin es escenificar una expresión cultural
como cualquier otro tipo de asociación civil.
Desde mi punto de vista, creo que hemos de empezar por
revitalizar la vida de fe para que logremos convertirnos en una comunidad evangelizada
capaz de cumplir su objetivo final, la evangelización. El Santo Padre, el Papa
Francisco lo describe de este modo en la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”: “Cada
porción del Pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su
genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas
expresiones que son elocuentes. Puede decirse que “el pueblo se evangeliza
continuamente a sí mismo. Aquí toma
importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera
espontánea del Pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente
desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal. (…) Es una manera
legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, y una forma
de ser misioneros; conlleva la gracia de la misionariedad, del salir de sí y
del peregrinar”. (122-124).
Hemos de comenzar por fortalecer la vida de encuentro
personal con el Señor en la oración individual y comunitaria. La escucha atenta y el estudio
constante de la Palabra de Dios. Cultivar la formación cristiana de forma seria
y sistemática, no reducir el contenido de la educación cristiana a la
celebración de unas tertulias cofrades en el tiempo de Cuaresma. No quiero
decir que esta actividad no se haga o no sea buena, pero lo que no se puede
convertir en la única fuente de formación en la fe. Iniciativas como el Curso
de Hermandades y Cofradías, u otras iniciativas a menor escala en la propia
casa de Hermandad o la propia Parroquia. ¿Por qué programamos con mucho tiempo
los ensayos, la entrega de túnicas, convivencias… y nunca programamos acciones
formativas a lo largo de todo el año? ¿Lo sabemos todo? ¿Estamos en condiciones
de dar razón de nuestra fe?
Es lamentable acudir a los cultos programados en honor de
nuestros Titulares y encontrarte allí con los “dolientes”, es decir, con los
miembros más comprometidos por razón de la responsabilidad que ocupan en el
Cofradía, y se sienten obligados a asistir mientras dura el cargo. En cambio,
¿dónde están los demás? Ahora, convocamos para un ensayo o la cruz o la caseta
de feria… y hay pleno. ¿Qué es lo realmente importante? ¿Quién es el que
realmente nos convoca? ¿Los Titulares son lo primero para cada uno de nosotros?
Pues, parece que no. Primero está lo accesorio y dejamos para un segundo
momento lo que realmente importa: la fe y vida de comunidad cristiana.
Jesús, en el clima de la cena pascual, ora al Padre
diciendo: “Padre Santo, cuida en tu
nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17,
11b). Esta petición sigue vigente hoy para toda la Iglesia, y de un modo
particular para las hermandades y cofradías. No podemos caer en la tentación de la división. Y para ello hemos
de evitar los grupos que ad intra de una Cofradía surgen como una constante
oposición a los órganos de gobierno; o aquellos miembros que usan las “redes
sociales” para llevar a cabo una crítica grosera, falaz, ofensiva y, en
ocasiones, colérica. No ayudan tampoco aquellos que aspiran a ocupar un puesto
en una Junta de Gobierno con el objetivo de servirse de la Hermandad para
promocionar socialmente. Igualmente, es una falta de caridad grave que se haga
distinciones entre los hermanos concediéndose determinados privilegios y
atenciones a razón del servicio que realicen ya sea en la vida diaria de la
Cofradía o en la Estación de Penitencia.
Los consiliarios tenemos mucha responsabilidad en la
fragmentación de nuestras cofradías. En primer lugar, porque no actuamos como
verdaderos pastores que cuidan incesantemente del rebaño. No tomamos en serio a
las Cofradías como un medio extraordinario de la Iglesia en la Nueva
Evangelización, más aún, en momentos las menospreciamos. El Papa Francisco nos
recuerda “que en la Piedad popular, por
ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza activamente
evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del
Espíritu Santo. Más bien, estamos llamados a alentarla y fortalecerla para
profundizar el proceso de inculturación que es una realidad nunca acabada” (Evangelii
Gaudium, 126). Y en segundo lugar, porque con nuestra actitud, palabras y
acciones no cooperamos en generar un ambiente de verdadera familia de hijos de
Dios, no somos aquellos puentes que aúnen todas las sensibilidades bajo una
misma bandera, un mismo estandarte, la Cruz donde Nuestro Señor nos ganó para
todos el perdón de nuestros pecados y nos abrió la puerta que nos lleva a
nuestra verdadera patria, la vida en Dios.
Las Hermandades y Cofradías, tienen que ser un ejemplo
luminoso de que es posible vivir la justicia y la caridad en este mundo.
Nuestras comunidades no pueden ser imagen de las debilidades de una sociedad
que vive de espaldas a Dios. Todo lo contrario, estamos llamados a impregnar
nuestro mundo de los valores del Evangelio. Pido al Señor, que derrame su
gracia en nuestros corazones y, juntos, podamos con la ayuda maternal de
nuestra Madre Bendita transformar nuestras Cofradías en verdaderas comunidades
cristianas que sean reconocidas por el amor que se tienen sus miembros.