viernes, 19 de febrero de 2016

No digas "imbécil"

Hoy Jesús en el Evangelio nos dice que “si uno llama a su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el tribunal del Sanedrín”. Cualquier persona diría, viendo la actualidad política y social, que el colapso de los tribunales podría llegar hasta el día del juicio final. Esta clave sarcástica pone de manifiesto el profundo dolor que soporta nuestra sociedad cuando vemos aflorar tantos y tantos casos de corrupción que dejan al descubierto la descomposición de las estructuras gubernamentales encargadas de velar por la justicia y el bien común.

Estos niveles de inmoralidad que los medios de comunicación hacen llegar hasta nuestros hogares, y de los cuales nos escandalizamos con toda la razón del mundo, debería también ayudarnos a comprender y arrojar luz ante las innumerables corruptelas de menor tamaño en las que solemos incurrir una amplia mayoría de los ciudadanos. Vemos con normalidad el fraude generalizado que incluso llegamos a justificarlo como mecanismo de defensa o protección, y también cuando decimos que lo nuestro no tiene nada que ver con lo que roban los de arriba. Todo lo que afecte al bien común, pequeño o grande, es inmoral. Lo haga quien lo haga.

Damos por bueno o aceptable esta cultura porque hemos perdido de referencia al otro, a mi hermano. Somos capaces de estar con alguien profesándole públicamente nuestra amistad eterna y al mismo tiempo estar confabulando contra él. El típico abrazo del oso. Podemos incluso celebrar la Eucaristía con entusiasmo ante el altar de Dios, darnos, entre sonrisas, abrazos de paz, y por dentro pensar maliciosamente del hermano que está a tu lado en el banco. Por ello, si no somos capaces de vencernos a nosotros mismos en lo pequeño, en las relaciones humanas, difícilmente daremos la talla cuando tengamos que asumir otras responsabilidades que afectan al bienestar, desarrollo y progreso de nuestros hermanos. Por que estaremos pensando más en nosotros mismos y estaremos olvidando que la verdadera alegría estar en ver la felicidad del otro.


Hemos de estar atentos y vigilantes y fuertes para romper esta dinámica maliciosa. El Señor mismo nos dice “con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cuarto”. Por ello, queridos amigos, aún estamos a tiempo de cambiar las cosas, empezando por cambiar nosotros mismos; porque está claro, al final de la vida nos examinarán en el amor como afirmaba San Juan de la Cruz.

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